Eso era lo último que necesitaba. Ser nombrado jefe ejecutivo de la empresa y más especulaciones sobre el fin de su soltería.
El fin de su soltería. Michael se quedó petrificado mientras una brillante idea cristalizaba en su mente. De acuerdo, Elijah la había mencionado antes, pero él era el único que podía hacerla realidad.
– Wentworth, eres un genio -susurró para sí-. Con esta idea todo el mundo sale ganando.
Media hora para pensar cuidadosamente en la idea. Diez minutos para llegar a la panadería. Uno y medio para averiguar que Beth estaba en su apartamento y para llamar a la puerta en lo alto de las escaleras.
Sólo un instante más y la puerta se abrió.
Con el frío de enero a sus espaldas y la sorprendida expresión de Beth ante él, Michael fue directo al grano.
– Cásate conmigo -dijo.
Beth miró a Michael, sin fijarse en sus palabras, sólo consciente del gastado albornoz que se había puesto tras ducharse.
¿Encontraría algún placer sádico aquel hombre en ir a verla cuando peor aspecto tenía?
– ¿Has oído lo que he dicho? -Michael pasó al interior del apartamento y cerró la puerta a sus espaldas.
Beth dio un paso atrás, ciñéndose el albornoz. Con aquel traje oscuro y la corbata, Michael parecía uno de los miembros de la dirección que solía visitar el orfanato de cuando en cuando, no un hombre que acabara de proponerle matrimonio.
¿Matrimonio? Tragó con esfuerzo y dio otro paso atrás.
– ¿Qué has dicho?
– Te he pedido que te cases conmigo.
Beth sintió un cosquilleo recorriéndole el cuerpo.
– No me lo has pedido. Creo que has dicho «cásate conmigo».
– Exacto -Michael sonrió ampliamente.
Aquella sonrisa hizo que Beth sintiera que se derretía por dentro. Se cruzó de brazos, sintiendo que se le ponía la carne de gallina.
– No tiene sentido -dijo. Miró hacia la cuna atraída por los sonido se Mischa que parecía a punto de despertar.
– Tiene mucho sentido -contestó Michael. Sin preguntar, cruzó la habitación y se sentó en el sofá-. Así, todo el mundo gana.
Beth se acercó a la cuna y tomó a Mischa en brazos antes de que sus balbuceos se convirtieran en un intenso llanto. El bebé parpadeó y ella le frotó la nariz con la suya.
– Hola, bebé -susurró, para darse un minuto de tiempo. Sosteniendo a Mischa contra su corazón como si fuera una armadura se volvió hacia Michael-. No te sigo. ¿Puedes explicarme de qué estás hablando?
Michael palmeó sus muslos con sus manos y se puso en pie ágilmente.
– Eso se debe a lo feliz que me siento con la idea -volvió a sonreír-. Debería haber pensado en ello hace semanas.
¿Feliz? Desde luego, lo parecía. Su rostro tenía una expresión juvenil y encantada, y Beth sintió un escalofrío de placer viéndolo. ¿Cuánto hacía que un hombre no la miraba así? Riendo, excitado, como si fuera ella lo que quisiera.
Había dicho que quería casarse con ella.
Sentó al bebé en el cochecito y se quitó lentamente la toalla que tenía enrollada en la cabeza.
– Lo siento… acabo de salir de la ducha.
Había dicho que quería casarse con ella.
La juvenil sonrisa ensanchó el rostro de Michael.
– No me importa el aspecto que tengas. Sólo quiero tener tu nombre en un certificado de matrimonio.
Matrimonio. Compartir la vida con alguien. Crear una familia con Michael y Mischa. Sueños que ya creía olvidados florecieron al instante en su mente.
– No puedes hablar en serio -susurró, mientras su mente se llenaba de imágenes de Michael en su dormitorio, acariciándola con sus fuertes manos. A pesar de que Michael era casi un desconocido, la imagen hizo que el estómago se le contrajera.
– Claro que hablo en serio. Tú. Yo. Un matrimonio de conveniencia. ¿No es así como lo llaman?
