Pero no la amaba.
En el aparcamiento del hospital, detuvo el coche sin apagar el motor.
– Este asunto atañe a tu familia -dijo, sin mirar a Michael-. Voy a volver a la panadería. Supongo que podrás regresar con alguien de tu familia.
Michael alargó una mano y giró la llave para apagar el motor.
– Lo que atañe a mi familia te atañe a ti también. Tu sitio está a mi lado.
Beth tuvo que mirarlo. No se había fijado en que aún llevaba su anillo de casado. Ella también llevaba el suyo.
Sus manos empezaron a temblar y tuvo que aferrarse al volante para ocultarlo.
– Ya hemos pasado por esto, Michael.
Él se pasó ambas manos por el pelo.
– Pensaba que podríamos ocuparnos de esto después de ver a Sabrina.
– ¿Ocuparnos de qué?
Mischa empezó a lloriquear, Beth se volvió para tomarlo en brazos, pero Michael apoyó una mano en su hombro.
– Déjame hacerlo -dijo-. Probablemente sólo tiene frío -se volvió y sacó al bebé de su sillita. Junto su nariz con la de Mischa-. Hola, amiguito -sonriendo, metió al pequeño bajo su abrigo, de manera que sólo asomaban sus ojitos y su nariz.
Beth temió que su corazón se rompiera.
Pero no podía volver a Michael por razones equivocadas.
Él debió percibir el dolor de su expresión, porque alargó una mano y la colocó bajo su barbilla.
– Siento haberte hecho infeliz.
– «Puedes dejar un tronco en el agua tanto como quieras. Nunca se convertirá en un cocodrilo» -murmuró Beth.
La mandíbula de Michael se tensó.
– Empiezo a cansarme de tanto refrán. ¿Qué se supone que quiere decir ese?
Beth se encogió de hombros.
– Que no debería haber esperado que te convirtieras en algo que no eres.
– El playboy no puede convertirse en padre y marido -Beth asintió sin decir nada-. ¿Y si el playboy madura? ¿Y si de pronto comprende que sólo ha estado rozando la superficie de la vida y decide que debe empezar a vivir plenamente? -Mischa miraba a Beth con la misma seria intensidad de Michael. Éste siguió hablando con voz ronca-. ¿Y si el hermano del playboy murió a los treinta y cinco años y luego él atestiguó el nacimiento de un bebé y a la vez encontró a una mujer con coraje, fuerza y belleza? ¿No le cambiaría eso?
Beth tragó con esfuerzo. Su voz también surgió ronca cuando habló.
– Claro que le cambiaría. Pero podría seguir sin creer en el amor.
– Porque nunca lo había experimentado -Michael tomó una mano de Beth, se la llevó a los labios y la besó con ternura-. He sido un idiota, Beth. Todo lo que he sentido… todo lo que me haces sentir… no sabía… -se interrumpió y presionó la mano de Beth contra su pecho.
Ella sintió los poderosos latidos de su corazón. Pero tenía que escuchar las palabras. Tenía que oírlas para saber con certeza.
– ¿Michael?
El corazón de Michael latió más deprisa.
– Te quiero, Beth. Antes no sabía cómo definir lo que sentía, pero tienes que creerme. De lo contrario no me habría sentido tan triste y desasosegado después de que te marcharas.
El corazón de Beth latió al unísono con el de él.
– Tienes formas muy retorcidas de conseguir lo que quieres -murmuró. No podía ser. Michael no podía amarla realmente.
– Vamos, cariño -dijo él, acariciándole el pelo-. ¿No puedes creer que alguien te quiera? Porque yo te quiero. Te quiero mucho.
¿Alguien la quería? ¿Michael? Resultaba difícil de creer. ¿Beth Masterson, llamada así por la enfermera que la encontró abandonada ante la entrada del hospital Masterson, podía ser amada, realmente amada?
Era lo que había buscado toda su vida.
Y allí estaba el amor, ante ella, como un juguete brillante que no podía tener.
«Si quieres algo más que nada en el mundo, estate preparada para jugártelo todo». Alice también había dicho eso. Y ella quería al maravilloso hombre que estaba a su lado, con su bebé en brazos, más que a nada en el mundo.
– Si te doy mi amor… -si se lo daba todo, ¿cómo la correspondería él? ¿Con coches nuevos, abrigos nuevos, cosas para hacerla supuestamente feliz?
– Te corresponderé con el mío -replicó Michael.
Los ojos de Beth se llenaron de lágrimas, pero sonrió.
– Es cierto que me quieres.
Michael sonrió, feliz.
– Claro que te quiero -se inclinó hacia ella y le dio un rápido beso-. ¡Puf! El tronco se convierte en cocodrilo -su sonrisa se ensanchó-. Es una nueva versión de la rana y el príncipe.
Beth rió, luego lloró y después secó sus lágrimas en el hombro de Michael cuando éste la tomó entre sus brazos. Cuando Mischa protestó al empezar a sentirse el interior de un sándwich entre sus padres, éstos se apartaron y fueron al hospital. Ese día estaban teniendo lugar muchos asuntos importantes.
Tomados del brazo, fueron a la sala de espera de maternidad. Joseph Wentworth y Josie estaban allí, con sus rostros relucientes.
Beth sonrió a ambos. Eran su familia.
Se volvió hacia Michael, que llevaba a Mischa en brazos. Sus hombres.
– Me ha gustado esa sonrisa -murmuró su marido.
– Te quiero -contestó ella.
Un click y un destello acompañaron el beso de Michael, aunque pasaron desapercibidos para Beth.
Y el momento hizo una bonita foto en la siguiente edición del Freemont Springs Daily. El día de San Valentín había estado lleno de excitantes acontecimientos para la familia Wentworth.
Los habitantes de Freemont suspiraron viendo el amor que manifestaba el ex playboy Michael Wentworth por su reciente esposa.
Bea y Millie se sintieron felices por la joven que habían tomado bajo su protección.
El doctor Mercer Manning, especialista en cirugía dental, inspeccionó detenidamente las encías del bebé de Michael y Beth, que sonreía a la cámara. ¡Y pensar que ese mismo día había nacido otro niño Wentworth, el hijo de Jack! El doctor Manning se frotó las manos y sonrió para sí. Ah. Otra generación de trabajo dental.
La vida era maravillosa.
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