Pablo Neruda - 100 Sonetos de Amor

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100 sonetos de amor, es la obra poética más apasionada de Pablo Neruda. Los escribió para su mujer, haciéndole entrega de uno de ellos cada día. Cada poema rebasa pasión y amor con un lenguaje que puedes casi probar en tu boca. Estos Sonetosestán hechospara ser dichos en voz alta sino cantados porque el lenguaje, ya sea en el original español o traducido,es riquísimo en significados que hacen maravillosa su lectura. No sólo gozarás del lenguaje, sinoque podrás percibirel ser íntimo de los amantesyla belleza de Sudamérica, fuente de inspiración de las imágenes que Neruda utiliza.Sumérgete en el amor de Neruda por su esposa eimagínaterodeado de la belleza que inspiró la pluma de Neruda, como si se tratara de un río que cae lentamente alimentando el océano de tu mente.

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por fuego, por amor, por estirpe araucana,

y sobre los dos rostros dorados de la greda

te cubrió con el casco de un incendio bravío

y allí secretamente quedaron enredados

mis ojos en su torre total: tu cabellera.

Soneto LXXVII

Hoy es hoy con el peso de todo el tiempo ido,

con las alas de todo lo que será mañana,

hoy es el Sur del mar, la vieja edad del agua

y la composición de un nuevo día.

A tu boca elevada a la luz o a la luna

se agregaron los pétalos de un día consumido,

y ayer viene trotando por su calle sombría

para que recordemos su rostro que se ha muerto.

Hoy, ayer y mañana se comen caminando,

consumimos un día como una vaca ardiente,

nuestro ganado espera con sus días contados,

pero en tu corazón el tiempo echó su harina,

mi amor construyó un horno con barro de Temuco:

tú eres el pan de cada día para mi alma.

Soneto LXXVIII

No tengo nunca más, no tengo siempre. En la arena

la victoria dejó sus pies perdidos.

Soy un pobre hombre dispuesto a amar a sus semejantes.

No sé quién eres. Te amo. No doy, no vendo espinas.

Alguien sabrá tal vez que no tejí coronas

sangrientas, que combatí la burla,

y que en verdad llené la pleamar de mi alma.

Yo pagué la vileza con palomas.

Yo no tengo jamás porque distinto

fui, soy, seré. Y en nombre

de mi cambiante amor proclamo la pureza.

La muerte es sólo piedra del olvido.

Te amo, beso en tu boca la alegría.

Traigamos leña. Haremos fuego en la montaña.

Soneto LXXIX

De noche, amada, amarra tu corazón al mío

y que ellos en el sueño derroten las tinieblas

como un doble tambor combatiendo en el bosque

contra el espeso muro de las hojas mojadas.

Nocturna travesía, brasa negra del sueño

interceptando el hilo de las uvas terrestres

con la puntualidad de un tren descabellado

que sombra y piedras frías sin cesar arrastrara.

Por eso, amor, amárrame el movimiento puro,

a la tenacidad que en tu pecho golpea

con las alas de un cisne sumergido,

para que a las preguntas estrelladas del cielo

responda nuestro sueño con una sola llave,

con una sola puerta cerrada por la sombra.

Soneto LXXX

De viajes y dolores yo regresé, amor mío,

a tu voz, a tu mano volando en la guitarra,

al fuego que interrumpe con besos el otoño,

a la circulación de la noche en el cielo.

Para todos los hombres pido pan y reinado,

pido tierra para el labrador sin ventura,

que nadie espere tregua de mi sangre o mi canto.

Pero a tu amor no puedo renunciar sin morirme.

Por eso toca el vals de la serena luna,

la barcarola en el agua de la guitarra

hasta que se doblegue mi cabeza soñando:

que todos los desvelos de mi vida tejieron

esta enramada en donde tu mano vive y vuela

custodiando la noche del viajero dormido.

Soneto LXXXI

Ya eres mía. Reposa con tu sueño en mi sueño.

Amor, dolor, trabajos, deben dormir ahora.

Gira la noche sobre sus invisibles ruedas

y junto a mí eres pura como el ámbar dormido.

Ninguna más, amor, dormirá con mis sueños.

Irás, iremos juntos por las aguas del tiempo.

