Arturo Pérez-Reverte - El Asedio
Здесь есть возможность читать онлайн «Arturo Pérez-Reverte - El Asedio» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El Asedio
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El Asedio: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Asedio»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El Asedio — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Asedio», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
- ¿Cómo está madre?
- Con salud. Como tus hermanillas y la abuela. Todas te mandan recuerdos.
La muchacha indica la puerta del almacén.
- ¿No quiere usted pasar?… Rosas, el mayordomo, ha dicho que lo convide a una taza de café o de chocolate en la cocina.
- Se está bien en la calle. Vamos a dar un paseo.
Bajan hasta el edificio cuadrado de la Aduana, donde unos soldados de Guardias Valonas con las bayonetas caladas en los fusiles pasean junto a las garitas de la puerta. Una bandera ondea suavemente en su mástil. Dentro del edificio trabajan los señores de la Regencia que gobierna España, o lo que de ella queda, en nombre del rey prisionero en Francia. Al otro lado del baluarte, bajo un cielo claro sin apenas nubes, azulea resplandeciente la bahía.
- ¿Cómo te va, niña?
- Muy bien, padre. De verdad.
- ¿Estás a gusto en esa casa?
- Mucho.
Titubea el salinero pasándose la mano por la cara patilluda, cuyo mentón necesita desde hace tres días el filo de una navaja barbera.
- He visto que el mayordomo es… Bueno. Ya me entiendes.
Sonríe la hija, bonachona.
- ¿Un poco mariquita?
- Eso mismo.
Hay muchos así, cuenta la joven, empleados en casas buenas. Son gente ordenada y limpia, y en Cádiz es costumbre. Rosas es persona decente, que gobierna la casa con orden. Y ella se lleva bien con todo el mundo. La respetan.
- ¿Te ronda algún mozo?
Enrojece Mari Paz, cerrándose un poco sobre la cara, de modo instintivo, el mantoncillo que lleva puesto por encima.
- No diga tonterías, padre. A mí quién me va a rondar.
Padre e hija pasean a lo largo de las murallas, en dirección a la plaza de los Pozos de la Nieve y la Alameda, apartándose cuando baluartes o baterías de cañones que apuntan a la bahía les cortan el paso. Rompe el agua abajo, en las rocas descubiertas, y hay mucho revoloteo de gaviotas. Entre ellas, con vuelo recto y decidido, una paloma pasa volando alto y se pierde sobre el mar, en dirección a la tierra firme del otro lado.
- ¿Qué tal te tratan los de arriba?
- Muy bien. La señorita es seria y amable. No da muchas confianzas, pero se porta conmigo de maravilla.
- Solterona, me han dicho.
- No crea que le faltarían pretendientes, si quisiera. Y vale mucho. Desde que murieron su padre y su hermano, lo lleva todo ella: el negocio, los barcos… Todo. Le gusta leer, y las plantas. Ésa es su afición. Estudia plantas raras que le traen de América. Las tiene lo mismo en libros que en herbarios y en macetas.
Mueve Mojarra la cabeza, filosófico. Después de conocer al capitán Virués y sus dibujos, ya no le sorprende nada.
- Hay gente para todo.
- Y que lo diga usted. Porque un poquito más atravesada es la señora madre, la viuda. Y seca a más no poder. Se pasa el tiempo en la cama diciéndose enferma, pero es mentira. Lo que quiere es que estén pendientes de ella, y sobre todo su hija. En la casa dicen que no le perdona a la señorita que siga viva y a cargo del negocio, mientras que el señorito Francisco de Paula, su favorito, murió en Bailén… Aun así, doña Dolores es muy paciente con su madre. Muy buena hija.
- ¿Tienen más familia?
- Sí. El primo Toño: un solterón muy bromista, siempre de buen humor, que me quiere mucho. No vive en la casa, pero viene cada tarde, de visita… La señorita tiene una hermana casada, pero ésa ya es otra cosa. Más estirada y seca. Peor persona.
