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Jorge Bucay: Cartas Para Claudia

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Jorge Bucay Cartas Para Claudia

Cartas Para Claudia: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro está compuesto de los escritos que, durante más de tres años de trabajo terapéutico, Jorge Bucay dedicó a sus pacientes. Con el tiempo, ellos mismos empezaron a compartir y distribuir estas cartas, hasta que, un día, y en vistas del éxito que estaban teniendo, sugirieron a Jorge Bucay que las publicara. Con sus propios recursos y la ayuda de algunos buenos amigos, Jorge Bucay publicó este libro en 1986 con el título Cartas para Claudia. En esta correspondencia imaginaria, Claudia, una amiga muy querida por el autor, es la destinataria de un correo revelador que despejará muchas de sus dudas sobre el autoconocimiento, el amor, la belleza de la vida y los secretos de la psicología. El libro se ha convertido ya en todo un clásico de la autoayuda.

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Si me disfrazo te digo: "A veces, la agresividad perturba a cualquiera". (???)

Fijate la indefinición, la ambigüedad y la falta de compromiso de la segunda frase: "a veces (¿cuándo?), la agresividad (¿cuál? ¿de quién con quién?) perturba (¿qué hace?) a cualquiera (¿a quién?)".

Otro ejemplo. Te digo: "¿Tenés ganas de tomar un café?", en lugar de: "Quiero tomar un café con vos. Te pido que me acompañes".

Muchas veces, hacemos preguntas en lugar de afirmar un pensamiento que nos pertenece.

Estas son nuestras frases “encubridoras".

Si cada vez que hago una pregunta trato de encontrar la afirmación escondida, me daré cuenta de muchas afirmaciones que me callo.

Preguntar es una eliminación, un robo que hago de una parte de lo que digo o de toda mi expresión.

En la pregunta no hay compromiso, hablo sin decir, me disfrazo.

¿Para qué hago estas cosas?

Quiero que los demás me quieran (?), que me aprueben, que me acepten, que estén contentos de conocer a una persona tan agradable y gentil como yo. Tengo miedo de que me rechacen, que me abandonen, que me critiquen, que no me quieran.

Y entonces… abro el baúl de los recursos y me disfrazo: una nariz redonda, un poco de colorete, un sombrero atractivo, unos zapatos graciosos y, sobre todo, saco corbata (porque no hay que perder la formalidad)… y un engaño… te estafo… te miento…

Vos aceptás mi disfraz, querés mi disfraz, admirás mi disfraz… y si lo hago bien, quizás… ni siquiera te des cuenta y creas que te estás relacionando conmigo.

Un día, yo me doy cuenta y empiezo a extrañarte y Quiero que te contactes conmigo… conmigo de verdad,… Y me saco la nariz, el colorete, el sombrero, los zapatos, el saco y la corbata. Y guardo todo en el baúl de los recursos y guardo el baúl bien lejos, como para que no estorbe el paso.

Ahora sí. Ahora soy yo. Vení conmigo.

Miráme. Tocáme. Oléme. Escucháme…

Soy yo.

Es cierto, muchas personas más me rechazan ahora y es también cierto que muchas menos personas me quieren, pero (y aquí sí espero…) cuando te encuentro a vos, a vos que me aceptás así, tal como soy, qué placer… Imagináte ¡Que placer!

¡NO TE DISFRACES PARA MI,

LO QUE YO QUIERO ES ESTAR CON VOS!

CARTA 7

Claudia:

¿Para qué te apurás? (Miento), esto es una pregunta, No te apures. (Miento otra vez.)

¡No me apures!

No se trata de saber, se trata de darse cuenta.

Si utilizamos la semántica, la gramática y la etimología para "hablar bien" posiblemente conseguiremos hablar bien, pero esto no tiene nada que ver con el proceso de darse cuenta.

El acento que pongo en cómo hablamos es un camino (hay otros, habrá mejores), una manera de transitar este proceso.

Una de las trampas sobre la que intento trabajar últimamente, es el tengo que…

"El detective maravilloso entra en la habitación y sorprende al gángster aún con la pistola en la mano. A su lado, el cadáver de su mejor amigo. El detective le coloca las esposas con poca o ninguna resistencia del asesino quien, con la cara desencajada y la vista perdida en el infinito, es llevado dócilmente al coche policial, mientras repite: ¡Tuve que hacerlo! ¡Sabía demasiado!»

¿Tuvo que hacerlo? ¿Qué querrá decir con “tuve que hacerlo"? ¿Quién lo obligó?

Exactamente lo mismo hacemos a diario cuando hablamos de lo que tenemos que hacer.

