• Пожаловаться

Arturo Pérez-Reverte: El puente de los asesinos

Здесь есть возможность читать онлайн «Arturo Pérez-Reverte: El puente de los asesinos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. категория: Исторические приключения / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

любовные романы фантастика и фэнтези приключения детективы и триллеры эротика документальные научные юмористические анекдоты о бизнесе проза детские сказки о религиии новинки православные старинные про компьютеры программирование на английском домоводство поэзия

Выбрав категорию по душе Вы сможете найти действительно стоящие книги и насладиться погружением в мир воображения, прочувствовать переживания героев или узнать для себя что-то новое, совершить внутреннее открытие. Подробная информация для ознакомления по текущему запросу представлена ниже:

Arturo Pérez-Reverte El puente de los asesinos

El puente de los asesinos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El puente de los asesinos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Cruza el puente de los Asesinos con Arturo Pérez-Reverte y vive la trepidante conspiración para asesinar al dogo de Venecia. «Diego Alatriste bajó del carruaje y miró en torno, desconfiado. Tenía por sana costumbre, antes de entrar en un sitio incierto, establecer por dónde iba a irse, o intentarlo, si las cosas terminaban complicándose. El billete que le ordenaba acompañar al hombre de negro estaba firmado por el sargento mayor del tercio de Nápoles, y no admitía discusión alguna; pero nada más se aclaraba en él.» Nápoles, Roma y Milán son algunos escenarios de esta nueva aventura del capitán Alatriste. Acompañado del joven Íñigo Balboa, a Alatriste le ordenan intervenir en una conjura crucial para la corona española: un golpe de mano en Venecia para asesinar al dogo durante la misa de Navidad, e imponer por la fuerza un gobierno favorable a la corte del rey católico en ese estado de Italia. Para Alatriste y sus camaradas -el veterano Sebastián Copons y el peligroso moro Gurriato, entre otros-, la misión se presenta difícil, arriesgada y llena de sorpresas. Suicida, tal vez; pero no imposible.

Arturo Pérez-Reverte: другие книги автора


Кто написал El puente de los asesinos? Узнайте фамилию, как зовут автора книги и список всех его произведений по сериям.

El puente de los asesinos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El puente de los asesinos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Por lo demás, en lo que se refiere a las tristes jornadas de Roma sometida a los vencedores, mucho se ha escrito sobre ello, y a los libros remito al curioso lector. Sabrá así, más de lo que yo pueda contar, cómo todo ocurrió por la mala voluntad, vileza y tacañería de Clemente VII, resuelto a favorecer a Francia, participar en la liga contra España e impedir que las coronas del imperio y de Nápoles estuviesen juntas en la cabeza de nuestro emperador Carlos. Y también que, durante el horror que siguió al asalto de la ciudad, en Roma no se tuvo respeto a Dios ni vergüenza del mundo, robando lo mismo casas y palacios que iglesias y lugares sagrados. Cuarenta mil muertos fueron el resultado de aquello, y a menudo los difuntos fueron más afortunados que los vivos, pues no se respetó ni a los compatriotas, incluidos los embajadores de España y Portugal; y si bien los lansquenetes, brutales, despiadados y borrachos como suelen ser los tudescos, usaron de su condición de luteranos -paradojas del imperio- para vengarse en cuanto sacerdote, obispo o cardenal pusieron mano, los españoles no les fuimos a la zaga, con excesos y demasías que no se vieran ni en tierra de caribes. Los soldados entraban en las casas y mataban a quienes resistían, saqueando y violando por doquier: gente rica vendida como esclava, monjas forzadas por centenares, religiosos paseados por las calles en son de burla, degollina general, crueldades sin cuento. A poco se sumaron al rebato las bandas de desertores, bergantes y gentuza que siempre acompañan como cuervos a los ejércitos, y la ciudad se convirtió durante meses en un infierno. Tudescos y españoles reñían como perros por botines o mujeres, y cuanta matrona o doncella cayó en sus manos fue violada, llevada a los cuarteles, jugada a los dados, prostituida y amancebada. No hubo soldado sin concubina con la que saciarse. Y cuando, hartos, sus amos las echaban a la calle, aún caían en manos de la canalla que rondaba los cuarteles, que terminaba de concluirlas. Bien lo recogió aquel romance popular que de entonces corre sobre el asunto de Roma:

El clamor de las matronas

los siete montes atruena,

viendo sus hijos vendidos,

sus hijas en mala estrena.

