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Raye Morgan: Noches Reales

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Raye Morgan Noches Reales

Noches Reales: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Seria una corona suficiente pago por todo lo que ella había hecho por él? El príncipe Damián de Nabotavia era un Play boy que, aburrido de todo, claudicó ante las presiones de su familia y accedió a buscarse una mujer “adecuada” con la que contraer matrimonio… Y entonces un accidente lo cambió todo, dejándolo indefenso. Pero ¿realmente había sido un accidente o quizá alguien había querido poner en peligro su vida? La única persona en la que podía confiar era su nueva terapeuta, la sensible Sara Joplin, que con su amabilidad y la dulzura de su voz había conseguido que volviera a sentirse vivo. Damián no tardó en confiar tanto en Sara como para contarle sus temores y, en su búsqueda de la verdad encontraron el peligro… y se descubrieron el uno al otro.

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– Príncipe Damian… Puedo ayudarte a entender lo que te ha pasado. Puedo mostrarte formas de recobrar el control de tu vida a pesar de tu discapacidad y, por supuesto, puedo ayudarte a reconquistar tu independencia perdida -le explicó-. Puedes estar seguro de que, si te pones en mis manos, al final te alegrarás de haberlo hecho.

Él príncipe asintió.

– Mira, Sara, no dudo de tu sinceridad ni del talento de tus manos, pero de todas formas no me interesa.

Sara se estremeció al oír el comentario sobre sus manos. Por alguna razón, le pareció muy provocativo.

La declaración del príncipe era la excusa perfecta para olvidar todo el asunto y marcharse de aquella mansión. Y sin duda alguna, esa habría sido la salida más fácil. Sin embargo, se sorprendió a sí misma haciendo un nuevo intento por convencerlo.

– Cometes un grave error -le dijo-. Al final tendrás que contratar a alguien de todos modos. Así que, ¿por qué no probamos durante unos días y vemos si merece la pena?

– No, gracias -insistió él-. Puede que sea ciego, pero no soy un inútil.

Damian estaba dejando bien clara su postura y, en condiciones normales, eso habría bastado para que Sara abandonara. Pero la idea de enfrentarse a aquel hombre le resultaba extrañamente atractiva; tanto, que tomó la decisión de quedarse.

– Si quisieras volver a tu habitación ahora mismo, ¿cómo lo harías? -le preguntó.

– Llamaría a alguien para que me acompañara -respondió él-. La mansión está llena de asistentes. Encontrar ayuda no sería ningún problema.

– No lo dudo -dijo, mientras se levantaba del banco-. Pero algo me dice que no eres de la clase de personas que están acostumbradas a depender de los demás para cosas tan sencillas.

– No, no lo soy. Y tampoco soy de la clase de personas que se ponen en manos de un terapeuta.

– Te gusta pensar que eres autosuficiente, ¿verdad? Eso está bien, pero sospecho que te sientes mal por dentro cada vez que tienes que llamar a alguien para que te ayude. ¿Estoy en lo cierto?

El príncipe frunció el ceño.

– Vete de aquí, Sara -ordenó.

Sara no se movió del sitio. Se quedó plantada ante él, mirándolo. El enfado de Damian era más que evidente, pero escondía una debilidad igualmente obvia.

– Supongo que ahora te sientes impotente. Y tienes miedo de no poder hacer nada, en tu estado, si por alguna razón te encontraras en alguna situación difícil. ¿No es cierto? No estás preparado y lo sabes. Pero podrías estarlo si me dejas.

A modo de demostración, Sara extendió una mano y le tocó una mejilla. Pretendía que sintiera el contacto y retroceder rápidamente antes de que pidiera reaccionar. Pero el príncipe mostró unos reflejos fuera de lo común y la agarró por la muñeca.

– ¿Y ahora qué dices? ¿Sigues pensando que no estoy preparado? -preguntó él, con tono de desafío.

– Yo…

Antes de que Sara pudiera reaccionar, se encontró atrapada entre los brazos del príncipe. Pero reaccionó enseguida al sentir que las manos de Damian habían descendido y que una de ellas estaba a punto de situarse sobre uno de sus senos.

– ¿Se puede saber qué diablos estás haciendo? -preguntó, enfadada.

– Sólo quería que supieras que soy perfectamente capaz de utilizar mis manos a modo de guía. Supongo que ese es el tipo de cosas que pretendes enseñarme, ¿no es así?

– Eres…

Sara estaba a punto de decir lo que pensaba de él cuando oyeron que se aproximaban varias personas. Eran varios jóvenes que avanzaban desde el vado, riendo y charlando.

