– ¿Te gustaría ayudarme?
– ¡Ni hablar! -Adam abrió las puertas corredizas de la habitación de Tate y la empujó al interior-. Te espero en el despacho dentro de quince minutos para que me enseñes las maravillas que has hecho con la contabilidad.
Mientras se cambiaba de pantalones y camiseta, Tate repasó los acontecimientos de las tres semanas transcurridas desde que había llegado al Lazy S. Tomar el pelo a Adam había empezado como una forma de hacerle admitir la atracción sexual, y algo más, que existía entre ellos. Pero ya había comprobado que bromear con algunos tipos era imposible.
Y últimamente no había disfrutado demasiado de aquellos juegos, sobre todo porque la carga de sexualidad que había en ellos empezaba a pesarle tanto como a Adam. Además, para ella al menos, el problema era que su corazón seguía a sus hormonas.
Habría dado cualquier cosa porque Adam estuviera tan interesado por ella como Buck parecía estarlo. El joven vaquero le había pedido varias veces aquella semana que saliera con él el sábado por la noche. Y Tate estaba pensando en aceptar. Si Adam veía que había otro hombre con intenciones de conquistarla tal vez se le ocurriera hacer lo mismo.
Tate entró en el despacho con una animada sonrisa en el rostro. Adam ya había encendido el ordenador y estaba examinando las estadísticas que Tate había grabado previamente.
– ¿Qué te parece? -preguntó ella, apoyándose en el brazo de la silla giratoria en que estaba sentado Adam.
– Tiene buen aspecto -aunque, desde luego, la oficina no estaba tan ordenada como solía. Había varias tazas medio llenas de café en el escritorio, un montón de piedrecillas dispersas, algunas revistas y una camiseta decorando el suelo junto a la papelera. Y también algunas bridas y otros utensilios de montar que Tate estaba reparando en sus ratos libres.
Pero Adam no podía negar que su trabajo con la contabilidad era excelente. Tate había organizado un programa muy cómodo en el que todo quedaba muy claro.
– No me habías dicho que sabías tanto de ordenadores.
Tate sonrió y dijo:
– No me lo habías preguntado.
Se inclinó hacia él y empezó a discutir animadamente otras ideas que tenía respecto a la utilización del ordenador para organizar los negocios del rancho.
Adam empezó a limpiar automáticamente su escritorio.
– No te molestes con eso -dijo Tate, quitándole un puñado de guijarros de las manos-. ¿No te parecen bonitos? Los encontré junto al riachuelo -volvió a dejarlos en la mesa-. Jugueteo con ellos mientras estoy pensando, como si fuera un rosario o algo parecido.
– Comprendo.
Adam hizo un esfuerzo por concentrarse en lo que le estaba diciendo, más que en como le rozaba el brazo con sus senos. Para cuando terminó de hablar de sus proyectos, Tate había cambiado cuatro veces de posición. Adam lo sabía porque Tate se las había arreglado para que alguna parte diferente de sus anatomías se rozara cada vez que se movía.
Tate era totalmente ajena a las dificultades de Adam, porque ella también estaba teniendo problemas para concentrarse. Estaba ocupada pensando en como hacer que Adam se fijara en que había aceptado la invitación de Buck para salir al día siguiente por la tarde. Sólo tenía que asegurarse de que la viera saliendo con el vaquero de pelo castaño.
Sus pensamientos debieron conjurar a Buck, porque de pronto apareció en la puerta de la oficina.
– Necesito que venga a ver el sistema de irrigación para que decida si hay que repararlo o sustituirlo -dijo Buck.
– Enseguida voy -dijo Adam.
Buck ya se había vuelto para irse cuando Tate comprendió que aquella era una oportunidad perfecta para llevar adelante su plan.
– Oh, Buck…
El vaquero se volvió de inmediato al oírla
– ¿Sí?
– He decidido aceptar tu oferta de ir a bailar mañana por la noche.
El rostro de Buck se animó inmediatamente al oírla.
