Giovanni Odino - Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín

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Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín: краткое содержание, описание и аннотация

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—Solo que, ahora que el Jolly Blue Giant ha destrozado el helicóptero, tendrá que colgarse un gagarin [03] a la espalday pulverizar su esencia azul por todas las colinas. Además, ¿no es su trabajo?

Había un tono de reproche en las bromas de Carlo. Estaba contrariado por el accidente. Sabía que ahora empezaría una discusión sobre las responsabilidades de cada uno, y que los inspectores de la Dirección General de la Aviación Civil empezarían a mirar con lupa todas sus operaciones de mantenimiento. Eso le preocupaba.

Edoardo se dio cuenta, pero no se enfadó. Lo entendía, y comprendía sus temores.

—No tienes que preocuparte —le dijo, acercándose al grupo, pero manteniéndose alejado del pantano azul—. Puedo afirmar, delante de todos, que todo ha sido mi culpa. Bajé demasiado y toqué aquel árbol, en el límite del jardín con la viña que estaba fumigando.

Señaló un bonito cerezo con la mano, que desde hacía unos cuantos decenios prosperaba indiferente a las exigencias del vuelo de helicópteros.

—He modificado la posición para subir, pero no pensé que, al hacerlo, la cola habría descendido. De esa manera he acabado tocando una rama. Me he dado cuenta de que se había dañado el rotor de cola. Solo he podido evitar que el helicóptero cayera encima de la casa.

—Gracias. Sabía que eras una persona seria, además de un amigo —dijo Carlo, con expresión de alivio.

—Hoy he aprendido cómo salvarte cuando golpeas un árbol. Menos mal que lo he aprendido en tierra y no a bordo —intervino Diego.

Todos rieron, descargando la tensión.

—No te preocupes por tus lecciones de vuelo. Sigue trabajando bien y te garantizo que las darás todas como estaba programado —lo tranquilizó Edoardo.

—Vale, vale. Ni me lo había planteado.

—Te he traído uno de mis monos —dijo Carlo—. Como los llevo un poco grandes debería valerte. Sale de la lavandería. Si te está cómodo, te he traído también una camiseta, dos calzoncillos y un par de calcetines. Todo limpio y perfumado.

—Gracias, Carlo. Intentaré entrar en tu ropa. Más tarde te lo devolveré todo lavado y planchado.

—Ni se te ocurra. Después de llevarlos tú lo único que se podrá hacer es quemarlo todo.

Un Alfa Romeo Alfetta de los carabineros se paró silenciosamente detrás del Fiat Ritmo.

—¡Demonios! —exclamó Carlo—. ¡Se me ha olvidado llamar a los carabineros!

—Los he llamado yo —dijo Maurizio—. Como el cuartel competente es el de Casteggio y los conozco bien, he preferido llamar yo para explicar bien el lugar del accidente e informar de que no había ningún herido.

—Gracias —dijo Edoardo—. Siempre te anticipas a los problemas.

Mientras tanto, los dos carabineros habían bajado del coche y se habían acercado a ellos.

—Buenas tardes, mariscal, buenas tardes, cadete —dijo Maurizio.

El mariscal, una persona de media edad, bastante alto y con un físico vigoroso que le confería una fuerte presencia, respondió al saludo llevando su mano a la visera. También el cadete saludó con estilo militar.

—Presento yo que os conozco a todos —volvió a decir Maurizio—. El mariscal Adinolfi, comandante del cuartel de Casteggio, y el cadete Scafato. —Después, señalando a sus compañeros—: Él es Edoardo Respighi, el piloto. Como se ve por su mono de vuelo a medida.

El chiste provocó la risa de todos. Edoardo, que llevaba todavía el albornoz dos tallas más pequeño, recogió la ropa y se alejó unos metros, poniéndose de espaldas, para ponerse la ropa interior y el mono que le había traído Carlo.

—Me cambio enseguida, antes de que os divirtáis todos más de la cuenta —dijo.

—Ese tan serio es Carlo Rossi —continuó Maurizio—. El mecánico del helicóptero, y él es Diego Monferrino, un piloto joven que nos está ayudando. Todos saludaron con las típicas expresiones.

—¿Me confirma que solo había una persona a bordo y que nadie ha resultado herido? —preguntó el mariscal a Edoardo, que ya se había vestido. Lo único, seguía llevando las sandalias.

—Nadie, mariscal. Solo estaba yo y estoy perfectamente.

—¿Puede darme todos los datos del helicóptero: propietario, empresa e información del personal? Me refiero a ahora, al momento del accidente.

—Yo se lo doy, mariscal —intervino Carlo—. Tengo todo en el coche. Estamos esperando a los ingenieros de Aviación Civil, que deberían llegar desde Milano Linate junto al titular de la empresa. Si lo desea, mañana le puedo entregar las copias de los documentos del helicóptero.

—Gracias. Mientras tanto ayude al cadete a copiar los datos principales y después le agradeceré enormemente que me facilite las fotocopias.

El mariscal se dirigió a Edoardo de nuevo:

—Un pequeño resumen de lo que ha pasado, sin pretender imitar a los responsables de Aviación Civil, sí que tendrá que hacérmelo. Por ahora me basta que me lo cuente brevemente, pero mañana, dos líneas escuetas, con su firma, las necesito junto con las fotocopias de los documentos.

—Muy bien. Aunque es muy fácil explicar lo que ha pasado.

Edoardo explicó la dinámica del accidente y concluyó con:

—Y ese es el resultado. —Señaló, desconsolado, los restos del helicóptero en mitad del jardín.

—Viendo cómo ha quedado, se puede decir que usted ha tenido mucha suerte —comentó el mariscal.

—Hoy no era mi día —respondió Edoardo, soltando una enorme nube de humo del puro, a la que prosiguió un ataque de tos.

—Ya te había dicho que era demasiado fuerte para ti. Eres demasiado joven —bromeó Maurizio, que le mostró cómo se daban caladas al cigarro, dejando salir el humo por la nariz sin hacerlo llegar a los pulmones—. Solo superficialmente; no hay que respirarlo.

—Un poco de saliva se me ha ido por el otro lado —se justificó Edoardo.

Carlotta apareció detrás de la puerta de la cocina, y se dirigió hacia ellos. Se había puesto otra ropa. Ahora llevaba un vestido con un lazo delante: simple, pero de calidad. Le quedaba bien, y hacía resaltar su cuerpo bien proporcionado. Tenía el pelo castaño oscuro, de longitud media, todavía húmedo después de la ducha, que se iba secando en suaves rizos desordenados a los lados de su rostro. Los ojos, de un bonito color chocolate, tenían un diseño alargado, y las cejas, bien delineadas, resaltaban su dulzura. Una nariz griega acompañaba la mirada de quien la observaba desde los ojos hasta los labios, ligeramente carnosos, que servían de marco a unos dientes pequeños y regulares. En los pequeños lóbulos de las orejas llevaba dos simples anillos dorados, que acompañaba con un collar del mismo estilo. Calzaba unas sandalias con una pequeña cuña que la obligaban a asumir unos andares vagamente perturbadores. Mientras bajaba los escalones de la veranda, sus caderas se movieron capturando la atención de los presentes, sin excepciones. Los hombres se preguntaron cómo habían hecho para no verla antes. Pensaron que se debía al hecho de que su atención se había centrado exclusivamente en el accidente que acababa de ocurrir. En realidad, Carlotta se había transformado, y había sustituido a la mujer de pelo sin vitalidad, vestido estival anónimo y zapatos bajos y anchos por la versión seductora que tenían delante de ellos ahora.

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