Un mechón de pelo oscuro caía suavizando su alta y ascética frente y sus ojos vigilantes estaban ocultos por largas y espesas pestañas.
Su larga nariz recta, su boca firme, la fuerte barbilla, todo sugería un hombre de infinita fuerza y aguante. Era, pensó con un ligero cosquilleo en el vientre, asombrosamente atractivo.
No parecía en absoluto peligroso, más bien podría ser el hermano o el tío de cualquiera. Bajó la vista hacia la niña enroscada contra su hombro. O un padre amoroso. Pero el aspecto podía defraudar mucho. Y allí había más de un tipo de peligro.
Sophie parecía absolutamente dormida también. Sólo Dios sabría por lo que había pasado aquella niña, pero era evidente que estaba mal nutrida y agotada. Quizá pudiera llevarla hasta la cama sin despertarla.
Pero cuando intentó deslizarse, aquellos grandes ojos oscuros se abrieron de golpe y el pequeño cuerpo se tensó en sus brazos. Antes de que pudiera gritar, Dora le posó un dedo en los labios y miró a Gannon. Entonces, al comprender que Dora quería que guardara silencio, ella misma se llevó el dedo a los labios. Dora sonrió y Sophie le devolvió la sonrisa.
Hasta el momento bien.
Consiguió levantarse con al niña en brazos y aunque sus músculos se quejaron, consiguió pasar por encima de las piernas extendidas de Gannon. Se esforzó por no mirarlo, segura de que sentiría su mirada y se despertaría.
Se escabulló en silencio hacia la puerta convencida a cada paso de que se despertaría y su voz rompería el silencio para preguntarle adonde iba. Pero consiguió llegar hasta la puerta sin despertarlo, subir las escaleras y con el corazón desbocado, meter a Sophie en la cama.
Hizo otro gesto de silencio antes de meter la mano bajo la cama para buscar el teléfono y sin perder tiempo, marcó el único número que se sabía de memoria.
Le pareció que pasaba una eternidad antes de que diera señal de llamada y cuando por fin contestaron, no era su hermano, sino su ama de llaves. Bueno, era demasiado temprano.
– ¿Puedo hablar con Fergus, por favor? -susurró.
– Lo siento, no puedo oírla bien. La línea no debe estar muy bien -dijo la señora Harris.
– Fergus -susurró Dora desesperada-. ¿Está ahí?
– No creo que haya bajado todavía. Un momento.
Escuchó que posaban el receptor y los pasos de la señora Harris alejarse por el recibidor. Hubo una larga pausa, en la que Dora contuvo el aliento.
Entonces oyó la fría voz de Fergus decir con frialdad:
– Kavanagh.
Y supo exactamente cuál sería su reacción. Se pondría paternalista. Igual que había hecho cuando le había contado sus planes de embarcarse en un viaje de ayuda humanitaria por Europa, convencido de que lo llamaría a la semana para pedirle que la sacara de allí.
Y recordó su silencioso juramento de morder cristales antes que pedirle ayuda.
Y había pasado tres noches de pesadilla en Grasnia con los suministros humanitarios a salvo tras ella, tres días en los que podría haber gritado con toda la fuerza de sus pulmones y su bien conectado hermano no podría haber hecho nada por ella. Había sobrevivido al agotamiento, a los soldados hostiles, a las condiciones primitivas, a la falta de agua potable y comida decente y a los horrores de los campos de refugiados. Y a los disparos.
Y ahora que estaba a salvo en casa, ¿iba a recurrir a Fergus ante el primer problema? Él estaba a miles de millas de distancia, por Dios bendito. ¿Qué podría hacer? Y lo más importante, ¿qué se le ocurriría hacer? Llamaría al inspector, al que seguro conocería y pediría que una unidad armada fuera a la granja a liberar a su hermana de una terrible situación en la que se había metido ella sola.
De acuerdo, nadie podría describir la irrupción de Gannon con Sophie en su vida como agradable, ¿pero necesitaba de verdad que Fergus acudiera en su ayuda?
