Lucy Gordon - La esposa del magnate

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El hombre del que se había enamorado no era como ella creía en absoluto.
Selena era una mujer fuerte e independiente que tenía el dinero justo para sobrevivir. Cuando se enamoró de Leo Calvani, lo creyó su alma gemela porque él también llevaba una vida sencilla en la Italia rural y también era hijo ilegítimo…
Pero al ver su casa se dio cuenta de que no era el hombre que ella pensaba: vivía en una casa enorme, poseía otras dos villas y su tío era conde. Y aún le quedaba otra sorpresa: resultaba que tampoco era hijo ilegítimo, con lo que se convertía en el heredero del conde. Aquello era una verdadera pesadilla porque Selena no tenía la menor intención de convertirse en condesa.

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Luego, corrieron por la playa para nadar en el mar. A Selena le encantó. Se había pasado la vida trabajando, y tontear al sol y en las olas sin más objetivo que pasarlo bien era una experiencia nueva. Empezó a pensar que quizá Venecia no estuviera tan mal después de todo.

Pero cuando terminó el día y hubo que volver, le dio la impresión de que el gran palacio la esperaba para tragársela.

Encontró a Leo triste pero resignado.

– No hay salida -dijo-. He pasado el día examinando mi futuro con abogados y contables. Están buscado el modo de que pueda compensar económicamente a Guido sin tener que vender la finca.

– ¿Podrán hacerlo?

– Si lo hago a lo largo de varios años, sí.

– ¿Y qué piensa Guido de eso?

– Dice que hagamos lo que me parezca mejor. Le da igual. Está tan contento de haberme cargado con esto que es como un niño de vacaciones. Y detrás de ese encanto juvenil hay un hombre de negocios astuto. Con su tienda de regalos gana una fortuna. Pero, por supuesto, tengo que darle lo que le pertenece.

– ¿Y conservarás la finca?

– Sí, pero la vida cambiará para nosotros.

– Para nosotros -asintió ella-. Quizá tenía que haber estado contigo en vez de que me enviarais a jugar.

– No creo que nadie intentara excluirte, es solo que todos hablábamos en italiano y no lo habrías entendido.

– Claro -sonrió ella.

– Quiero decir que ni los abogados ni los contables hablan inglés, y habríamos tenido que traducir.

– No importa. Tienes razón. No me concierne a mí, ¿verdad?

– Todo lo que me sucede a mí te concierne a ti -repuso él-. Lo siento. Quizá habría sido mejor que estuvieras.

– Perdona -dijo ella con voz ronca. Lo abrazó-. Hago muy mal en quejarme cuando tú también lo pasas mal.

– Quédate a mi lado -le pidió él, estrechándola con fuerza-. No me dejes luchar solo con esto.

– No lo haré.

– Tengo algo que confesar -suspiró Leo-. El tío ha empezado de nuevo con la boda. Dice que tiene que ser en San Marcos. Le he dicho que depende de ti.

– Ah, muy bien. Échame a mí la culpa -sonrió ella-. Más vale que aceptes. No puedes empezar tu nueva vida luchando con tu familia.

– Gracias, carissima . Mañana nos iremos de aquí.

– Todo irá mejor en casa -insistió ella.

Pero tenía miedo, y podía ver que a él le sucedía lo mismo. Era como si hubiera un demonio en el suelo entre ellos, obligándolos a girar a veces para eludirlo, pero sin que ninguno admitiera que estaba allí.

La condesa era quien más nerviosa la ponía. Su inglés era tan malo que no podían comunicarse excepto a través de un intérprete, y Selena no sabía cómo interpretar su incomodidad. Podía ser timidez o desaprobación. No lo sabía.

Al día siguiente, la condesa se acercó a ella antes de que se marcharan. No había nadie más presente y llevaba un diccionario en la mano.

– Quiero hablar… contigo -dijo con un tono que mostraba que recitaba una frase ensayada.

– ¿Sí?

– Las cosas son distintas… ahora… tu matrimonio… tenemos que hablar.

– Lo sé -repuso Selena con pasión-. No hace falta que me lo diga, lo sé. ¿Cómo puedo casarme con él? Usted no quiere que lo haga y tiene razón. Este no es mi sitio. Este no es mi mundo. Lo sé.

El rostro de la condesa adoptó una expresión tensa. Respiró con fuerza. Al momento siguiente se oyeron pasos en el suelo de mármol y se apartó.

