Lynsey Stevens - En los brazos del deseo

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– Me casé contigo de buena fe, Kasey. Quiero una esposa. Para que me sirva de anfitriona y caliente mi lecho.
¿Era Jordan Caine totalmente honesto con ella? ¿No era el casarse con ella un pretexto para ocultar su deseo por la mujer de su hermano? ¿Y cómo podía Kasey acusarlo de motivos deshonestos cuando sus propias razones para convertirse en la esposa de Jodan resultaban sospechosas? El matrimonio estaba condenado al fracaso desde el principio, mas Kasey complicó las cosas al enamorarse de Jordan.

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Jordan le dirigió una breve mirada antes de volver a prestar toda su atención a la carretera y le dio la mano.

– Pareces cansada. Ha sido un día largo, ¿verdad?

– Sí -Jordan no tenía ni idea de lo largo que había sido. Y todavía faltaba la noche, se dijo Kasey.

– ¿Preferirías que durmiéramos en un hotel en vez de ir directamente hasta la casa?

– Oh, no, estoy bien -se apresuró a decir Kasey-. No está muy lejos, ¿verdad?

– No mucho.

– Me comentaste que esa casa pertenecía a tu familia. Se obligó a entablar una conversación intrascendente. Cualquier cosa con tal de ignorar el contacto de los dedos de su esposo sobre su mano.

– Sí. Mi padre la construyó hace años, como refugio, supongo. Mi madre adora las Montañas Azules y los dos pasan largas temporadas aquí cuando mi padre quiere olvidarse de las presiones del negocio. ¿Conocías esta región?

– No -negó Kasey con la cabeza-. Cuando salíamos de Akoonah Downs, solíamos ir al mar. Después de estar en la granja, la playa nos parecía el paraíso.

– Lo comprendo. A nosotros nos pasa todo lo contrario. Vivir en la ciudad convierte las montañas en un sueño. La vista desde allí es majestuosa. La casa está situada sobre una meseta a unos doscientos veinticinco metros de altura.

Kasey se estremeció. Iba a estar sola con Jordan en un lugar alejado del mundo.

– ¿A qué distancia están los vecinos más cercanos? -preguntó con voz trémula.

– Como a medio kilómetro -dijo Jordan y la volvió a mirar-. Supongo que no te molestará que haya concedido a los Jensen, la pareja que cuida la casa, unos días de descanso, ¿verdad?

Kasey lo negó, pero en el fondo estaba aterrorizada. Apartó la mano de la de su esposo.

Iban por una serpenteante carretera y Jordan se concentró en conducir bajo la pertinaz lluvia. Al cabo de un rato, se desvió y llegaron a la casa de campo de la familia Caine.

Jordan apretó un botón en el control remoto del tablero de instrumentos y la verja se abrió.

La casa se erguía majestuosa en la cima de la meseta. Su diseño se adaptaba a la perfección del paisaje, aprovechando los contornos naturales del terreno.

Jordan dirigió el coche hacia el patio techado que había frente a la entrada principal y apagó el motor. No había dejado de llover.

Jordan se bajó del coche y fue al otro lado para abrirle la puerta a su esposa.

– Bienvenida a Valley View, señora Caine -sonrió mientras la ayudaba a bajar.

Kasey miró a su alrededor, mientras Jordan subía los escalones de la entrada principal para abrir la puerta. Se detuvo allí a esperar a su joven esposa. Ella avanzó con pies de plomo.

– Es preciosa -comentó Kasey y antes de que pudiera darse cuenta de lo que ocurría, su esposo la cogió en brazos-. ¡Jordan, bájame! Peso demasiado -protestó.

– ¡Boberías! Es una tradición, hay que cruzar el umbral con la novia en brazos -la besó con suavidad mientras la dejaba en el suelo. Sin soltarla de la cintura encendió la luz del vestíbulo.

Jordan la miró con una sonrisa.

– Me alegro de que hayamos seguido hasta casa -dijo-. Entra mientras voy a buscar el equipaje -se volvió y la dejó allí.

Como aturdida, Kasey observó a su marido dirigirse al coche. Acababa de ser levantada como si no pesara nada. Todavía podía sentir el vigor de sus brazos y se estremeció.

Jordan se reunió con ella, y cerró la puerta con el pie. El apagado ruido del picaporte pareció resonar dentro de Kasey como el badajo de una campana portentosa.