Tengo que implica obligación, imposición, deber (deber es estar en deuda).

Cuando me encuentro creyéndome que tengo que hacer o decir algo, replanteo la idea como elijo o decido. Esto me ayuda a sentirme plenamente responsable de mis actos. Y entonces lo que hago, aunque no sea lo que más me gusta, puede ser agraciable. No hay agrado desde el tengo que.

No siempre elijo hacer lo que más quiero. A veces, renuncio a lo que más me gustaría, para conseguir otra cosa (conservar un trabajo, por ejemplo).

De todas maneras, en el elijo o en el decido me estoy haciendo responsable, soy dueño de mí, soy plenamente yo. La mejor manera de sentir esto con claridad es sobre nuestras propias cosas.

Tratá de hacerte una lista de tus tengo que. Construí seis o siete oraciones que comiencen con tengo que… " y lo que surja después (sin pensar demasiado)…

Ahora reemplazá en esas mismas frases el tengo que por elijo, decido o quiero… Probáte estas frases nuevas, como si fueran una camisa, para ver cómo te calzan… Quizás te parezca que algunas no encajan, pero date tiempo, tenélas presente y vas a comprobar antes o después, que ésta es la realidad. nuestra vida: como hay muchos tengo que reales en comer, beber, respirar, ¿cuántos más?…

Me imagino la situación de tengo que como un cavernícola transportando una piedra de una tonelada sobre sus hombros: transpira, sufre, se queja, se lastima, pero continúa…

El elijo no hace desaparecer la piedra, pero me la imagino ahora montada sobre unas primitivas ruedas y nuestro personaje está sentado encima de la piedra, guiándola. Su expresión ha cambiado, él sabe que hasta puede bajarse de allí, si así lo desea.

Me estoy poniendo pueril. ¡Sí! Me encanta sentirme infantil.

Me gustaría que estas cartas no tuvieran palabras. Que fueran dibujos o pinturas o esculturas. Expresiones que no te digan, que te dejen sentir lo que yo siento.

Es obvio que mis limitaciones en la expresión gráfica van más allá de mis deseos de expandirme. Así que, por ahora, me conformaré con las palabras aunque muchas veces no me alcancen.

Yo sé que vos podés comprenderlo todo, hasta lo que digo con palabras.

CARTA 8

Sol Arena y Mar, Silencio y Paz,

Verde, Amarillo y Azul,

Viento, Luz y Música…

… Todo eso soy,

de vacaciones en la playa.

CARTA 9

Amiga:

Yo creo que lo mejor sería comenzar por leer Krishnamurti.

Por lo menos, así empecé yo.

Después de recibirme, hice mi formación en la especialidad, primero en el Hospital, en varias clínicas después, y luego, como muchos otros, en la propia búsqueda.

Para aquellos de mis compañeros que eligieron el psicoanálisis, la cosa era mucho más clara: terapia personal, grupos de estudio, terapia didáctica y ya.

Para mí, en cambio, ese camino no servía. Yo sabía que el psicoanálisis era una entre setenta o más formas de psicoterapia y yo había decidido elegir.

Durante mis años en las clínicas había atendido, casi exclusivamente, a psicóticos. Con ellos la técnica era: el afecto llano, sincero y directo. Todo lo demás: la medicación, los estudios clínicos, el lugar, etc., eran complementos de aquello que Balint llamaba “la droga médico" y que yo aprendía a administrar con cautela, cuidando de no dar dosis tan diluidas que no cumplan su efecto.

Mi tarea terapéutica me parecía más sólida y yo me sentía más libre en el consultorio.

Hace unos años se produjo mi reencuentro con Zulema Leonor Saslavsky (mi mamá profesional), “July".

Había conocido a July algunos meses antes de recibirme de médico. Yo hacía teatro con un grupo de jóvenes y, entre todos, habíamos montado un pequeño show, en el cual yo hacía las veces de animador.

Una noche… cuando terminó el espectáculo, alguien me presentó a la doctora Saslavsky. Nos pusimos a charlar y ella me contó que era médica psiquiatra. Le conté que me faltaban tres materias para graduarme y que tenía ganas de hacer psiquiatría.

July sacó una tarjeta, me la dio y me dijo: Cuando te recibas, si querés, vení a verme al hospital. Quizás puedas entrar en mi equipo.

Me recibí un viernes 23 de mayo y el lunes 26 me fui al hospital a preguntar por la doctora Saslavsky. July estaba en la sala. La esperé dos horas; cuando me vio se acordó inmediatamente de mí y de su ofrecimiento. Me preguntó qué quería. Le contesté que ella me había ofrecido entrar a trabajar en el hospital y que…

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