Diré tan sólo, en lo que a mí respecta, que conocedor de los infinitos males vividos un siglo atrás por la ciudad, caminaba por ella sorprendido de que sus habitantes, al saberme español, no me pusieran mala cara, me escupiesen al rostro o me cosieran a puñaladas. Que es continua maravilla comprobar cómo el hombre, tomado en su conjunto, olvida pronto los grandes estragos causados por las guerras y procura desterrarlos de su memoria. Hay quien dice que eso tiene su origen en el perdón cristiano; pero yo, que por oficio y circunstancias fui, como soldado, más verdugo que víctima durante mi larga y asendereada vida, creo que se trata más bien de la inclinación del ser humano a congraciarse con lo que hay. De natural instinto de supervivencia, plegado a la necesidad del momento y al interés del futuro para decir, como Séneca, que el remedio de las injurias es el olvido. Otros, sin embargo -el capitán Alatriste y yo mismo éramos de ésos-, estiman que la más saludable forma de templar una injuria es meterle dentro, a su autor, seis pulgadas de acero toledano.

Mientras aguardaba de pie en una antesala del palacio Monaldeschi, Diego Alatriste podía ver, por la ventana abierta, la iglesia de la Trinitá dei Monti en lo alto de una cuesta cubierta de escombros y matojos. De otros lugares del edificio llegaban ruido de martillazos y voces de albañiles. El palacio, residencia nominal del embajador español en Roma, estaba en obras. Por todas partes había andamios y operarios, y la amplia escalera de piedra y madera por la que él y don Francisco de Quevedo subieron al primer piso, apuntalada con vigas y travesaños, había crujido bajo sus pasos. En realidad, según don Francisco, el embajador sólo bajaba allí de vez en cuando, pues pasaba la mayor parte del tiempo en la espléndida Villa Médici, monte arriba, detrás de la Trinitá y el Pincio. El palacio Monaldeschi, que todos empezaban a llamar Palazzo di Spagna, no pertenecía a la corona: estaba alquilado mientras se negociaba su propiedad. Por su óptima situación y sus seis plantas de apariencia majestuosa, el conde-duque de Olivares -nacido en Roma, donde su padre fue embajador- quería convertirlo en sede definitiva de la diplomacia española. De paso también procuraba fastidiar al cardenal Richelieu, ministro de Francia, que pretendía hacerse con el edificio.

Alatriste estaba descubierto. El sombrero, la capa y el cinto con espada y daga habían quedado en manos de un sirviente. A sugerencia de don Francisco de Quevedo había cepillado bien sus ropas, aderezado lo mejor posible las botas de soldado, los calzones de paño pardo ceñidos bajo las rodillas, la camisa con valona limpia y el jubón de gamuza con botones de hueso. Observó brevemente su aspecto en uno de los grandes espejos que adornaban las paredes: flaco, duro, mediana estatura, pelo tan corto como de costumbre, espeso mostacho, ojos glaucos y atentos. Marcas en la cara, las manos y la frente. Sois de esos hombres, había comentado Quevedo con una sonrisa afectuosa, mientras desayunaban una almofía de gachas y conserva de melón lombardo en la locanda del Orso, que llevan la biografía a lo vivo, pintada en la estampa.