Ahora le llega a Felipe Mojarra el turno de referirle cosas a su hija. Detalla así la situación en la isla de León: el cerco francés, la militarización de toda la zona, los hombres movilizados y las penurias de la población civil con la guerra en la puerta misma de casa. Las bombas, cuenta, caen un día sí y otro también, y casi toda la comida se la llevan el Ejército y la Real Armada. Escasean la leña, el vino y el aceite, y a veces no hay harina para hacer pan. Nada que ver con la vida regalada que hacen en Cádiz. Por suerte, estar alistado en la compañía de escopeteros permite llevar dos o tres veces por semana una ración de carne al puchero familiar, y no es difícil arreglárselas pescando en los caños o mariscando en el fango, con marea baja. En cualquier caso, según cuentan los enemigos que se pasan del otro lado, peor están allí. Con los pueblos esquilmados y toda la gente, franceses incluidos, reducida a la miseria. Ni vino les llega en algunos sitios, a pesar de que tienen en su poder Jerez y El Puerto.
- ¿Se pasan muchos?
- Algunos, sí. De pura hambre, o porque tienen problemas con sus jefes. Se meten nadando por los caños y se entregan en nuestras avanzadillas. A veces son unos críos, y casi todos llegan que da lástima verlos… Pero no creas. También se pasan a ellos de los nuestros. Sobre todo gente que tiene familia en aquella parte. A ésos, cuando los cogemos los fusilamos, claro. Para dar ejemplo… A uno lo conocías tú: Nicolás Sánchez.
Mari Paz mira a su padre, la boca y los ojos muy abiertos.
- ¿Nico?… ¿El de la tahona del Santo Cristo?
- Ése. Tenía la mujer y los hijos en Chipiona, y quiso irse con ellos. Lo detuvieron en el caño Zurraque, remando de noche en un botecillo.
Se santigua la muchacha.
- Eso me parece una crueldad, padre.
- También los gabachos matan a los suyos, cuando los pillan.
- No es lo mismo. El domingo dijo el cura de San Francisco que los franceses son siervos del diablo, y que Dios quiere que los españoles los exterminemos como a chinches.
Mojarra da unos pasos mirando el suelo ante sus alpargatas. Al cabo mueve la cabeza, hosco.
- Yo no sé lo que quiere Dios.
Camina un poco más y se detiene, sin levantar la vista. Aunque ya parezca mujer, Mari Paz todavía es una criatura, se dice. Hay cosas que no es posible explicar. No allí, de ese modo. En realidad, ni siquiera se las explica él.
- Son hombres como nosotros -añade al fin-. Como yo… Al menos los que he visto.
- ¿Ha matado usted a muchos?
Otro silencio. Ahora el padre mira a la hija. Por un instante está a punto de negarlo, pero termina encogiéndose de hombros. Por qué renegar de lo que hago, piensa, cuando lo hago. De la obligación ciega con lo que Dios -las intenciones de éste no son asunto de Felipe Mojarra- pueda querer o no querer. Del deber con la patria y con el rey Fernando. Lo único que el salinero sabe de cierto es que los franceses no le gustan, pero duda que sean más siervos del diablo que algunos españoles que conoce. También sangran, gritan de miedo y dolor, como él mismo. Como cualquiera.
- Alguno he matado, sí.
- Bueno -la muchacha se santigua otra vez-. Si son franceses, no será pecado.
Pepe Lobo aparta al borracho que le pide un cuarto para vino. Lo hace sin violencia, paciente, procurando sólo que el otro -un marinero desharrapado y sucio- no le estorbe el paso. El borracho se tambalea y da un traspié, perdiéndose lejos del único farol de luz amarillenta que ilumina la esquina de la calle de la Sarna.
- Hay un problema -dice Ricardo Maraña.
El primer oficial de la Culebra ha salido de la oscuridad donde lo anunciaba, inmóvil, la brasa rojiza de un cigarro. Es alto y pálido. Viste de negro con botas finas vueltas, a la inglesa, y no lleva sombrero. La luz cenital del farol ahonda las ojeras en su rostro delgado.
- ¿Grave?
- Depende de ti.
Los dos hombres caminan juntos ahora, calle abajo. Maraña, con una leve cojera. Hay bultos de mujeres y hombres en los portales y en las bocas de los callejones. Susurros en español y otras lenguas. Por la puerta o ventana de alguna taberna salen voces, risas, insultos. A veces, el sonido de una guitarra.
- El piquete vino hará cosa de media hora -explica Maraña-. Han apuñalado a un marinero americano, y buscan al culpable. Brasero es uno de los sospechosos.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El Asedio»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Asedio» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El Asedio» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.