Lucy Gordon - Salvado por una Ilusión

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El bebé que lo salvó…
En un viaje a Italia, Ferne Edmunds se quedó completamente deslumbrada por el alegre y encantador Dante Rinucci. Lo que no sabía era que a Dante le resultaba tan fácil vivir el momento porque cada día podía ser el último de su vida. Pero cuando Ferne descubrió que estaba embarazada, la oportunidad de ser padre le ofreció a Dante una razón para luchar y recobrar la ilusión.

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– ¿Y cómo voy a hacerlo desde aquí? -preguntó Ferne, desconcertada.

– A través del consulado británico -anunció Dante, sacando su teléfono móvil.

En unos minutos tenía el número de emergencias del consulado en Milán, lo marcó y le pasó el teléfono a Ferne.

El joven que estaba al cargo del servicio era muy eficiente. Rápidamente buscó los números de las compañías de crédito, le asignó un número de referencia y le deseó buenas noches. Cancelaron las tarjetas por teléfono y encargaron otras nuevas. Por el momento, no se podía hacer otra cosa.

– No sé qué habría hecho sin vosotros -les dijo a sus nuevos amigos-. No quiero ni pensar qué habría sido de mí.

– No lo pienses -le aconsejó Hope-. Todo irá bien. Ah, aquí llega el camarero. Mmm, los dulces y el vino son estupendos, pero me gustaría tomar un té.

– Té inglés -Toni le dio instrucciones al camarero; que asintió solemnemente.

– ¿Cuándo comiste por última vez? -preguntó Hope.

¿Una comida decente? Hace bastante. Me fui sin pensarlo, tomé el tren de Londres a París y luego de París a Milán. No me gusta volar y quería tener la libertad de detenerme a explorar siempre que quisiera. Pasé unos días en Milán, de compras y de visita turística. Pensé quedarme allí a pasar la noche y salir mañana, pero de repente cambié de idea, hice las maletas y eché a correr.

– iAsí es como debe ser! -exclamó Dante-. Hoy aquí, mañana allí y que la vida decida -asió la mano de Ferne y habló con fervor teatral-. Signorina, es usted una mujer con la que me identifico. Más que una mujer, una diosa con una visión especial de la vida. Le aplaudo… ¿por qué te ríes?

– Lo siento -dijo Ferne partiéndose de risa-. No puedo escucharte decir tantas sandeces con la cara seria.

– ¿Sandeces? ¿Sandeces? ¿Es una nueva palabra inglesa?

– No -le informé Hope, divertida-. Es una palabra inglesa antigua que significa que necesitas mejor guionista.

– Pero sólo para dirigirte a mí -rió Ferne-. Seguro que con otras funciona maravillosamente.

El rostro de Dante se tornó airado.

– ¿Otras? ¿No se da cuenta de que es la única que ha conseguido que ponga mi corazón a sus pies? La única… Bueno, la verdad es que normalmente me funciona.

Su vuelta al mundo real hizo que todos se echaran a reír.

– Es muy agradable conocer a una mujer que disfruta de la vida como de una aventura -añadió-. Pero supongo que sólo será mientras estás de vacaciones. Volverás a Inglaterra, a tu aburrida vida de nueve a cinco y a tu aburrido novio de nueve a cinco.

– Si tuviese novio, ¿qué estaría haciendo aquí sola? -preguntó ella.

El hizo una pausa, pero sólo por un instante.

– Te engañó-dijo él dramáticamente-. Le estás dando una lección. Cuando vuelvas, estará celoso, sobre todo cuando vea las comprometedoras fotos en que apareceremos juntos.

– ¿De verdad? ¿Y de dónde saldrán esas fotos?

– Se pueden amañar. Conozco muy buenos fotógrafos.

– Apuesto a que ninguno es tan bueno como yo -replicó ella.

– ¿Eres fotógrafa? -preguntó Hope-. ¿Periodista?

– No, trabajo en el teatro Some -un instinto inexplicable le hizo decirle a Dante-: Y no era aburrido. De todo menos eso.

Él no contestó, pero su expresión era de ironía y curiosidad. Como el modo en que asintió.

– Deja que la pobre coma tranquila -le reprendió Hope.

Finalmente, anunció que era hora de irse a la cama.

Los cuatro volvieron por el pasillo y se desearon las buenas noches.Ferne y Hope se metieron en un compartimento y Toni y Dante en el contiguo.