Sus ojos se entretuvieron en un gran cuadro colgado en la pared: una clásica escena de batallas, de ésas que mostraban, desde una falsa altura y perspectiva, la ciudad asediada al fondo, las líneas de circunvalación y las trincheras, con los escuadrones moviéndose por un paisaje invernal. En primer término, a derecha e izquierda, seguidos por perros flacos y fieles, unos soldados caminaban bajo una bandera con la cruz de San Andrés. Se veían desastrados y rotos, con las ropas hechas jirones, sombreros deformes y capas miserables, raídas; pero bajo su apariencia equívoca, un observador atento no podía pasar por alto las armas que todos ellos empuñaban: picas, espadas, arcabuces, daban a esa tropa harapienta un aspecto feroz, y la fila que se prolongaba hasta las trincheras lejanas mostraba una más que regular disciplina. Por mucho que miró, Alatriste no pudo reconocer la ciudad sitiada. Quizás él mismo había estado en ella, fuera la que fuese. Podía tratarse de Hulst, Amiens, Bomel u Ostende, aunque también Berg-op-Zoom, Jülich o Breda. En sus recuerdos de veterano, con treinta años de asedios y combates en la memoria, todas las ciudades en guerra se parecían mucho. A fin de cuentas, su visión de ellas nunca tuvo perspectiva pictórica; eso correspondía a los generales y maestres de campo que, en otros cuadros conmemorativos de su lustre y fama, salían representados en primer plano, de punta en blanco y con la bengala de mando en la mano, señalando intrépidos hacia el enemigo a lomos de fogosos bridones. Lo que Alatriste recordaba de los asedios, su perspectiva y su limitado paisaje, era siempre cercano y a ras de tierra: trincheras embarradas, hambre, sueño y frío, caponeras llenas de ratas, mantas con chinches, piojos, centinelas perdidas bajo la lluvia, asaltos sangrientos y golpes de mano encarnizados, arcabuzazos a quemarropa. Lo propio del oficio. La fiel infantería del rey católico, en guerra con medio mundo: sufrida, mal pagada, insaciable de despojo y botín, amotinada a ratos pero impasible bajo el fuego enemigo, vengativa y crudelísima en el degüello. Orgullosa y temible siempre, bajo sus harapos.

Se abrió silenciosamente una puerta, sobre goznes bien engrasados. Diego Alatriste lo advirtió cuando ésta se hallaba abierta, y al volverse a mirar vio que tres hombres lo observaban desde una habitación adornada con tapices, alfombras y muebles de precio. Uno era don Francisco de Quevedo. De los otros, uno era alto, de aspecto noble, vestido con raso verde bordado en plata y cadena de oro. El segundo llevaba el cabello largo, usaba bigote y barbita de mosca, e iba de negro, sin más nota clara en el indumento que el cuello de gola corta, blanco y almidonado, de su camisa, y la cruz de Santiago bordada en rojo en el lado izquierdo del jubón. Los tres se quedaron observando a Alatriste sin decir palabra. Incómodo, ignorante de lo que se esperaba de él, hizo éste una breve inclinación, respetuoso, atendiendo alguna señal por parte de Quevedo; pero el poeta permaneció inexpresivo, mirándolo como los otros, y sólo al cabo de un momento se inclinó un poco hacia el de la cadena de oro para deslizarle algunas palabras en voz baja. Asintió aquél sin cesar en su observación. Por el gesto y la apariencia dedujo Alatriste que debía de tratarse de don Íñigo Vélez de Guevara, conde de Oñate, embajador de España en Roma: persona cercana al rey Felipe IV y muy vinculada al conde-duque de Olivares, según Quevedo. El tercer individuo le era desconocido.

Читать дальше
Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El puente de los asesinos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El puente de los asesinos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё не прочитанные произведения.


Arturo Pérez-Reverte: El Capitán Alatriste
El Capitán Alatriste
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte: Corsarios De Levante
Corsarios De Levante
Arturo Pérez-Reverte
libcat.ru: книга без обложки
libcat.ru: книга без обложки
Pérez-Reverte, Arturo
Arturo Perez-Reverte: Captain Alatriste
Captain Alatriste
Arturo Perez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte: The King's Gold
The King's Gold
Arturo Pérez-Reverte
Артуро Перес-Реверте: Чиста кръв
Чиста кръв
Артуро Перес-Реверте
Отзывы о книге «El puente de los asesinos»

Обсуждение, отзывы о книге «El puente de los asesinos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.