Jessica Hart - Una chica prudente

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Jane era una chica prudente, todos lo decían. Diez años antes, su prudencia le había impedido escaparse con Lyall Harding, un muchacho de su pueblo. Ahora, Lyall había vuelto y, lejos de ser el chico impulsivo, irresponsable y descarado que todos recordaban, se había convertido en el reputado director de una multinacional.
Jane necesitaba conseguir un contrato de su empresa para mantener el negocio familiar. Pero, tal y como estaban las cosas, iba a ser Lyall quien decidiera las condiciones…

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Las manos de Dorothy se pararon al recordar el pasado.

– Vi a Mary poco después de que él se hubo marchado. Estaba muy deprimida. Lyall sólo tenía diecisiete años y por su puesto estaba preocupada por él, pero, por otro lado, sabía que si seguía allí habría tenido problemas con el padre. Creo que de alguna manera se fue por ella, y que cuando volvió también lo hizo por ella. Nunca le dijo lo enferma que estaba, y se lo debió decir demasiado tarde. Lyall volvió el día antes de que muriera -Dorothy dio un suspiro y siguió abriendo otro sobre-. Pero me imagino que no hace falta que te diga todo esto, ¿verdad, Jane? Tú debes de saberlo mejor que nadie.

¿Debía saberlo? Jane miró hacia abajo. Ella nunca había sabido los problemas que Lyall tenía en su casa. Nunca supo que él había vuelto para ver a su madre morir. En realidad, nunca había sabido mucho sobre su vida aquel verano. «Nunca te interesaste realmente por mí», había dicho, y estaba en lo cierto. Había estado preocupada siempre por Kit y por su padre, y nunca se había preguntado por los sentimientos de Lyall. Él era mucho mayor que ella, y siempre parecía tan vital, tan fuerte, que nunca se le había ocurrido que pudiera tener algún problema.

– No estoy segura. Él nunca me habló de sus padres. Si odiaba tanto a su padre, ¿por qué se quedó cuando su madre murió?

– Joe estaba muy deprimido cuando Mary murió -recordó Dorothy-. Me imagino que Lyall pensó que tenía que ayudarlo, aunque no creo que fuera la principal razón.

– Entonces, ¿qué fue?

– ¡Tú, claro! -contestó Dorothy mirándola con incredulidad-. No lo conocías de antes, porque él había estado ocho años fuera y había cambiado mucho. Antes estaba con una chica diferente cada semana, pero aquel verano estuvo sólo contigo.

Y con Judith. ¿Y cuántas otras chicas de las que él no le contó nada?

– No había cambiado tanto -dijo, y recordó cómo trataba a Dimity-. Y ahora tampoco.

Jane se fue a su despacho y trató de concentraste en el informe sobre la mansión, pero las palabras de Dorothy no las podía olvidar. Había sido egoísta, como Lyall había dicho. Era cierto, ella era muy joven, pero podía haber hecho un esfuerzo por entender por qué se comportaba de aquella manera. No iba a cambiar la opinión que tenía de él, se aseguró con firmeza, pero si volvía a llamar contestaría, no para decir que lo sentía, ¿por qué iba a tener que disculparse?, pero sólo para demostrar que era capaz de ser una persona civilizada.

Pero Lyall no volvió a llamar, como si hubiera cambiado de opinión. Jane se dijo a sí misma que era lo mejor, pero siempre estaba esperando que Dorothy dijera que Lyall estaba al teléfono. Cada vez que sonaba se sobresaltaba, y si estaba fuera al volver miraba impaciente los mensajes que tenía.

Un día, cansada de soportar otro fin de semana contestando al teléfono para descubrir que era Alan, decidió aceptar una invitación de unos amigos que tenía en Bristol. ¡Si Lyall no quería llamarla, mejor!

Cuando Alan supo sus planes, quiso acompañarla.

– Podemos visitar a mis padres de vuelta -sugirió impaciente.

– No -dijo Jane, tomando aliento para explicar de nuevo a Alan que su matrimonio era algo imposible. Cuando terminó, Alan tenía una expresión tan triste que Jane se sentía mal, pero por lo menos la había escuchado y había entendido.

– Lo siento -declaró-. Espero que sigamos siendo amigos, de todas maneras.

Alan pareció ver en ello una señal, pero no pudo convencerla de que no hiciera el viaje sola, y Jane aquel viernes por la tarde, cuando se metió en su furgoneta sola, lo hizo con un suspiro de alivio. ¡Iba a estar un fin de semana sola, sin pensar en Alan, en Lyall o en Kit!

