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Linda Howard: Cercano Y Peligroso

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Linda Howard Cercano Y Peligroso

Cercano Y Peligroso: краткое содержание, описание и аннотация

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Bailey Wingate está cansada de tener que amenazas de sus maquiavélicos hijastros. Seth y Tamzin no toleran que su fallecido padre se casase con su secretaria y que ésta heredase toda su fortuna. Una fortuna que ahora administra a su antojo y que ha provocado una auténtica guerra familiar. Un año después de la muerte de su marido, Bailey vuela a Denver en un avión privado para disfrutar de unas vacaciones, un viaje que termina con un aterrizaje de emergencia en medio de ninguna parte. Aislados del mundo, Bailey y su atractivo piloto, Cam Justice, tendrán que luchar no sólo por sobrevivir en unas condiciones hostiles, sino también por no dar rienda suelta a sus ocultas y nuevas pasiones. En estas circunstancias la soledad les proporciona mucho tiempo para pensar y ninguno de los dos cree que el accidente fuera algo casual… Pero ¿quién podría querer matarlos? Cercano y peligroso es una novela llena de sensualidad y de intriga, con un ritmo vertiginoso. Linda Howard nos obsequia con una narración en la que las aventuras extremas y el aislamiento llevan a nuestros protagonistas al límite de sus sentimientos.

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– Apoyo esa moción -gruñó Cam-. Vete a casa.

– Ya he tomado un analgésico para la congestión -protestó Bret-. Pero todavía no ha hecho efecto.

– Entonces no lo va a hacer en el tiempo que te falta para volar.

– A ti no te gusta llevar a la familia.

«Especialmente a la señora Wingate», pensó Cam, pero dijo en voz alta:

– No es tan importante.

– Yo le gusto más.

Ahora Bret hablaba como un niño ofendido, pero, por otra parte, siempre hacía pucheros cuando algo interfería en su tiempo de vuelo.

– Puedo aguantarla durante cinco horas -dijo Cam implacable. Si él podía, ella definitivamente también-. Tú estás enfermo. Fin de la discusión.

– Te he sacado las predicciones meteorológicas -anunció Karen-. Están en tu ordenador.

– Gracias. -Fue a su oficina, se sentó a la mesa y empezó a leer. Bret se quedó de pie en la puerta, con aspecto de no saber qué hacer-. Por el amor de Dios -dijo Cam-, vete al médico. Parece como si te hubieran echado gas lacrimógeno. Debes de tener una reacción alérgica a algo.

– Está bien. -Estornudó violentamente y después tuvo un ataque de tos.

Desde donde Cam estaba sentado no podía ver a Karen, pero oyó un zumbido; inmediatamente Bret se quedó envuelto en neblina.

– Ah, por el amor de Dios -rezongó el enfermo, manoteando para apartar la neblina-. No puede ser bueno respirar esto.

Ella se limitó a seguir fumigando.

– Me rindo -murmuró él después de manotear inútilmente durante unos segundos, porque perdía terreno contra la nube-. Me voy, me voy. Pero si tengo un fallo respiratorio porque me has rociado con Lysol, ¡estás despedida!

– Si estás muerto no puedes despedirme. -Roció por última vez hacia su espalda, mientras él salía de la oficina dando un portazo.

Después de un momento de silencio, Cam dijo:

– Echa un poco más. Fumiga todo lo que ha tocado.

– Necesito un bote nuevo. Éste está casi vacío.

– Cuando vuelva te compraré una caja entera.

– Por ahora fumigaré los pomos de las puertas que ha tocado, pero, por si acaso, mantente fuera de su oficina.

– ¿Y el baño?

– No pienso poner un pie en el servicio de hombres. Creía que erais seres humanos, pero una vez entré en un servicio y casi me desmayo de la impresión. Entrar en otro probablemente me originaría episodios psicóticos. Si quieres tener el baño desinfectado, tendrás que hacerlo tú mismo.

Por un momento él pensó en el insignificante detalle de que era ella la que trabajaba para ellos, pero luego consideró también la posibilidad de que la oficina se convirtiera en el caos más absoluto si Karen no estaba allí. En el caos o en un infierno. Y estaba seguro de ello. Cuando sopesó esos dos puntos de vista, concluyó que fumigar el baño no entraba en la lista de responsabilidades de Karen.

– Ahora mismo no tengo tiempo.

– El baño no va a marcharse a ninguna parte, y yo uso el de señoras.

Lo que significaba que no le importaba si el de los hombres quedaba o no desinfectado.

