Vicenta Marquez de la Plata - Mujeres con poder en la historia de España

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Mujeres con poder en la historia de España es un ensayo que visibiliza la gran labor de las mujeres en el mundo. A pesar de no permitírseles ocupar ciertos cargos, ellas demostraron ser las adecuadas, las más preparadas, y por ende, las merecedoras de desempeñarlos en sus momentos históricos. En estas páginas encontramos mujeres lugartenientes, gobernadoras y validas, pero también reinas que fueron reinas de verdad, no esposas de reyes. A lo largo del libro acudiremos a momentos en los que normalmente no nos dicen que la balanza fue inclinada por una gran mujer que no estaba a la sombra, con el tiempo se las ocultó, y eliminaron sus hazañas de los libros de historia, pero aquí van a encontrar restituido el honor que merecen.

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Carta CXIV del rey. Madrid, 30 de enero de 1647.

Cuando en la guerra de Cataluña a punto estuvo don Felipe de indisponerse con Aragón por la jurisdicción del Tribunal de la Fe, la monja de Ágreda le aconsejó con gran prudencia que evitase a toda costa el negocio de la Inquisición «por ser de mucho peso y preciso resolverlo con tiento y tomando medios y arbitrios para ajustarse a todos». En todo caso, explica don Felipe a su destinataria que él, aunque tenga valido no por eso deja de trabajar todo lo que su cuerpo le permite:

Yo, Sor María, no rehúso trabajo alguno, pues, como todos pueden decir, estoy continuamente sentado en esta silla con los papeles y la pluma en la mano, viendo y pasando por ella todas cuantas consultas se me hacen en esta Corte y los Despachos que vienen de fuera, resolviéndolas más materias allí inmediatamente, procurando se ajuste el dictamen que tengo por más ajustado a la razón. Otros negocios de mayor peso me piden más inspección…

Sin querer otorgarle dotes de mujer sagaz en asuntos internacionales, la monja en política exterior estaba claramente a favor de la paz. Pero en realidad ello es solo muestra de su sentido común, de sabiduría popular, pues el pueblo siempre prefiere la paz a la guerra y ve más inconvenientes en las hostilidades que los dirigentes que a veces se ven literalmente obligados a defender algo. Durante las negociaciones de la paz en Münster y Osnabruck que habían de culminar en la Paz de Westfalia, trató de inclinar a Felipe IV a terminar la guerra con Francia, para concentrarse en el problema de Portugal. «En las materias generales no hay nada nuevo. El emperador y el Imperio han hecho la Paz con Francia, harto trabajosa, y al parecer poco durable, dejándome a mí fuera y con todos los enemigos a cuestas» (CCI. Del rey a sor María, 8 de diciembre de 1648). El rey se lo comunica a la monja, pues conoce su interés por la paz, aunque le advierte que parece «poco durable». La Paz de Westfalia significó el fin de la guerra de los Treinta Años, y España hubo de reconocer la independencia de Holanda.

Decidida como estaba a contribuir en la paz que tanto deseaba con el vecino país, optó por escribir al papa Alejandro VII para solicitar su mediación entre los príncipes cristianos. Esta petición se inscribe en la mejor tradición medieval, cuando las autoridades religiosas fueron imponiendo obligaciones tales como la tregua de Dios o respetar la sagrera (treinta pasos alrededor de las iglesias), en donde no se podía combatir ni tomar preso a nadie, aunque fuese un maleante. El papa no vio con malos ojos la recomendación de la monja, aunque tampoco se puede decir que actuase en consecuencia. En todo caso, la mayoría de los estudiosos de esta interesante mujer están de acuerdo en que no conviene suponer demasiado grande el alcance efectivo de su influencia; sus consejos, cuando no brotan del buen sentido popular, son lugares comunes, tanto en política, como en teología o moral y que el rey hubiese podido escuchar de cualquier otra persona, si hubiese escuchado a cualquier otra, pero el caso es que él oía (leía) con atención solo a sor María de Jesús, fuera de su valido, sus ministros y consejeros de oficio.

La guerra con Cataluña, que tanto había importado a la monja, después de varios años de batallas y asedios en que se perdían o ganaban plazas, terminó en el año 1659, año de la paz; pero ya desde 1648 el Gobierno decidió afrontar con decisión la lucha portuguesa. Al frente de los ejércitos estaba el marqués de Leganés, opción que resultó no muy acertada, quizá porque no había mucho en donde escoger en cuanto a generales, el 29 de julio de 1648, el rey escribió a sor María:

[…] cuando Dios quiere castigar a una monarquía le quita los medios humanos; estos son ministros, así militares como políticos que la gobiernen, pues el Rey, sin ellos, no puede acudir a todo, ni hay medios con que sustentar los ejércitos. Esto ha obrado con nosotros, pues hallamos con solas dos cabezas militares de primera clase en España…