Ella había ido a Grasnia a ofrecer ayuda, no a pedirla. Había buscado el desafío. Y sin embargo, cuando un hombre se colaba por su puerta, lo único que se le ocurría era gritar en busca de ayuda.
Y si Gannon era quien decía, no corría ningún peligro. Y si hubiera estado asustada, no hubiera ido hasta el teléfono, habría salido corriendo. Y si hubiera querido a la policía, la podría haber llamado ella misma.
Sophie estaba arrodillada en la cama con los enormes ojos solemnes y la cabeza ladeada como si estuviera esperando la decisión de Dora.
– ¿Hola? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? -sonó insistente la voz de su hermano.
Gannon y Sophie estaban metidos en problemas. Quizá estuviera siendo estúpida, pero de repente comprendió que quería ayudarlos tanto como a los refugiados de Grasnia.
– Lo siento mucho. Debo haberme equivocado de número -murmuró en voz baja para que no se la pudiera reconocer.
Y antes de poder cambiar de idea, metió el teléfono en el cargador escondiéndolo bajo la cama. Entonces, apartándose el pelo de la cara, sonrió a Sophie.
– Vamos, dulzura, creo que te vendría bien un baño.
Gannon se despertó lentamente, se estiró y aunque sintió una punzada de dolor en el costado, fue menos fuerte que la noche anterior. Quizá no se hubiera hecho tanto daño como había creído. O quizá fuera que se sentía mucho mejor después de dormir y comer como no había hecho en días.
Pero hacía más frío; del fuego apenas quedaban unas brasas y se estremeció. Lo que necesitaba era un café caliente y después se enfrentaría a la pila de problemas que le esperaban.
Pero al estirarse más y frotarse los ojos, comprendió que el desayuno tendría que esperar. El sillón del otro lado del fuego estaba vacío. Sophie y Dora habían desaparecido.
Gannon estaba de pie y a mitad de camino de la puerta cuando oyó la carcajada de su hija. Se detuvo completamente sorprendido ante el inesperado sonido. Oyó un grito y subió corriendo las escaleras.
Dora, arrodillada al lado de la bañera le estaba echando agua a Sophie con las manos y se volvió cuando él entró de forma brusca.
– Hola -le saludó con una sonrisa. Llevaba una enorme camiseta azul y unas mallas tan ajustadas como una segunda piel. Se había recogido el pelo y apenas llevaba maquillaje. No había nada calculado en su aspecto, pero estaba preciosa-. Nos lo estábamos pasando bien. ¿Quieres jugar?
Gannon tragó saliva sin poder moverse. ¿Jugar? ¿Tendría la menor idea de lo que estaba diciendo?
– Me preguntaba dónde estaríais -dijo con rigidez.
– ¿Y dónde íbamos a estar? Me pareció una pena despertarte -dijo con una sonrisa-. Parecías estar tan en paz.
– ¿De verdad?
Pues en ese momento no se sentía nada en paz, turbado por el efecto de su boca jugosa cuando le sonreía.
– Y pensé que a Sophie le gustaría darse un baño.
– Pues has acertado.
– Mmm -se movió para dejarle sitio y dio una palmada al borde de la bañera-. Pero te advierto que a Sophie le gusta salpicar.
Gannon se arrodilló a su lado, pero no estaba mirando a Sophie. Dora se había duchado, tenía el pelo todavía mojado y olía a gloria y él no podía apartar los ojos de ella. Por un momento, mientras se miraban el uno al otro, Gannon sintió como si la conociera de toda la vida. Entonces Sophie, cansada de que no le hicieran caso, los duchó con una palmada bien calculada y no dejó de reírse hasta que le suplicaron que parara.
Cuando Gannon se dio la vuelta para sacar una toalla de las estanterías notó que Dora seguía mirándolo con intensidad y el ceño un poco fruncido.
– ¿Dora?
Ella siguió mirándolo antes de darse la vuelta y envolver a Sophie con la toalla.
– ¿Por qué no vas a empezar a preparar el desayuno, Gannon? Mientras, yo buscaré ropa más adecuada para Sophie.
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