Federico Betti - El Precio Del Infierno

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Centro histórico de Bologna. El agente de policía Stefano Zamagni se encuentra envuelto en un intento de robo que consigue desmantelar. Enseguida se conoce la identidad del atracador y de esta manera comienza la investigación para encontrarlo. Pero la actividad de las Fuerzas del Orden se ve impactada por auténticas amenazas e intimidaciones. Centro histórico de Bologna. El agente de policía Stefano Zamagni se encuentra envuelto en un intento de robo que consigue desmantelar. Enseguida se conoce la identidad del atracador y de esta manera comienza la investigación para encontrarlo. Pero la actividad de las Fuerzas del Orden se ve impactada por auténticas amenazas e intimidaciones. ¿Qué se oculta debajo de esto? Compete a Zamagni y a sus hombres descubrirlo, acabando inevitablemente en una vorágine de miedo y terror en los límites de lo imposible.

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Los dos policías subieron al tercer piso y, una vez llegados, vieron la puerta de la izquierda con el letrero ALCALDE y llamaron a ella.

Les abrió una muchacha con una camiseta roja y puños color dorado y un par de pantalones color beige.

–Buenos días. ¿Qué desean?

–Querríamos conocer al alcalde.

– ¿Tenéis una cita?

–No –respondió Zamagni –pero tenemos esto.

–Sentaos, por favor –dijo la secretaria al ver el distintivo de la policía –lo llamo enseguida.

Los dos se sentaron en butacas de piel suave y esperaron a que llegase.

Después de unos minutos se presentó ante ellos un hombre de unos cincuenta años.

– ¿Querían verme? –preguntó el hombre.

–Sí. Somos…

–Sí, lo sé –lo interrumpió Bulleri.

–Perfecto. Quería presentarle a mi amiga Alice Dane.

– ¡Claro! Entrad.

La oficina del alcalde era bastante amplia con cuadros en todas las paredes que daban un toque de elegancia al lugar.

Bulleri les ofreció un cigarro puro.

–Son de calidad. Vienen de La Habana.

Stefano Zamagni lo aceptó, aunque no había fumado ninguno antes, Alice le agradeció la invitación y se excusó diciendo que no soportaba el humo. En realidad lo odiaba.

Cuando Stefano acabó de saborear el buen cigarro cubano, sin encenderlo, los dos se despidieron del Primer Ciudadano y salieron de la oficina y del ayuntamiento.

Mientras tanto ya había atardecido. Habían transcurrido el día entero entre las calles y los lugares de San Lazzaro di Savena

VII

Alice Dane y Stefano Zamagni volvieron a entrar en el piso de San Lazzaro di Savena y pensaron en llamar a la comisaría de policía de Bologna para saber si habían descubierto alguna información interesante para ellos que podría servir para inculpar de una vez por todas a aquella persona con aquel bonito nombre de Daniele Santopietro. Quién sabe…

–No hemos tenido más noticias al respecto, lo siento –respondió la telefonista.

Zamagni se lo agradeció con un poco de amargura y disgusto que le rozaba la garganta.

En cuanto colgó el auricular el inspector esperó a que la compañera saliese del baño para darse una veloz y relajante ducha.

Después se sintió realmente mejor.

Comieron algo rápido de preparar y juntos pensaron en la manera de conseguir encontrar a su sospechoso, pero no sabían por dónde comenzar. Si era verdad, como había dicho la telefonista, que no habían tenido más noticias, quizás era verdad también que Santopietro no se encontraba ya en el piso de enormes dimensiones en vía Saffi que había registrado Alice Dane algunos días atrás. Pero entonces, ¿dónde podría estar? No sabían cómo responder a esta pregunta. La mente de ambos estaba a oscuras con respecto a esto y por el momento no tenían ni la más remota idea de cómo podrían esclarecerlo.

¿Dónde encontrarían la respuesta? ¿Una de las muchas respuestas? Pero… ¿Dónde habría acabado Daniele Santopietro? ¿Quizás alguien lo había matado por motivos personales de venganza por lo que había hecho a algún familiar? ¿Y a quién pertenecía aquella voz (la Voz) que todas las noches después de que Alice hubiera visitado al querido (¿difunto?) Santopietro por el atraco la molestaba con una frase para nada simpática Nos conocemos ?