Cuando Ferne colgó los pantalones, unas monedas cayeron al suelo.

– Había olvidado que tenía algún dinero en el bolsillo.

– Tres euros -observó Hope-. No hubieses llegado muy lejos.

Se sentaron en la cama, bebiendo a sorbos el té que se habían traído del vagón restaurante.

– Dijiste que eras inglesa -recordó Ferne-. Y hablas inglés como si hubieses vivido allí.

– Unos treinta años.

– ¿Tienes hijos?

– Seis. Todos varones.

Dijo esto con tal exasperada ironía que Ferne sonrió.

– ¿Alguna vez deseaste haber tenido hijas?

Hope rió.

– Cuando tienes seis hijos, no tienes tiempo de pensar en nada más. Además, tengo seis nueras y siete nietos. Cuando se casó mi hijo pequeño, hace unos meses, Toni y yo decidimos salir de viaje. Hemos estado en Milán visitando a unos familiares suyos. Toni estuvo muy unido a su hermano Taddeo, hasta que murió hace unos años. Dante es el hijo mayor de Taddeo y vuelve a Nápoles con nosotros para devolvernos la visita. Está un poco loco, como irás descubriendo en nuestra compañía.

– No puedo seguir abusando de vosotros.

– Querida, no tienes ni dinero ni pasaporte. ¿Qué vas a hacer sino quedarte con nosotros?

– Me parece terrible que tengáis que cargar conmigo.

– Nos encantará tenerte. Podemos hablar de Inglaterra. Adoro Italia, pero echo de menos mi país y tú podrás contarme como vanlas cosas por allí.

– Si puedo hacer algo por ti, eso lo cambia todo.

– Espero que te quedes mucho tiempo con nosotros. Ahora, necesito dormir.

Se acostó en la litera de abajo y Ferne se subió a la de arriba. En unos minutos todo se inundó de silencio y oscuridad.

Ferne se quedó un rato escuchando el zumbido del tren, intentando orientarse. Le parecía que había pasado muy poco tiempo desde que decidió abandonar Inglaterra. Y se encontraba en un tren, sin dinero y dependiendo de unos desconocidos.

Mientras reflexionaba sobre el extraño giro que había dado su vida, el ritmo del tren acabó acunándola hasta dejarla dormida.

Se despertó sedienta y recordó que el bar estaba abierto toda la noche. Descendió de la litera silenciosamente y buscó a tientas su bata.

Los tres euros que había encontrado bastarían para comprar bebida. Aguantando la respiración para no despertar a Hope, salió de puntillas al pasillo y se dirigió al vagón restaurante.

Tuvo suerte. El bar estaba abierto, aunque las mesas se veían desiertas y el camarero se estaba quedando dormido.

– Una botella de agua mineral, por favor -dijo agradecida-. Ay, Dios, cuatro euros. ¿No tiene otra más pequeña?

– Me temo que he vendido la última -dijo el camarero, excusándose.

– ¡Oh, no! -gritó frustrada.

– ¿Puedo ayudarte? -preguntó una voz detrás de ella. Ferne se giró y vio a Dante.

– Tengo que gorronearte dinero -gruñó-, ¡otra vez! Necesito beber algo.

– Deja entonces que pida champán.

– No, gracias, sólo quiero agua mineral.

– El champán es mejor -dijo él en el tono persuasivo que emplean los hombres a punto de embarcarse en un flirteo.

– No, cuando se tiene sed, lo mejor es beber agua -dijo ella con firmeza.

– ¿No puedo convencerte entonces?

– No, no puedes. Lo que sí puedes hacer es apartarte de mi camino para que pueda marcharme. Buenas noches.

– Perdona -dijo él enseguida-. No te enfades conmigo, sólo estaba bromeando -se dirigió al camarero-: sírvale a la señorita lo que desee y ponga un whisky para mí.

Rodeándole la cintura con el brazo con suavidad, pero con la firmeza suficiente como para evitar que escapase, la guió a un asiento junto a la ventana. El camarero se acercó y ella asió la botella de agua, inclinó la cabeza hacia atrás y bebió largamente.

– Mucho mejor -dijo ella finalmente-. Soy yo la que debería disculparme. Estoy de mal humor y no debería pagarlo contigo.

– ¿No te gusta depender de los demás?

– No me gusta tener que pedir -dijo ella, disgustada.

– No estás pidiendo nada -la corrigió educadamente-.Sólo estás permitiendo que tus amigos te ayuden.

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