– ¡Estupendo! Si te parece bien, te recogeré a las siete.
La tormentosa expresión que se apoderó del rostro de Adam fue todo lo que Tate deseaba.
– Muy bien. Nos veremos a las siete -dijo.
– ¿Viene ya, jefe? -preguntó Buck.
– Dentro de unos minutos.
Adam mantuvo los puños apretados mientras se volvía hacia Tate.
– ¿De qué iba todo eso?
– Buck me había invitado a bailar en Knippa el sábado por la noche y he pensado que podía ser divertido.
Adam no podía prohibirle ir. Como Tate le había aclarado, no tenía ninguna relación de parentesco con ella. Pero no podía evitar tener recelos. No había forma de saber cómo reaccionaría Buck Magnesson si Tate lo sometía al mismo juego sensual que él había tenido que soportar durante las pasadas tres semanas. Si Tate decía «por favor», lo más probable sería que Buck dijera «gracias» y aceptara lo que le ofrecían.
De pronto, Adam se oyó a sí mismo prohibiéndole a su hermana Melanie salir con un joven al que él consideraba un poco lanzado. Se oyó diciéndole que él sabía mejor que ella misma lo que le convenía. Y recordó las terribles consecuencias de su excesivo control sobre ella. A Adam no tenía por qué gustarle que Tate hubiera decidido aceptar la invitación de Buck. Pero si no quería repetir las equivocaciones que cometió con su hermana pequeña, debía aceptarlo.
– Que lo pases bien mañana por la noche con Buck -dijo y se volvió para salir.
Tate frunció el ceño mientras veía cómo se alejaba. Esa no era exactamente la reacción que había esperado. ¿Dónde estaban los celos? ¿Por qué no le proponía quedarse con él? De pronto, deseó haber pensado las cosas con más cuidado. Aceptar la invitación de Buck no había servido para que Adam se diera cuenta de lo que se estaba perdiendo.
Se sintió un poco culpable por haber pensado en utilizar a Buck para provocar los celos de Adam. Pero ya que su plan había fallado, lo menos que podía hacer era disfrutar de la salida con Buck teniendo la conciencia tranquila.
Tate había hecho arreglar su camioneta y la utilizó para ir hasta San Antonio aquella tarde para hacer unas compras. Podía haber llevado los vaqueros al baile, pero decidió que lo menos que podía hacer por Buck era acompañarlo con el mejor aspecto posible.
Encontró un bonito vestido que se sujetaba al cuello y apenas tenía espalda. El corpiño le quedaba como un guante y tenía un poco de escote. El tono amarillo con flores blancas contrastaba con su pelo negro y realzaba el tono dorado de sus ojos. Giró una vez frente al espejo y comprobó que la falda iba a revelar una buena porción de sus piernas si Buck era la clase de bailarín al que le gustaba hacer girar mucho a su pareja.
La sonrisa de Buck cuando Tate le abrió la puerta el sábado hizo que mereciera la pena el esfuerzo de haberse comprado el vestido. Pero Tate no pudo evitar sentir cierta decepción porque Adam no estuviera allí para verla irse. Al parecer, había hecho sus propios planes para esa tarde.
Tate descubrió que Buck era un compañero muy entretenido. El vaquero también tenía varios hermanos mayores, y se pusieron rápidamente de acuerdo.
– ¡Nada es peor que soportar un buen ejemplo!
Buck y Tate intercambiaron historias terribles sobre hermanos mayores que les hicieron reír durante casi toda la cena.
Cuando cruzaron el umbral del Grange Hall, en Knippa, el grupo de música country ya estaba tocando. El local estaba cargado de humo de tabaco que competía con el olor a sudor y a colonia. La pista de baile estaba abarrotada de parejas, los hombres con el típico sombrero vaquero y las mujeres con faldas vaqueras y botas.
Mientras se dirigían a la pista, el grupo empezó a tocar un vals.
– ¿Bailamos? -preguntó Buck, abriendo los brazos.
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