Y es lo que intentó, por supuesto. Fue agradable volver a ver a Beth y a Tony, pero cuando hablaban o se reían no podía evitar pensar si su teléfono estaba sonando. Lyall podía dejar un mensaje en el contestador, de todas maneras, se aseguró, antes de enojarse consigo misma. ¿Qué estaba pasando? Se suponía que no tenía que importarle si llamaba o no.

Cuando volvió, lo primero que hizo fue escuchar los mensajes, pero su corazón dio un vuelco cuando no encontró ninguno. Salió al jardín para mitigar su tristeza entre las plantas. ¿Qué pasaba si Lyall no quería volver a hablar con ella? Evidentemente se había marchado de Penbury, o por lo menos es lo que él había dicho que haría. No lo había visto hacía un mes, y seguro que estaría detrás de cualquier otra mujer. ¡Quienquiera que fuese Jane la compadecía!

El lunes por la mañana Jane fue hacia la mansión para llevar pintura sus hombres.

Dimity salía en ese momento del coche y la saludó.

– ¡Hola, Jane! -gritó con entusiasmo-. ¡Me alegro de verte!

Su entusiasmo hizo que Jane apretara los dientes y se pusiera alerta. ¿Cómo es que de repente quería hacerse amiga suya? Era el tipo de mujer que se mostraba agradable si había hombres alrededor, para que apreciaran su encanto-. ¿Qué tal el fin de semana?

– Muy bien -contestó Jane-. ¿Y tú?

– ¡Maravilloso!

¿Por qué no podía hablar como todo el mundo, en lugar de hablar con ese tono tan chillón? Jane esbozó una sonrisa breve y se volvió para descargar la pintura de la parte de atrás de su furgoneta.

– Lyall vino el fin de semana -declaró Dimity con una mirada provocativa-. ¡Cuidado! -exclamó cuando vio que Jane estuvo a punto de tirar uno de los botes de pintura sobre su pie.

– Lo siento -se disculpó Jane, deseando haberla hecho daño.

– ¿Qué te estaba diciendo? Ah sí, Lyall… es tan amable, ¿verdad?

– Puede ser encantador cuando quiere.

– Conmigo siempre es encantador -Dimity lanzó un suspiro profundo-. Este fin de semana es la primera vez que hemos hablado. ¿Sabes la sensación que es encontrarte a un hombre y ver que todo entre vosotros es perfecto, como si os conocierais de toda la vida?

– No -contestó Jane.

– Pues fue así con Lyall. Ya sé que Lyall ha conocido muchas mujeres en el pasado, pero a juzgar por las cosas que decía creo que quiere estabilizar su vida.

– ¿De verdad? -preguntó Jane fríamente.

– Sí; de hecho incluso ha… Creo que es mejor que no diga nada. Me parece que por ahora no quiere que nadie sepa sus planes.

– En ese caso, es mejor que no los vayas contando por ahí.

Dimity se quedó un poco seria ante el reproche de Jane, pero enseguida continuó.

– Lyall y yo vimos a Alan en el pub el sábado. El pobre estaba muy deprimido porque te habías ido el fin de semana sin él, pero conseguí que se alegrara un poco. Tienes que tener cuidado de no perderlo, no hay muchos hombres como Alan -dicho lo cual se dirigió hacia la casa, sin llevar ninguna de las latas de pintura.

Jane la miró con desagrado. ¿A qué se refería cuando había hablado sobre los planes de Lyall? ¡Si Dimity pensaba que su simpleza era suficiente como para hacer que un hombre como Lyall se asentara, era más tonta de lo que pensaba!

Cuando volvió al despacho el teléfono estaba sonando y Dorothy contestó.

– Hola, me alegra que llames… estoy bien… No, no mucho… Trabaja mucho como siempre… Eso es exactamente lo que he dicho… -hubo una pausa larga y entonces Dorothy comenzó a tomar notas-. Sí… sí… sí. De acuerdo.

– ¿Quién es? -susurró Jane, y Dorothy tapó el auricular con la mano.

– Lyall Harding.

– Bien, estaré en mi despacho -contestó con deliberada tranquilidad. Se sentó en su mesa y se colocó mientras esperaba que Dorothy le pasara la llamada. Hablaría con él, sólo por una vez, para decirle que estaba bien, y que se alegraba que estuviera pensando en instalarse con Dimity.

Esperó, pero no hubo llamada. Sólo se escuchó que Dorothy colgaba y a continuación el teclado del ordenador cuando comenzó a escribir.

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