Quién sepa responder que de un paso adelante pensó Stefano. Tenía la mente que le echaba humo y lo mismo le sucedía a su compañera. Finalmente Alice y Stefano decidieron olvidar el tema por ese día e irse a dormir, esperando conseguirlo.

Mientras tanto en Bologna la investigación sobre el caso continuaba. A ciegas, pero continuaba.

El capitán del departamento de homicidios, Giorgio Luzzi, había encargado al agente Finocchi ir a vía Saffi para descubrir si alguien había visto alejarse a Santopietro, quizás con una cierta prisa. Marco, este era su nombre de pila, salió de la comisaría, subió al coche de policía y se puso en marcha hacia vía Saffi. El coche tenía las luces intermitentes y la sirena apagada.

Marco Finocchi estaba en su primera misión de importancia: había llegado a Bologna hacia unos dos años pero formaba parte del cuerpo de policía de esta ciudad sólo desde hacía cinco meses. Antes había trabajado en Milano.

Se había mudado a Bologna porque Milano era demasiado caótica y confusa para sus gustos tranquilos y había encontrado un piso no muy lejos de la comisaría y a un costo no demasiado alto: unos ciento cincuenta euros al mes. Cerca de casa había conocido, poco después de haber llegado a la ciudad, a Elisabetta Moro, se había enamorado de ella inmediatamente y ella le había correspondido. Aquel día había sido uno de los más bellos de su vida y enseguida habían decidido prometerse y, con el paso del tiempo, quizás se casasen.

Así que decidieron ir a vivir juntos, ya que ella era una visitante en Bologna. Ella llamó a la madre que consintió sin dudarlo. Hacía años que deseaba que Elisabetta encontrase su alma gemela.

Marco Finocchi llegó a vía Saffi y apagó el motor del coche y las luces azules.

Con la pistola en la cartuchera del uniforme se encaminó por la calle. El capitán Luzzi le había dado un sobre de pequeñas dimensiones que contenía la foto de Daniele Santopietro. El agente la sacó del sobre de plástico rojo. Como era habitual se catalogaba a los sospechosos en cada sección de la policía, debajo de la cara de matón de Santopietro había una franja negra con la frase COMISARÍA DE POLICÍA y debajo un número de catalogación 3347820A.

Finn, este era el nombre abreviado que le habían dado al agente desde hacía dos meses, comenzó a mostrar la fotografía a todos los peatones que encontraba en la calle, parándose incluso en las tiendas, pensando que una persona que estaba normalmente en aquella calle, como podía ser un comerciante, hubiese podido tener la posibilidad de verlo pasar o incluso de verlo entrar en su propio negocio.

Todas las personas a las que había preguntado le habían respondido moviendo la cabeza, haciéndole entender automáticamente que no lo habían visto ni siquiera por el rabillo del ojo.

Marco Finocchi había perdido toda esperanza de encontrar algo interesante en aquella calle cuando, finalmente, halló a un hombre que consiguió decirle algo.

–Buenos días –dijo Marco – ¿Ha visto por casualidad días atrás a esta persona? –preguntó mostrando por enésima vez la foto de Santopietro.

–Mmmm…veamos…oh, sí. Cierto, lo vi el otro día. Subió a un auto extraño y partió a gran velocidad, desde aquel edificio –respondió el hombre.

El agente reconoció en el edificio aquel que le había descrito el capitán Luzzi, aquel en el que había entrado Alice Dane el día en el que vio a Santopietro la primera y última vez en su vida.

Una pizca de alegría apareció en la cara delgada de Marco Finocchi: había cumplido la misión y ahora podría volver orgulloso a la comisaría a contar la noticia, quizás un poco mísera, al capitán. Subió al coche, puso la primera marcha y partió.

Marco llegó a la comisaría, aparcó el coche en uno de los puestos disponibles para la policía, apagó el motor y entró en el departamento de homicidios.

En cuanto cruzó la puerta de entrada la telefonista de turno Francesca Baffetti, lo saludó con un gesto de la mano derecha que llamó su atención. Marco Finocchi le devolvió el saludo y se dirigió hacia la puerta de la oficina del capitán.

–Buenos días, capitán –saludó el agente.

–Buenos días, Finocchi –respondió Giorgio Luzzi, luego continuó –No es nuestro terreno pero, ¿has encontrado algo que nos pueda valer para resolver este maldito caso de atraco?

–Sí. Un hombre lo ha visto irse a buena velocidad por la calle.

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