Miró a través de la puerta abierta, y se dio cuenta en ese momento de cuántas conversaciones entre ellos tenían lugar con Karen en la oficina de fuera y él en la suya, y la mayoría de las veces él no podía verla.

– Voy a instalar un gran espejo redondo -dijo-. Justo junto a la puerta de entrada.

– ¿Para qué?

– Para verte cuando hablo contigo.

– ¿Para qué quieres hacer eso?

– Para saber si estás riéndote.

* * *

Cam depositó su maletín en el compartimento del equipaje, después inspeccionó el Skylane, dando una vuelta en torno a él, buscando algo que estuviera suelto o deteriorado. Tiró, empujó, pateó. Subió a la cabina del piloto y repasó los procedimientos previos al vuelo, tachando cada uno en una lista en su sujetapapeles. Se sabía de memoria este procedimiento, podría hacerlo dormido, pero nunca confiaba exclusivamente en su memoria; un momento de distracción y podría pasar por alto algo crucial. Seguía la lista para saber que lo controlaba todo. A tres mil metros de altura no era precisamente el momento adecuado para descubrir que algo no funcionaba.

Al mirar el reloj vio que era casi la hora de la llegada de la señora Wingate. Puso en marcha el motor, y escuchó su sonido mientras cogía fuerza y se regularizaba. Revisó el instrumental en los monitores, inspeccionó una vez más que todos los datos fueran correctos; después examinó el tráfico de la zona antes de dirigirse lentamente hacia la cadena de entrada frente al edificio de la terminal, donde recogería a su pasajera. Con el rabillo del ojo vio un atisbo de movimiento en dirección al aparcamiento y echó una mirada lo suficientemente larga hacia allí para verificar que un Land Rover verde oscuro estaba aparcando en el sitio vacío más cercano.

Verla en el Land Rover siempre le sorprendía. La señora Wingate no parecía del tipo de mujeres que conducen un vehículo deportivo; si estuviera viéndola por primera vez, habría pensado que preferiría un modelo grande de lujo; no uno deportivo, sino uno de esos con chófer mientras ella iba en el asiento de atrás. Pero, al contrario, siempre conducía ella misma, poniendo la tracción a las cuatro ruedas, como si pretendiera ir campo a través en cualquier momento.

El tiempo se le había echado encima. Normalmente Bret estaría ya en la entrada y la habría ayudado a sacar su equipaje para colocarlo en el interior del avión. Cam vio cómo se quedaba de pie durante un momento, mirando al Skylane acercarse; después cerró la puerta y se dirigió a la parte trasera del vehículo para empezar a sacar su equipaje. Él todavía estaba a unos buenos sesenta metros de ella; le resultaría imposible llegar allí a tiempo.

Estupendo. Probablemente ella comenzaría el vuelo ya enfadada, porque nadie había estado allí para ayudarla. Por otra parte, al menos no se había quedado esperando con gesto altivo hasta que alguien apareciera.

Cuando estuvo en posición, apagó el motor y saltó fuera. Según se volvía hacia la puerta la vio salir del edificio de la terminal, tirando de una maleta con una mano mientras llevaba un gran bolso en la otra. Karen la acompañaba arrastrando otras dos maletas.

La señora Wingate lo vio acercarse y se volvió hacia Karen.

– Creía que Bret iba a ser mi piloto -dijo con su tono frío y neutro.

– Está enfermo -explicó Karen-. Créame, no le gustaría a usted tenerlo cerca.

La señora Wingate no se encogió de hombros ni dejó que en su expresión se reflejara ni un atisbo de lo que estaba pensando.

– Claro que no -dijo brevemente, con los ojos completamente ocultos por las oscuras gafas de sol que llevaba puestas.

– Señora Wingate -saludó Cam cuando llegó junto a ellas.

– Capitán Justice. -Cruzó la puerta en cuanto él la abrió.

– Permítame llevar sus maletas. -En silencio ella soltó la maleta antes de que la mano de él se acercara siquiera al asa. Siguiendo su ejemplo, él no dijo palabra mientras colocaba el equipaje en el compartimento, preguntándose si habría dejado algo de ropa en el armario. Las maletas eran tan pesadas que no habría podido llevarlas en una compañía comercial sin pagar una suma considerable por exceso de equipaje. Cuando llevaba un solo pasajero, a menudo prefería que se sentara a su lado y no en uno de los cuatro asientos para pasajeros que estaban detrás de la cabina del piloto, en parte porque era más fácil hablar con él con los auriculares del copiloto puestos. Ayudó a la señora Wingate a montarse en el avión tendiéndole la mano mientras subía la escalerilla y después ayudándola a pasar al interior; ella se sentó a su lado, dejando patente que no quería hablar con él.

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