– Te voy a enseñar la casa -bajó la media docena de escalones que llevaban al salón y luego condujo a su esposa hacia una escalera que llevaba a un pasillo.

Kasey lo siguió vacilante. Pasaron delante de cuatro habitaciones hasta llegar a una habitación que estaba al final del pasillo. Con una opresiva sensación de fatalidad, Kasey entró en el cuarto.

Las paredes eran de color azul claro y el lecho estaba cubierto con un edredón bordado de color azul. Unas cortinas de color azul turquesa adornaban un ventanal que daba al valle.

Jordan dejó las maletas en el suelo y se volvió hacia ella. «Si me toca ahora, voy a ponerme a gritar como una histérica», pensó nerviosa, Kasey.

Jordan arqueó una ceja y una leve sonrisa tembló en sus labios.

– Te dejo sola. Iré a preparar un poco de café mientras te refrescas. El cuarto de baño está allí -dijo con amabilidad-. Cuando estés lista te espero en el salón que está al lado del vestíbulo -y salió del cuarto.

Kasey suspiró lentamente. Le dolían todos los músculos del cuerpo, estaba agotada. La tensión comenzaba a afectarla.

En ese momento, lo único que le apetecía era tumbarse en la cama apaciblemente en el olvido. Pero no podría ser. Todavía había muchas cosas que tenía que explicarle a Jordan y debía hacerlo esa misma noche.

Se dirigió lentamente hacia el cuarto de baño y se asomó adentro. Era increíblemente lujoso.

Se miró en el espejo y observó su extremada palidez. Parecía estar a punto de desmayarse.

Volvió a la habitación y sacó sus artículos de belleza para dejarlos en el cuarto de baño. Luego sacó el seductor camisón que había comprado para su luna de miel antes de oír la fatídica conversación de Jordan y Desiree en el jardín de la mansión Caine.

La prenda era de color marfil y caía con la suavidad de un velo. Kasey acarició la delicada tela. Era la prenda que habría escogido una mujer pensando en su amante.

Apartando de su mente aquellos pensamientos, se encaminó al baño y cerró la puerta. El agua caliente de la ducha la reanimó.

Cuando se puso el camisón y el salto de cama se miró en el espejo para cepillarse el pelo. Se observó con atención.

Al menos el camisón no era transparente. Se sonrojó. De cualquier modo, la fina tela se ajustaba a su cuerpo de una forma peligrosamente seductora. Se cruzó de brazos, temiendo que Jordan hubiera entrado en la habitación, y salió. Afortunadamente, su marido no estaba allí.

Kasey volvió a suspirar profundamente y se preparó mentalmente para encontrarse con él en el salón. Se puso unas zapatillas y salió al pasillo.

Jordan le ofreció una taza de humeante café en cuanto entró y Kasey le sonrió agradecida.

Sin duda él había estado en la habitación mientras ella se duchaba, pues se había cambiado de ropa. Llevaba el mismo albornoz que llevaba cuando la joven se había despertado en su cama aquella mañana que en ese momento le parecía tan lejana. Y estaba tan atractivo como entonces.

Cuando Jordan se inclinó para pasar el café a Kasey, ésta clavó la mirada en el ancho pecho que quedó al descubierto con aquel movimiento.

– Ven a sentarte aquí -Jordan le señaló los mullidos sillones y Kasey decidió sentarse enfrente de él-. Abriría las cortinas, pero está lloviendo y ha oscurecido muy pronto -hizo una pausa y luego continuó-. Se ve el mismo paisaje desde nuestro dormitorio.

«Nuestro dormitorio». Aquellas palabras lo decían todo. Jordan estaba seguro de que iban a dormir en la misma cama. Kasey se estremeció y dio un sorbo a su café. Jordan suspiró, se echó hacia atrás en su asiento y se cruzó de piernas.

– Me alegro que todo haya pasado, ¿tú no?

– Sí, no… es decir… -farfulló Kasey y su esposo la miró con una indulgente sonrisa.

– Tranquilízate, mi amor -dijo con desenfado-. No voy a tirarme encima de ti como un troglodita para llevarte a mi cueva. Por lo menos hasta que nos hayamos terminado el café -añadió con una sonrisa traviesa.

– Jordan, tenemos que hablar. Me gustaría haberlo hecho antes, pero no he encontrado el momento oportuno -Kasey respiraba con dificultad-. Creo que no deberíamos… Prácticamente no nos conocemos y creo que no debemos…

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