El buen humor de Michael resultaba tan contagioso que Beth estuvo a punto de devolverle la sonrisa. Entonces la realidad se hizo patente.
– ¿Un matrimonio de conveniencia?
– Exacto. Firmaremos un acuerdo prenupcial y luego nos casaremos. Yo me libraré de la empresa, conseguiré mi dinero, compraré el rancho y después te devolveré tu libertad junto con suficiente dinero para que tú y Mischa tengáis la vida resuelta.
Michael volvió a hablar con tal convicción que Beth estuvo a punto de asentir.
– Espera un minuto -se frotó con fuerza el pelo con la toalla, como si aquello pudiera hacer que la conversación adquiriera cierto sentido común.
Michael se plantó ante ella de una zancada.
– Tengo un abuelo cascarrabias y patriarcal que se niega a aceptar que es él quien debe dirigir el negocio de la familia, no yo, ¿de acuerdo? -se pasó una mano por el cabello-. Tengo que obligarle a volver, o de lo contrario se pondrá enfermo pensando en la muerte de mi hermano Jack, y de paso hará que yo me vuelva loco atándome a Wentworth Oil.
Beth estaba al tanto de la muerte de Jack Wentworth. También conocía la reputación de Joseph Wentworth de ser un testarudo pero exitoso hombre de negocios.
– Sigo sin entender dónde encajo.
– A menos que me case, tendré que esperar tres años para hacerme con el fideicomiso que me corresponde.
A continuación, Michael le habló del proyecto que tenía para el rancho con su amigo Elijah. Caballos. Sementales. Cuadras. Beth no sabía mucho sobre ranchos, pero el entusiasmo en la voz de Michael le ayudó a hacerse una imagen vivida de su sueño.
– Sigo sin saber muy bien dónde encajo -repitió cuando Michael acabó.
Él abrió los brazos, sonriendo.
– Serías mi esposa temporal.
Beth tragó con esfuerzo.
– ¿No crees que el matrimonio debería ser…? -retorció la toalla en sus manos -¿… por amor?
Michael desestimó aquella idea con un despectivo gesto de la mano.
– Deja esas cursilerías para otros.
– ¿Tú no…?
– No digas más. Sólo piensa. Mi abuelo consigue lo que quiere. Yo consigo lo que quiero. Tú consigues lo que quieres.
¿Y qué quería exactamente ella?, pensó Beth. Volvió a retorcer la toalla…
– Ese es el problema -Michael tomó el extremo suelto de la toalla y tiró de ella hacia sí-. No ves lo que yo estoy viendo.
Sus ojos eran de un intenso marrón con un borde dorado. Olía como su cazadora… cálido, excitante, masculino.
Beth se humedeció los labios con la lengua.
– ¿Y qué ves? -preguntó, sintiéndose repentinamente femenina y deseable.
De pronto, Michael soltó el extremo de la toalla y se apartó.
– Una persona a la que le vendría bien algo de ayuda -dio otro paso atrás y miró al bebé-. Una madre con un bebé del que hacerse cargo.
Todo el asunto quedó claro en un instante. Michael quería una esposa temporal y conveniente y había pensado en ella. Porque le daba pena. En ningún momento la había visto como una mujer, como un individuo.
Pero Beth ya había recibido suficiente caridad durante los primeros dieciocho años de su vida. Cinco años atrás juró no volver a hacerlo.
Se sintió bastante aliviada al descubrir que Michael aceptó con bastante calma su negativa.
Michael se detuvo al pie de las escaleras del apartamento de Beth.
«¿Qué diablos me pasa?»
Nunca aceptaba un no por respuesta.
Tal vez había sido el nuevo corte de pelo de Beth lo que lo había distraído. O el fresco aroma a jabón de su piel desnuda. O aquel fino albornoz…
Gruñó y metió las manos en los bolsillos de sus pantalones. ¡Había estado tan cerca de conseguirlo…!
¿En qué se había equivocado? ¿No le había explicado con claridad las ventajas?
«Vuelve a preguntárselo».
Su personalidad de hombre de negocios lo incitó a volver a subir las escaleras.
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