Christie Ridway - El Final del Camino

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El Final del Camino: краткое содержание, описание и аннотация

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Estaba acostumbrado a vivir con el peligro, pero ella ya no quería ese tipo de vida…
Después de diez años en coma, Linda Faraday se había aferrado a la vida y había despertado. Lo único que recordaba era que había estado trabajando de incógnito para descubrir los turbios negocios de Cameron Fortune. De repente se encontraba con que había sobrevivido y con que tenía un hijo de diez años. Ahora que Ryan Fortune ya se había ido, el agente federal Emmett Jamison estaba dispuesto a ayudarla, aunque no parecía que la idea lo emocionara demasiado. La atracción que había entre ellos no tardó en hacerse incontrolable. Pero Linda no creía que Emmett encajara en sus nuevos planes de vida: sólo deseaba una existencia sencilla con un hombre sencillo. Emmett, sin embargo, se dedicaba a perseguir a su peligroso hermano. Claro que quizá Linda no estuviera hecha para la tranquilidad…

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– ¡No te engañes!-gritó Emmett tras ella-. Soy un hombre cínico, frío, distante y obstinado. Espera y te lo demostraré.

Linda se metió en el cuarto de baño y cerró la puerta tras ella.

Emmett todavía estaba sonriendo cuando sonó su teléfono móvil.

– Jamison al habla -contestó.

– Lo mismo digo -respondió una voz.

Emmett se olvidó inmediatamente de la primavera y el sol. Una nube oscura volvía a cernirse sobre él y el aire pareció llenarse del olor del azufre. Caminó a grandes zancadas hacia la puerta y observó el pasillo. Para asegurarse de que Linda estuviera a salvo.

– ¿Dónde demonios estás Jason?

– ¿Crees que he llamado para decírtelo, hermanito? Entonces eres más estúpido de lo que pensaba.

Emmett apretó los dientes. Desde una perspectiva un tanto perversa, Jason tenía derecho a su arrogancia. Había conseguido escapar de la cárcel para secuestrar a Lily Fortune. Y Emmett, con toda su experiencia, no había sido capaz de atraparlo cuando habían ido a entregar el rescate.

– Imaginábamos que a estas alturas estarías de camino hacia alguna isla del Pacífico o hacia Sudamérica para disfrutar de tu rescate -respondió, intentando calmarse.

– Te encantaría que estuviera fuera del país, ¿verdad?

Lo que a Emmett le encantaría era detenerlo de una vez por todas.

– Me gustaría saber por qué has llamado, Jason.

– Esta mañana he leído el periódico de Red Rock.

Aquélla era una pista. Su hermano estaba suficientemente cerca de allí como para tener acceso a un periódico local.

– Yo no he tenido oportunidad de leerlo -respondió Emmett.

– Pero no creo que te haya hecho falta leerlo para saber que Ryan Fortune te ha dejado una buena cantidad de acciones y de dinero.

Al parecer, habían trascendido a la prensa algunos detalles sobre la herencia de Ryan.

– Eh, eso no es cosa mía, es cosa de Ryan.

– ¿Y por qué vas a tener derecho a quedarte tú con el dinero de los Fortune cuando he sido yo el que ha luchado duramente para conseguirlo?

Jason creía tener derecho a la riqueza de los Fortune desde que eran niños y su abuelo, Farley Jamison, vivía obsesionado con el dinero con el que podría haber hecho realidad sus grandiosas aspiraciones políticas.

– Pero tú ya tienes parte del dinero de los Fortune. El rescate de Lily, por ejemplo -señaló Emmett.

– Ahora eso no me preocupa -le espetó Jason.

– ¿Ya no te importa el dinero?

– No tanto como la posibilidad de hundirte, hermanito. Vigila tu espalda, Emmett, porque voy por ti.

Interrumpió la llamada. Emmett permaneció de pie, con la mirada fija en el teléfono que todavía tenía en la mano. Vaya, vaya, vaya. Aquello daba un nuevo giro a la situación. El hombre al que tenía que atrapar había prometido atraparlo a él.

«Muy bien», pensó, «que gane el mejor».

Capitulo 4

A la mañana siguiente, Emmett estaba sentado a la mesa de la cocina, con una taza de café en la mano. Había pasado la noche sin dormir por culpa de la llamada de Jason. Iba por él, le había dicho. Como si fuera a quedarse esperándolo.

Jason no le daba miedo. Pero no había duda de que era un hombre inteligente y Emmett tenía otras cosas en las que pensar, además de en él mismo. Sin embargo, Jason no tenía la menor idea de dónde residía en aquel momento y jamás se le ocurriría buscarlo en la casa de invitados de los Armstrong. Jason no sabía siquiera de la existencia de aquella pareja, y tampoco sabía nada de Ricky y de Linda.