El 8 de noviembre se desposó Felipe IV con su sobrina la archiduquesa de Austria y enseguida (el 29 de diciembre) se lo comunicó a la monja:

Ya he tenido aviso que se celebró mi desposorio a 8 del pasado y que a 13 partió mi sobrina, pero hasta abril no se podrá embarcar, por no aventurar tal prenda en el invierno y en el mar. Espero en Dios estará por mayo en mi compañía; vos le pedid que la de buen viaje y que se sirva bendecir este nuevo matrimonio, para que de él se vean los efectos que le pedimos y deseamos…

Era asunto de la mayor importancia que Felipe tuviese un heredero, pues no lo había varón y el rey ya no era joven.

De sor María, 8 de enero de 1649:

[…] doy a V.M. gozosísimas enhorabuenas de haberse efectuado su desposorio de V.M. con la Reina nuestra señora, buen día ha sido para mí que ha traído tan gran nueva. Suplicaré al Todopoderoso con veras y afecto que conceda muchas bendiciones a Su diestra a este matrimonio y dé feliz jornada a la Reina nuestra señora…

Es como un intercambio de felices noticias entre dos amigos más que de cumplidos entre un vasallo y su señor.

Las cosas no iban bien, en 1650 la peste se presentó sobre todo en Andalucía, lo que produjo gran mortandad, las grandes deudas y los gastos inherentes a todas las guerras llevaron al Estado al borde de la quiebra, se reselló la moneda de plata por varias veces su valor o se fundió añadiéndole cobre y luego se puso en circulación una enorme masa dineraria con poca plata, pero con el mismo valor que tenía antes. Naturalmente esto produjo un alza inmediata de precios y luego deflaciones catastróficas. Todo ello afectó violentamente a productos de subsistencia, como la sal, el pan y otros. En mayo de 1652 las revueltas fueron generales en Andalucía. En Córdoba estalló un motín popular y a los pocos días se repitió en Sevilla. Se pedía la baja de la moneda de vellón y de los tributos. El estado de las cosas se reflejó en una carta del rey a la monja:

Hospital de las Cinco Llagas en pleno brote de peste en el siglo XVII Sevilla - фото 13

Hospital de las Cinco Llagas en pleno brote de peste en el siglo XVII (Sevilla)

[…] el alboroto de Córdoba se sosegó por la infinita misericordia de Nuestro Señor, […] el miércoles 22 deste se alteró el pueblo de Sevilla con gran furia. Llegaron a innovar la moneda y a bajar los tributos […] el regente ordenó que se diera un pregón anunciando la baja de la moneda y la supresión de los millones…

Sor María, aun dentro del convento, comprendía a los alborotadores. El 1 de junio de 1652 escribió: «[…] Heme sosegado mucho de que el alboroto de Córdoba se sosegase […] Solo suplico a V.M. por amor de Dios, que lo menos que se pueda se innoven cosas y se evite la opresión de los pobres porque, afligidos, no se alboroten…». Y en esto quizá tenía razón doña María, los pobres no veían salida a tanta exacción y se rebelaban, no tenían nada que perder: «[…] Ya veo cuan pobre está el caudal desta Corona y que es preciso sacar algunos medios para sacarle, pero que sean los más ajustados y suaves, y de manera que concurran también los ricos y poderosos, que siendo la carga general no pesará ni molestará tanto…».

Las cosas no habían ido bien desde hacía tiempo, la gran fase inflacionista del vellón abarcó los años 1634-1656 y coincidió con los mayores esfuerzos en el despliegue de la política internacional de Olivares, la crisis de 1640 y la derrota militar y diplomática de Westfalia. A todo esto le siguió la continuación de la guerra en dos frentes: Portugal y Francia hicieron a la postre que las tensiones inflacionistas fuesen particularmente intensas y como remedio se acudió al resello de la moneda por el doble y el triple de su valor nominal, respectivamente, de las piezas de cuatro y de dos maravedís. Ello provocó un brusco tirón de los precios y la fabulosa subida del premio de plata del orden del 190 %. La consecuencia fue la casi inmediata deflación (que ayuda a explicar la caída de Olivares): las piezas de doce y ocho maravedís quedaron reducidas a dos maravedís, y las de seis y cuatro a uno. Obligado por el peso de la guerra, Felipe se vio obligado a recurrir de nuevo a la inflación en 1651. Las piezas de dos maravedís fueron reselladas por el cuádruple de su valor nominal, mientras se acuñaban cien mil ducados de cobre en piezas de dos maravedís, que pesaban la cuarta parte de las antiguas de ese valor que ahora se resellaron. Al año siguiente hubo una nueva deflación.

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