Maureen Child
De Nuevo Junto a Ti
De nuevo junto a ti (2010)
Serie:Los King / Los reyes del amor
Título original:Claiming King's baby (2009)
Justice King abrió la puerta y se encontró cara a cara con su pasado.
Allí estaba ella, mirándolo con aquellos ojos azul claro que tanto ahínco había puesto en olvidar. El viento jugaba con su melena pelirroja y una media sonrisa colgaba de sus labios.
– Hola, Justice, cuánto tiempo -lo saludó.
«Exactamente ocho meses y veinticinco días» , pensó él.
Justice miró de arriba abajo a aquella mujer alta, de mentón desafiante y nariz pecosa. No había cambiado nada.
Justice se fijó en que tenía la respiración entrecortada y supo que estaba nerviosa. Eso le pasaba por haber ido. La miró a los ojos.
– ¿Qué haces aquí, Maggie?
– ¿No me vas a invitar a pasar?
– No.
No quería tenerla cerca.
– ¿Qué formas son éstas de tratar a tu esposa? -le preguntó Maggie entrando. Su esposa.
Automáticamente, Justice se encontró tocándose con el dedo pulgar izquierdo el anular de la misma mano, pero no encontró su alianza, pues había dejado de llevarla el mismo día que Maggie se había ido de casa.
Los recuerdos se apoderaron de su mente y Justice cerró los ojos para ahuyentarlos, pero no le fue posible. No había nada capaz de parar aquellas imágenes… Maggie desnuda en la cama jadeando de placer, Maggie gritándole y llorando, Maggie yéndose sin mirar atrás.
Después de aquello, él había cerrado la puerta de su casa y, con ella, su corazón.
No había cambiado nada.
Seguían siendo los mismos que cuando se casaron y se separaron. Así que Justice cerró la puerta y se giró hacia Maggie.
La luz invernal se colaba por la ventana del vestíbulo y se reflejaba en el espejo de la entrada. Sobre la mesa estaba el florero de color azul cobalto que no había albergado flores en su interior desde que Maggie se había ido.
De repente, el silencio de la casa cayó sobre ellos.
Los segundos pasaron y Justice se limitó a esperar. Sabía que Maggie llevaba fatal el silencio y se preguntó cuánto tiempo iba a tardar en hablar porque, de hecho, era una mujer muy conversadora.
¡Cuánto había echado de menos eso!
Había medio metro entre ellos y, aun así, Justice sentía la atracción. Se moría por tomarla entre sus brazos y saciar su sed, pero consiguió controlarse.
– ¿Dónde está la señora Carey? -le preguntó Maggie de repente.
– De vacaciones -contestó Justice.
Ojalá no hubiera sido así, pero era cierto que la señora Carey estaba en Jamaica.
– Qué suerte -comentó Maggie. -¿Te alegras de verme? -añadió ladeando la cabeza.
Más que alegre, Justice estaba perplejo. Al irse, Maggie le había jurado que jamás volvería a verla y así había sido… sin contar la cantidad de veces que había aparecido en sus sueños para atormentarlo.
– ¿Por qué has venido, Maggie? ¿Qué haces aquí?
– Buena pregunta -contestó dirigiéndose al salón.
Una vez allí, miró a su alrededor. Allí seguían las dos paredes cubiertas de libros, la enorme chimenea de piedra, las comodísimas butacas y los estupendos sofás que había comprado ella misma y que había dispuesto para crear una zona de estar y, por supuesto, los ventanales desde los que se veían los árboles centenarios y las interminables hectáreas del rancho.
– No has cambiado nada -comentó.
– No he tenido tiempo -mintió Justice.
– Ya -respondió Maggie girándose hacia él con furia en los ojos.
Justice sintió que el deseo se apoderaba de él con la fuerza de un rayo. Siempre le había sucedido así cuando Maggie se enfadaba. Siempre habían sido como aceite y agua, siempre independientes y paralelos. Nunca se habían mezclado realmente, nunca habían formado un todo y, tal vez, a eso se debiera parte de la atracción que había entre ellos.
