Giovanni Odino - Volando Con Jessica

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Eraldo es un piloto de helicópteros a punto de jubilarse, que trabaja, con modestos resultados económicos, en una pequeña escuela de vuelo. La petición inesperada que se le hace para reconstruir ilegalmente un viejo helicóptero lo llevará a buscar la colaboración de dos compañeros de trabajo y de un antiguo alumno de la escuela. La fascinante novia del rico abogado que encarga el trabajo, la joven Jessica, carente de todo prejuicio, y por la que sentirá un enamoramiento senil, lo arrastrará a una aventura en la que la muerte de algunos hombres, el proyecto misterioso de la reconstrucción del helicóptero, la implicación de la mafia y las investigaciones de la policía perturbarán, hasta el inesperado desenlace, su vida y la de sus amigos.

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—Buenos días, señor. ¿Puedo ayudarle en algo?

Me ofrece una tarjeta de visita junto con la más típica sonrisa de vendedor. Leo: Primo Airoldi - Máquinas nuevas y usadas de todo tipo - Venta y alquiler. Debajo la dirección, los números de teléfono y el correo electrónico.

—Buenos días, soy Cavicchi. Creo que sí. Iba por la autopista, he visto este helicóptero y me ha entrado curiosidad. No me importaría llevármelo a mi jardín para que jugaran con él mis sobrinos.

—Bueno, aún no se puede decir que sea una chatarra. Todavía está en buen estado y podría incluso volar. Lo que le impide volar en realidad es la burocracia, porque ha sido inhabilitado por el RAN y no tiene documentos válidos.

Deja de hablar. Entiendo que espera mi petición de una aclaración y decido contentarlo. No quiero que sospeche de mis conocimientos.

—¿Qué es el RAN? —la sonrisa de satisfacción que ilumina la cara de Airoldi me hace comprender que he dado en el clavo.

—Es el Registro Aeronáutico Nacional, el equivalente del Público Registro de Automóviles, el PRA.

—Ah, entiendo. ¿Y por qué ha sido inhabilitado?

—Como con los coches, si el registro sigue siendo válido hay gastos anuales aunque no se utilice el vehículo. Además, muy importante, entra en el cálculo de la declaración de la renta. Si el dueño no quiere revisarlo por el alto coste que eso conlleva y no encuentra un comprador por esa misma razón prefiere anular los documentos oficiales.

—Entonces es verdad que podría volar.

—Uf..., con unas cuantas reparaciones... podría intentar reconstruirlo como un helicóptero para aficionados... si quiere me puedo informar.

—No, se lo ruego. Solo me interesa para tenerlo en el jardín. Soy un apasionado de la aviación, pero en el suelo. Solo vuelo con aviones de aerolíneas para ir de vacaciones.

Estoy satisfecho de ser un incompetente creíble. Prefiero exagerar que hacerle sospechar que pensamos repararlo para que pueda volar.

—¿Quiere verlo?

—Sí, y también saber cuánto cuesta. Sabe, me ha hablado sobre todo del buen estado en el que está y esto me hace pensar que se está preparando para apuntar muy alto.

—Por favor, no cuesta nada. Por lo menos le querrá dar el valor del aluminio, ¿no?

—¿Que sería...?

—Sería... se lo puedo dar por la mísera cantidad de cincuenta mil euros.

Abro mucho los ojos y digo con aparente sorpresa: —¿Cincuenta mil? ¿Hay cincuenta mil euros de aluminio en ese armatoste?

No quiero que piense que ya estoy convencido y que le daría incluso cien mil si me los pidiese.

—Mírelo bien, también por el interior, todavía tiene todos los instrumentos y la tapicería es perfecta.

Mientras tanto hemos llegado, pasando entre camiones y tractores, hasta el sector de la vasta explanada donde se encuentra el helicóptero. A primera vista las palas no me parece que estén en buen estado, pero de todas formas, por seguridad, las habría cambiado. El interior está bien, tal y como ha dicho el vendedor. A pesar de que falta algún instrumento.

—¿Y esos agujeros? —pregunto señalando espacios vacíos en el tablero de mandos.

—Bueno, sí, esos faltan, pero si lo va a usar para jugar podrá taparlos con piezas de metal. No quedará feo.

No digo nada. Le pido que abra todas las puertas.

—¿Dónde está el motor? Hago como si no supiera dónde debería estar.