Apareció el resto de la familia, que las rodeó. Se despidieron de todos y subieron a la lancha.

Capítulo 11

En la finca encontraron el alivio de tener que ocuparse de las cosechas de uvas y aceitunas. Los carros pasaban entre las hileras del campo, llenándose poco a poco de lo mejor que podía ofrecer la tierra. Selena estaba presente, a veces con Leo y a veces sola. Cuando estaba sola también podía comunicarse con la gente, porque la mayoría chapurreaba algo de inglés y ella empezaba a conocer palabras del toscano, que usaba de un modo que divertía a todos. Así iba forjando vínculos con ellos.

Y mientras veía bajar el sol pensaba que tal vez todo aquello fuera para nada. Porque, ¿quién sabía cómo estarían las cosas al año siguiente? ¿Quién sabía qué parte de la finca sería todavía propiedad de Leo? Todos aquellos amigos nuevos que hacía y con los que se sentía más cómoda que en el palacio grandioso de su nueva familia, ¿cuántos de ellos la considerarían todavía amiga pasados unos meses?

Percibía que ellos también estaban preocupados. No dejaban de hacerle preguntas, porque era la novia de su patrón y, por lo tanto, tenía que conocerlo bien. ¿Cómo decirles que tenía la impresión de que ya no lo conocía? La camaradería instintiva que habían disfrutado siempre parecía ahora solo un recuerdo.

Y además, lo veía menos porque lo llamaban continuamente a Venecia para que resolviera una cuestión u otra. Él le había jurado que las cosas cambiarían poco, pero los dos sabían ya que no podría cumplir su promesa. Se veía arrastrado centímetro a centímetro a un camino que ella no podía seguir.

Selena dormía a menudo en su habitación para ocultar que a veces se despertaba luchando por respirar. Tenía la sensación de vagar por un laberinto del que no había salida, solo caminos que eran cada vez más estrechos hasta que desaparecían del todo, llevándosela consigo.

Llamó al Cuatro-Diez y preguntó ávidamente por noticias de la familia Hanworth. Paulie se había ido a Dallas a empezar otra empresa de Internet… o eso decía, pero Barton le contó que un marido celoso había merodeado una temporada por allí lanzando amenazas contra Paulie si se atrevía a volver.

Billie se iba a casar con su novio, Carrie ejercitaba a Jeepers y habían recibido dos ofertas por él. Si Selena no iba a volver…

– No -dijo ella rápidamente-. Si no es bastante el dinero que te mando…

– Es más que suficiente -repuso Barton, ofendido-. ¿Crees que te negaría comida para un caballo?

– Sé que no. Habéis sido muy buenos conmigo, pero no quiero aprovecharme de eso…

– ¿Para qué están los amigos? Si no quieres que venda a Jeepers… Pero es un buen corredor y ahora se está desperdiciando.

– Lo sé, pero… aguántalo un poco más, por favor. ¿Cómo está Elliot?

– Muy bien. Carrie lo monta y dice que es encantador.

– Es cierto.

Colgó y fue a la cocina a hablar con Gina de la cena, pues Leo volvía ese día de Venecia. Después fue al despacho y trabajó en la parte administrativa de la granja de caballos.

Luego, enterró la cabeza en las manos y lloró.

Cuando llegó Leo estaba ya oscuro pues las noches eran cada vez más cortas. Cenó con placer, pero cuando Selena le preguntó qué tal el viaje, no dijo gran cosa.

Ella sabía lo que significaba eso. Poco a poco se iba dejando arrastrar al mundo de su familia y no sabía cómo decírselo.

Después de cenar subieron juntos las escaleras y, una vez en el cuarto de él, Leo la abrazó y besó con pasión. El deseo estaba siempre presente, tal vez más intenso ahora que era el único modo en que se comunicaban. Se desnudaron mutuamente con ansia, anhelando la unión que era todavía perfecta y en la que no había problemas.

Después, ella se quedó dormida en sus brazos; pero en cuanto se durmió, todo cambió. Soñó que luchaba por abrirse paso entre una espesura que se cerraba cada vez más a su alrededor, sofocándola. Despertó luchando por respirar.

Carissima … -Leo se incorporó y encendió la lámpara de la mesilla-. ¡Despierta, despierta!

La abrazó y le acarició el pelo hasta que dejó de temblar.

– No pasa nada -murmuró-. Estoy aquí. Abrázate a mí; solo ha sido una pesadilla.

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