– Parece que tenemos compañía -dijo el príncipe, mientras se levantaba para recibirlos-. En fin, creo que tendrás que excusarme… Hablar contigo ha sido un placer. Estoy seguro de que sabrás encontrar la salida.

Sara miró a Damian y a sus amigos. Se sentía insultada y pisoteada, pero también excitada ante el desafío. Y desde luego, estaba segura de una cosa: no se iba a marchar a ninguna parte.

– Sara, ten cuidado. Ya sabes cómo es esa gente. Son unos privilegiados acostumbrados a serlo y creen que pueden aprovecharse de cualquiera y hacer lo que les venga en gana.

Sara pensó en lo que había sentido una hora antes, cuando el príncipe la abrazó sin avisar. Pero se limitó a reírse de la preocupación de su hermana, con quien estaba hablando por teléfono.

– Sé cuidar de mí misma, Mandy.

– Lo sé, pero no estás acostumbrada a vértelas con la realeza. Esa gente se aprovecha de los demás, y lo sabes.

– Bueno, estoy perfectamente dispuesta a que me usen en lo relativo a mi profesión. Estoy aquí para eso.

Sara no había llamado a su hermana para quejarse de lo sucedido. La había llamado porque estaba preocupada con su estado.

Mandy estaba embarazada de siete meses y había sufrido algunas complicaciones, así que el médico le había ordenado que permaneciera en cama hasta el parto.

– Pero dejemos de hablar de mí -continuó Sara-. ¿Cómo te encuentras?

– Perfectamente bien. Sólo tengo alguna molestia de vez en cuando.

– ¿Jim está en casa esta noche? -preguntó, refiriéndose a su marido.

Sara conocía bien a Jim y lo apreciaba, pero tanto él como Mandy eran unos jovencitos de apenas veinte años y no se podía decir que tuvieran mucha experiencia.

– Acabo de hablar con él y se va a tener que quedar otra vez en San Diego.

– Maldita sea… No me gusta que estés sola. En cuanto terminé aquí, me pasaré. por tu casa.

– Ni se te ocurra. Mi vecina, la señora Halverson, se ha ofrecido a traerme algo de cenar. No te preocupes, estaré bien.

– ¿Te refieres a la misma señora Halverson que sólo prepara comidas supuestamente sanas?

– Me temo que sí. Pero ya le he advertido que no pienso probar sus croquetas de germen.

Sara se estremeció al recordarlas.

– Ni sus croquetas ni sus lentejas bajas en calorías, espero…

Al final, Sara renunció a la idea de pasar aquella noche por el domicilio de su hermana a cambio de que la llamara por teléfono si la necesitaba.

Unos minutos más tarde, colgó el auricular y se preguntó si había hecho lo correcto. Mandy era lo más importante de su vida, y por tanto, su prioridad absoluta. Sabía que estaba pasándolo mal y naturalmente quería estar con ella, a su lado, pero por otra parte tenía un trabajo que hacer.

Salió en busca de la duquesa y la encontró en la sala verde. La mujer la saludó muy amablemente al verla y le enseñó la habitación que le habían preparado. Era pequeña, pero estaba decorada con mucha elegancia y tenía una vista preciosa a los jardines. Además, desde la ventana podía ver la piscina y la enorme rosaleda.

Poco después, cuando ya se había quedado a solas, empezó a prepararse para la cena. Pero se detuvo un momento y echó un vistazo a su alrededor. No podía creer que estuviera allí, en aquella mansión, en un mundo tan diferente al que estaba acostumbrada. Su vida estaba llena de problemas y de facturas por pagar, como la vida de casi todo el mundo, aunque en los últimos años había mejorado profesionalmente y ahora ganaba un buen sueldo. Sin embargo, jamás había tenido ocasión de disfrutar de lujos como aquellos.

Todavía estaba pensando en la labor que la esperaba cuando se duchó y se cambió de ropa. La idea de llevar un vestido le resultaba interesante porque normalmente se inclinaba por vaqueros y pantalones, pero esa era, en aquel momento, la menor de sus preocupaciones. En unos minutos tendría que bajar al comedor para conocer al resto de la familia y enfrentarse, de nuevo, al príncipe Damian.

– No te saldrás con la tuya, Damian -se dijo en voz alta, mientras se miraba en un espejo.

Pasara lo que pasara, sabía que se divertiría observando a la Familia Real en vivo y en directo. Nunca le había gustado la prensa del corazón y no estaba informada de sus idas y venidas, pero a pesar de ello, la perspectiva resultaba apasionante. Tenía la ocasión de vivir durante unos días en un mundo absolutamente distinto al suyo, y por supuesto, le encantaba.

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