– Ahora puedo decirte lo que juro que no le he dicho nunca a una mujer: te amo. Creí que jamás pronunciaría esas palabras porque estaba seguro de que no significarían nada para mí. No quería. El mundo me parecía más seguro sin amor. Me sentía más seguro. Siempre he estado buscando seguridad desde aquella noche en la que estuve esperando en la puerta de mi madre y mi mundo se derrumbó.
Para Helena resultaba incomprensible que ese hombre tan poderoso pudiera conocer lo que era el miedo, pero ahora lo entendía.
– Entonces no lo vi, pero ahora sí. Contigo encontré otro mundo, uno en el que había amor, pero no seguridad, y creo que por eso me enfrenté a ti desde el principio -sonriendo, añadió-: Tenía miedo. Ésa es otra cosa que nunca he dicho, pero ahora puedo hacerlo. Tú representabas lo desconocido y no tuve el valor de enfrentarme a ello hasta que me diste la mano y me enseñaste el camino. No puedo prometerte que vaya a resultarme fácil demostrarte mi amor porque es algo nuevo para mí y soy un ignorante en el tema, pero sí que puedo prometerte un amor fiel durante toda mi vida.
Helena no podía hablar, tenía lágrimas en los ojos.
·Y si no puedes amarme, entonces… bueno, supongo que tendré que ser paciente y convencerte poco a poco.
– No es necesario. Los dos hemos estado jugando, pero el juego ya se ha acabado. Te quiero y siempre te querré, en los buenos y en los malos momentos. Porque habrá malos momentos. Lo sé. Pero los superaremos siempre que estemos juntos.
Él asintió, le acarició la cara con dulzura y susurró:
·¿Cómo puedes amarme?
·Ni yo lo sé, no tiene explicación, pero las mejores cosas no la tienen.
– Después de todo lo que hecho, no te culparía si me odiaras.
·Deja que te lo demuestre.
Hicieron el amor como nunca antes lo habían hecho, lenta y dulcemente, sin dejar de mirarse a los ojos, uniendo sus corazones y sus mentes. Con tiernos gestos ella lo reconfortó y llegó al corazón que Salvatore nunca le había mostrado a nadie.
Helena sabía que, si traicionaba su confianza, lo destrozaría para siempre, sabía que tenía el destino de ese hombre en sus manos y por eso se propuso que lo defendería con toda la fuerza de su amor.
Amor. Por primera vez el sonido de esa palabra no le resultó extraño.
Salvatore se despertó solo y en la oscuridad. Por un momento quiso llorar, desolado, pero entonces la vio, desnuda junto a la ventana.
– Creí que te habías alejado de mí -murmuró yendo hacia ella-. Podrías haber llamado por teléfono.
– Lo he hecho. He llamado a mis amigos de Inglaterra para decirles que he perdido el avión, pero que no se preocupen por nada. Tendré que ir allí para firmar el contrato, pero volveré pronto.
·¿Con una fortuna para gastarte en Larezzo?
·Así es.
– Ya que estamos hablando de negocios, tengo algo que proponerte. Te haré un préstamo libre de intereses y así tendrás todo el dinero que necesites para invertirlo en la fábrica.
·¿Así que libre de intereses? ¿Y qué sacarás tú a cambio?
·A ti… como mi esposa.
– Claro. Ningún negocio puede prosperar sin un contrato vinculante.
·Es un placer encontrar una mujer que entienda de negocios.
·¿Te das cuenta de que seguiré compitiendo contigo?
– No me esperaría otra cosa.
·Batalla sin restricciones.
·Así es. Y seamos francos, eso no se aplicará sólo a los negocios. El nuestro no va a ser un matrimonio tranquilo.
– Eso espero.
Durante un buen rato no se movieron ni hablaron, simplemente se abrazaron.
Sin saber por qué, Helena de pronto pensó en Antonio, aunque tal vez no era algo tan extraño ya que él le había prometido protegerla y lo había hecho muy bien al unirla a Salvatore.
Le pareció oírlo reír y decirle:
– Te engañé cara
Y cuando miró hacía el agua,el sol estaba saliendo,anunciando el glorioso y nuevo día.
***