Ninguna viajará por la sombra conmigo,

sólo tú, siempreviva, siempre sol, siempre luna.

Ya tus manos abrieron los puños delicados

y dejaron caer suaves signos sin rumbo,

tus ojos se cerraron como dos alas grises,

mientras yo sigo el agua que llevas y me lleva:

la noche, el mundo, el viento devanan su destino,

y ya no soy sin ti sino sólo tu sueño.

Soneto LXXXII

Amor mío, al cerrar esta puerta nocturna

te pido, amor, un viaje por oscuro recinto:

cierra tus sueños, entra con tu cielo en mis ojos,

extiéndete en mi sangre como en un ancho río.

Adiós, adiós, cruel claridad que fue cayendo

en el saco de cada día del pasado,

adiós a cada rayo de reloj o naranja,

salud oh sombra, intermitente compañera!

En esta nave o agua o muerte o nueva vida,

una vez más unidos, dormidos, resurrectos,

somos el matrimonio de la noche en la sangre.

No sé quién vive o muere, quién reposa o despierta,

pero es tu corazón el que reparte

en mi pecho los dones de la aurora.

Soneto LXXXIII

Es bueno, amor, sentirte cerca de mí en la noche,

invisible en tu sueño, seriamente nocturna,

mientras yo desenredo mis preocupaciones

como si fueran redes confundidas.

Ausente, por los sueños tu corazón navega,

pero tu cuerpo así abandonado respira

buscándome sin verme, completando mi sueño

como una planta que se duplica en la sombra.

Erguida, serás otra que vivirá mañana,

pero de las fronteras perdidas en la noche,

de este ser y no ser en que nos encontramos

algo queda acercándonos en la luz de la vida

como si el sello de la sombra señalara

con fuego sus secretas criaturas.

Soneto LXXXIV

Una vez más, amor, la red del día extingue

trabajos, ruedas, fuegos, estertores, adioses,

y a la noche entregamos el trigo vacilante

que el mediodía obtuvo de la luz y la tierra.

Sólo la luna en medio de su página pura

sostiene las columnas del estuario del cielo,

la habitación adopta la lentitud del oro

y van y van tus manos preparando la noche.

Oh amor, oh noche, oh cúpula cerrada por un río

de impenetrables aguas en la sombra del cielo

que destaca y sumerge sus uvas tempestuosas,

hasta que sólo somos un solo espacio oscuro,

una copa en que cae la ceniza celeste,

una gota en el pulso de un lento y largo río.

Soneto LXXXV

Del mar hacia las calles corre la vaga niebla

como el vapor de un buey enterrado en el frío,

y largas lenguas de agua se acumulan cubriendo

el mes que a nuestras vidas prometió ser celeste.

Adelantado otoño, panal silbante de hojas,

cuando sobre los pueblos palpita tu estandarte

cantan mujeres locas despidiendo a los ríos,

los caballos relinchan hacia la Patagonia.

Hay una enredadera vespertina en tu rostro

que crece silenciosa por el amor llevada

hasta las herraduras crepitantes del cielo.

Me inclino sobre el fuego de tu cuerpo nocturno

y no sólo tus senos amo sino el otoño

que esparce por la niebla su sangre ultramarina.

Soneto LXXXVI

Oh Cruz del Sur, oh trébol de fósforo fragante,

con cuatro besos hoy penetró tu hermosura

y atravesó la sombra y mi sombrero:

la luna iba redonda por el frío.

Entonces con mi amor, con mi amada, oh diamantes

de escarcha azul, serenidad del cielo,

espejo, apareciste y se llenó la noche

con tus cuatro bodegas temblorosas de vino.

Oh palpitante plata de pez pulido y puro,

cruz verde, perejil de la sombra radiante,

luciérnaga a la unidad del cielo condenada,

descansa en mí, cerremos tus ojos y los míos.

Por un minuto duerme con la noche del hombre.

Enciende en mí tus cuatro números constelados.

Soneto LXXXVII

Las tres aves del mar, tres rayos, tres tijeras

cruzaron por el cielo frío hacia Antofagasta,

por eso quedó el aire tembloroso,

todo tembló como bandera herida.

Soledad, dame el signo de tu incesante origen,

el apenas camino de los pájaros crueles,

y la palpitación que sin duda precede

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