Pero, maldita fuera, la verdad era que hasta entonces él tampoco había hecho nada. Al ocuparse de Linda estaba desatendiendo la promesa de llevar a Jason ante los tribunales. Su hermano iba por él y aquello no le gustaba.

– Buenos días.

Alzó la mirada hacia Linda que, aún somnolienta, entraba en aquel momento en la cocina con una bata y la marca de la almohada en la mejilla.

Emmett gruñó algo en respuesta y se aferró a la taza mientras el deseo se disparaba de nuevo en su interior.

Linda entrecerró los ojos y se apartó un mechón de pelo de la cara.

– Eres Emmett Jamison, ¿verdad?

¿Sería otro síntoma de su lesión o estaría bromeando?

– La última vez que lo comprobé, era yo.

– Sí, eso me ha parecido, pero tu forma de saludarme me ha hecho dudar.

– ¿Mi forma de saludarte?

– Sí, ese gruñido tan alegre con el que me has dado los buenos días.

– Oh, lo siento -definitivamente, estaba bromeando.

– No, no tienes por qué disculparte. Yo tampoco suelo despertarme de muy buen humor. Después de salir de… mi situación, me encontraba muchas veces confundida ante un rostro nuevo y desconocido. De modo que aprendí a adivinar si era una persona conocida por la calidez de su respuesta. Y la tuya me ha hecho pensar que eres un completo desconocido.

Era curiosa la capacidad que tenía Linda para hacerle sonreír y sentirse culpable al mismo tiempo. Y se sintió más culpable todavía cuando vio que Linda tenía la mirada fija en la cafetera vacía.

– Déjame prepararte un café -le dijo, y comenzó a levantarse.

– No, no. Yo sé prepararme un café. Ensayé en el centro de rehabilitación. Era como un jardín de infancia, ¿sabes? Jugábamos a las casitas para aprender a hacer las cosas más sencillas.

Comenzó a preparar el café, pero en el momento en el que abrió la cafetera y se encontró con el filtro lleno de posos, se quedó mirándolo fijamente.

Al igual que el día anterior en el supermercado, Emmett percibía la confusión que irradiaba su cuerpo. Estaba tensa, con los hombros rígidos. Y Emmett sintió un extraño dolor en el pecho al verla. Estaba a punto de levantarse cuando Linda le pidió con voz tensa:

– Recuérdame lo que tengo que hacer.

Emmett soltó silenciosamente la respiración que estaba conteniendo involuntariamente.

– Tira los posos y el filtro a la basura, que está debajo del fregadero -le indicó-. Los filtros limpios los dejamos en ese tarro que está al lado del molinillo.

Linda cruzó hasta el fregadero y Emmett sintió una inmensa alegría cuando la vio tirar el filtro antiguo y regresar a la cafetera con el nuevo.

– Lo sabía -le indicó Linda mientras colocaba el filtro-, sabía que había que tirar los posos, pero en el centro sólo practicábamos con cafeteras limpias y este tipo de cosas se me olvida. Soy consciente de que hay algo que debería hacer, pero no recuerdo el qué.

Conmovido por sus palabras, Emmett dijo lo primero que se le ocurrió:

– Admiro que seas capaz de pedir ayuda. No debe de ser fácil.

– No es fácil -terminó de preparar la cafetera y la encendió-. No quiero necesitar ayuda ni admitir que la necesito. Pero hasta que adquiera un poco de práctica, es la única manera de sobrevivir.

Se acercó al horno y puso el temporizador en funcionamiento.

– Son pequeñas estrategias. Así es como consigo sobrevivir. Una de mis estrategias es usar el temporizador del horno. Sé que necesito cinco minutos para hacer un café. Si no fuera por la alarma, podría quedarme aquí esperando todo el día. A menos que lo hubiera apuntado en mi libreta, otro de mis apoyos favoritos.

La naturalidad con la que lo explicaba también era digna de admiración. Aquella mujer no estaba pidiendo compasión.

De modo que, ignorando el dolor de su pecho, Emmett volvió a gruñir algo y leyó la sección del periódico que tenía ante él. No alzó la mirada hasta que sonó la alarma del horno y Linda volvió a la mesa para llenar las tazas.

– Gracias.

– Eso tendría que decirlo yo -contestó Linda-. Soy consciente de que a causa de lo que me ha ocurrido, no he sido muy agradecida, pero ésa es otra de las habilidades que poco a poco voy adquiriendo.

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