Maggie no era mujer de cambiar por un hombre. Era como era. «Lentejas, las comes o las dejas» .
Él siempre había elegido comérsela y sabía que, si Maggie se acercaba un poco más, se la volvería a comer.
– Mira, no he venido a discutir -le dijo irritada.
– ¿A qué has venido?
– A traerte esto.
Dicho aquello, Maggie metió la mano en su enorme bolso de cuero negro, sacó un sobre de color crema y se lo entregó.
– ¿Qué es esto? -le preguntó Justice aceptándolo.
– Los papeles del divorcio -contestó Maggie cruzándose de brazos-. No has firmado la copia que mis abogados te enviaron, así que no he tenido más remedio que traértela en persona. Supongo que te resultará más difícil ignorarme si estoy de pie delante de ti, ¿verdad?
Justice dejó caer el sobre encima de la butaca que tenía más cerca, se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y se quedó mirando a su esposa.
– No te he ignorado.
– Ya-contestó Maggie en tono molesto-. Entonces, ¿qué has estado haciendo? ¿Jugando? ¿Haciendo todo lo que estaba en tu mano para enfadarme?
Justice no pudo evitar sonreír.
– De ser así, parece que lo he conseguido.
– Claro que lo has conseguido -contestó Maggie acercándose a él.
Sin embargo, se paró antes de acercarse demasiado, como si supiera que, si pasaba de cierta distancia, la atracción que había entre ellos explotaría y aquello se convertiría en un infierno que ninguno de los dos podría controlar.
Justice siempre había sabido que era lista.
– Hace meses que me dijiste que nuestro matrimonio había terminado, así que haz el favor de firmar los papeles.
– ¿A qué vienen tantas prisas? ¿Acaso ya estás con otro?
Maggie lo miró indignada, como si la hubiera abofeteado.
– Eso no es asunto tuyo. Tú limítate a firmar los papeles del divorcio. Dejaste muy clara tu postura hace unos meses, así que sé consecuente.
– Yo no te dije que te fueras -protestó Justice.
– No, pero me fui por tu culpa.
– Te recuerdo que fuiste tú la que hizo las maletas, Maggie.
– Porque no me dejaste otra opción -contestó ella con un hilo de voz-. Por favor, terminemos con esto cuanto antes -añadió.
– ¿Crees que firmando estos papeles habrá terminado todo? -contestó Justice acercándose y poniéndole las manos en los hombros antes de que a Maggie le diera tiempo de distanciarse.
¡Cuánto la había echado de menos!
– Te recuerdo que tú terminaste con nuestra relación hace tiempo -contestó Maggie.
– Fuiste tú quien se marchó.
– Y tú me dejaste ir -le espetó Maggie mirándolo a los ojos.
– ¿Y qué iba a hacer? ¿Atarte a una silla?
Maggie se rió con frialdad.
– No, tú jamás harías una cosa así, ¿verdad, Justice? Tú jamás intentarías convencerme para que me quedara. Tú jamás irías a buscarme.
Aquellas palabras lo hirieron, pero no dijo nada. Lo cierto era que no, no había ido a buscarla. El orgullo se lo había impedido. ¿Qué iba a hacer? ¿Suplicarle para que se quedara? ¿Después de que le hubiera dejado claro que, por su parte, su matrimonio había terminado? No, había preferido dejarla marchar.
Maggie se apartó el pelo de la cara.
– Bueno, aquí estamos otra vez, echándonos las culpas el uno al otro, yo gritando y tú imperturbable, con esa cara de estatua que pones, y sin abrir la boca.
– Yo no pongo cara de estatua -se defendió Justice.
– ¿Cómo que no? Mírate en el espejo -contestó Maggie riéndose e intentando alejarse.
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