—No hay. En este helicóptero el motor es una turbina, que sola valdría más de trescientos mil euros —afirma descaradamente Airoldi.

Muestro, con teatralidad, un poco de desilusión.

—Qué lástima, habría estado bien abrir los compartimentos y ver el motor.

De ninguna manera puedo decirle que, si hubiera estado, lo habríamos sustituido de todas formas.

Continúo, con la actitud de un ignorante, controlando los aspectos que me interesan más: la estructura, las costillas, los patines de aterrizaje. Me parece en buenas condiciones y no veo signos evidentes de corrosión o daños provocados por aterrizajes violentos o golpes.

—Pero esto está completamente vacío, me imagino que habría un engranaje para hacer girar la hélice —inquiero usando términos de incompetente.

—La transmisión está unida al rotor, en el helicóptero se llama así; estaba, pero se quitó. De todas maneras, sin el motor no sirve para nada. Perdía aceite y ensuciaba la parte posterior de la cabina.

—El exterior y el interior están bastante bien. Pero su afirmación de que podría volar me parece exagerada. Estoy dispuesto a gastarme diez mil euros, que ya me parecen muchos. Vendré yo a buscarlo, para evitar que sea golpeado durante el transporte. Mandaré a alguien competente que pueda desmontarlo sin estropearlo del todo. Es cierto que va a estar en un jardín, pero tiene que parecer que podría salir volando en cualquier momento. Si no, ¿dónde estaría la diversión? —Hago un guiño al vendedor.

—Nooo, diez mil es imposible. El dueño nos ha impuesto un precio mínimo de venta y no puedo venderlo tan barato. Lo siento, a ese precio no puedo hacer nada.

Veo que habla en serio. Decido elevar la oferta.

—Última, pero de verdad última oferta. Solo porque se lo prometí a los chicos. Le ofrezco veinte mil, es mi última palabra.

No es cierto; si no aceptas te daré lo que pidas, pero no es necesario que lo sepas.

—No puedo asumir esta responsabilidad, pero puedo preguntarle al propietario.

Coge el teléfono móvil y llama a un número memorizado.

—¿Doctor? Soy Airoldi, buenos días. Disculpe, pero quería hablarle de la oferta de una persona interesada en su helicóptero. Es muy inferior a lo que usted había pedido... sí.... es cierto... serían veinte mil y los gastos de transporte a cargo del comprador... sí... cierto. Que tenga un buen día, doctor. Se lo diré.

No sé por qué, pero tengo la impresión de que la llamada sea una farsa. Quizá sean las pausas, que no me parecen naturales, quizá el tono de voz...

—Ha dicho que se lo cede por treinta mil, pero solo porque está cansado de verlo. Me sorprende mucho, pero se ve que es su día de suerte.

Decididamente, era una llamada falsa. Mejor.

—Mi mujer me internará en un manicomio, pero acepto. Así que estamos de acuerdo. ¿Cuánto tiempo tengo para pagar?

—Basta dar una entrada y firmar el compromiso de compra. Después, a partir de mañana podrá venir para arreglar los papeles y recogerlo.

Dejo un depósito de cinco mil euros, firmo el compromiso, hago un montón de fotos del helicóptero.

—Asegúrese de que no sufra daños. El saldo lo haré al recogerlo, cuando esté seguro de que el helicóptero esté todavía en estas mismas condiciones.

—No se preocupe, daré la orden de que lo separen del resto.

Justo para hacer más verídica la imagen de estúpido con poder adquisitivo añado:

—Es una locura, pero mis sobrinos me adorarán.

—¿Quién no querría tener un helicóptero en su jardín? —comenta Airoldi.

Tengo la impresión de que me está tomando el pelo, pero él no sabe la razón de mi compra, así que dejo que piense lo que quiera.

***

—Estás de mal humor desde esta mañana. ¿Me vas a decir qué te pasa por la cabeza, o vamos a seguir así durante mucho tiempo?

La pregunta, hecha por Aurelio con cierto ímpetu, no provoca ninguna aparente reacción. Después de un tiempo adecuado según Lara, llega la respuesta:

—No me pasa nada por la cabeza.

Enfatizando la palabra «nada», indica claramente cuánto su recipiente mental está lleno, listo para desbordarse.

—Sé que estás pensando algo, y cuanto antes me lo digas, antes podremos recuperar un ambiente normal.

—Si tienes alguna por ahí que te pueda dar un ambiente mejor que este sufrimiento que te causo, ¡eres libre para irte!

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