Rebecca Winters - Entre el amor y el deber

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El doctor Raúl Cárdenas fue el primero en descubrir las consecuencias de la noche de pasión que había compartido con Heather Sanders. Al examinarla después de un accidente se dio cuenta de que se había quedado embarazada.
Raúl no tenía la menor duda de que él era el padre y estaba dispuesto a reclamar sus derechos… eso significaba que tenía dos noticias que dar a Heather: que estaba embarazada y ¡que estaba a punto de convertirse en su esposa!

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Voy a poner en marcha el generador para que estés más fresca -dijo.

Y se fue.

A los pocos segundos, Heather oyó un ruido y comprobó que el aire acondicionado estaba encendido. Corrió a la ventana y lo vio alejarse en dirección al hospital llevándose su corazón con él.

No se podía creer que no la hubiera recibido estrechándola entre sus brazos. ¿Cómo podía irse como si tal cosa cuando ella, con solo recordar su noche de pasión, se derretía?

Cuando, por fin, se habían quedado a solas, el encantamiento había sido total. Habían llevado comida, pero casi todo el tiempo no habían tenido ojos más que el uno para el otro.

Cuando el sol se estaba poniendo, pusieron música y bailaron alrededor de la piscina, en la que también se bañaron, hasta bien entrada la noche. Entonces, comenzaron a hacer el amor y no pararon durante horas.

Hablaron de lo que hablan las parejas. Heather perdió la noción de la realidad. Solo importaba amar y ser amada.

Cuando, a la mañana siguiente, una doncella llamó a su puerta para decirles que habían excedido el tiempo de permanencia en la habitación, Heather se dio cuenta de que él tenía tan pocas ganas de que aquello terminara como ella. De regreso a la ciudad, creyó morir al pensar que no lo iba a volver a ver.

Aquel dolor la había llevado a Argentina. Tenía tanto amor que darle. Si le permitiera quedarse el tiempo necesario para demostrarle lo que significaba para ella, seguro que no la dejaría marchar.

Rota por el dolor, fue hacia la cama para sacar los artículos de baño de la maleta. Decidió ducharse y dar una vuelta. Estaba dispuesta a aprender todo lo que pudiera de su mundo.

Se puso Unos vaqueros limpios y una camisa de algodón de manga corta y se hizo una coleta con el pelo mojado.

Como no sabía qué tipo de animales habría por allí y había visto que Raúl llevaba botas, decidió ponerse calcetines y zapatillas de deporte.

Se dio cuenta de que tenía hambre. Tal vez, comer algo la ayudara a quitarse de encima el letargo. Se dirigió al hospital y decidió dejar para más tarde lo de dar una vuelta por el poblado.

Al abrir la puerta, se encontró en una pequeña sala de espera.

– Buenas tardes, señorita Sanders. Soy Juan, el enfermero de guardia -la saludó un hombre detrás de un mostrador-El doctor Cárdenas me ha pedido que le dijera dónde ir. Acompáñeme, por favor.

Heather lo siguió por una puerta que había a sus espaldas y por un pasillo a cuyos lados también había puertas. Consultas, un quirófano, una sala de recuperación para pacientes convalecientes, lavandería, servicios, cocina y comedor.

Heather se sorprendió de lo bien equipados que estaban. Seguro que era cosa de Raúl.

Ella solo quería que le concedieran el honor de vivir con aquel hombre tan excepcional, que la dejara envejecer con él. Lo supo la noche que lo conoció y el tiempo transcurrido desde entonces no había hecho sino reafirmarla en su decisión.

Raúl no estaba allí, pero había una mujer también con bata blanca.

– Doctora Avilar, le presento a la señorita Sanders, una amiga del doctor Cárdenas -las presentó Juan yéndose a continuación.

Con solo mirar a aquella belleza morena, Heather sintió que se le caía el alma a los pies.

«¿Serán pareja?».

No se lo podía preguntar a él, pero la curiosidad la estaba devorando.

La doctora se levantó.

– ¿Qué tal, señorita Sanders?

– Hola -murmuró Heather dándose cuenta de lo bien que hablaban todos inglés-Ra… el doctor Cárdenas me ha dicho que es usted ginecóloga. Encantada de conocerla -añadió estrechándole la mano.

– Siéntese. Le diré a Chico que nos traiga otro plato para usted. Aquí comemos lo que haya preparado el cocinero, no hay opción, pero puede elegir café, té, zumo o agua mineral para beber.

– Zumo de fruta.

– Ahora vuelvo -dijo desapareciendo tras una puerta de dos alas. Heather se preguntó si no habría sido un gran error ir a Zocheetl.

El hecho de que Elana y Raúl fueran pareja explicaría el enfado de él al verla allí sin esperárselo.

¿ Y sin quererlo?

Raúl le había dicho que no se volverían a ver.

Se lo había dejado muy claro cuando la había dejado en la residencia. ¿Habría sido por Elana? ¿Sería por la encantadora doctora por lo que Raúl no había corrido a sus brazos en cuanto se habían quedado a solas en la cabaña de Marcos?

Elana volvió con un plato de comida y un zumo de fruta. Heather le dio las gracias y agarró un tenedor y una servilleta del centro de la mesa.

La cena, que consistía en arroz con tiras de pollo y frijoles, estaba buenísima, pero no se pudo terminar el plato.

Para empeorar las cosas, se había hecho el más absoluto silencio. Heather no creía que la doctora estuviera siendo maleducada con ella, sino que ella se sentía como una intrusa. Si Raúl había decidido quitarle todo tipo de ilusión dejándola a solas con Elana, lo había conseguido.

Incómoda, paseó la vista por la habitación. Elana ya había terminado de comer.

– ¿No le gusta?

– Sí, sí me gusta. Está muy bueno, pero las pastillas para la malaria que he estado tomando me han quitado el apetito. El médico de Viena me dijo que era normal tener náuseas.

– Si no se le pasan, coménteselo a Raúl.

– No es grave. Prefiero no decirle nada.

La doctora Avilar la miró antes de levantarse de la mesa con el plato y la taza vacíos en la mano.

– Si me perdona, la cama me está esperando.

Supongo que nos veremos mañana. Deje ahí el plato. Chico se encargará. Buenas noches, señorita Sanders.

– Buenas noches.

La doctora se había portado correctamente con ella, pero Heather no se había sentido más fuera de lugar en su vida. Se alegró de que la otra mujer se hubiera ido.

Estaba segura de que la doctora Avilar era la compañera de lecho de Raúl.

¿Por eso el doctor Ruiz la había metido en su cabaña? ¿Para evitar situaciones embarazosas? Aquello tenía sentido. También lo tenía que Elana se hubiera ido en cuanto había podido. Seguramente, estaría hablando en aquellos momentos con Raúl sobre aquella situación tan desagradable para todos.

Heather se odió a sí misma por aparecer allí sin avisar y arruinar la vida de Raúl y la de sus seres queridos.

Ahora se explicaba que la hubiera llevado a la cabaña de invitados.

En Salt Lake había sentido un deseo por ella que se había visto satisfecho en una noche de pasión, pero, al volver, Elana lo estaba esperando.

Heather dejó caer la cabeza entre las manos y se dio cuenta de que no debería haber ido allí. Era obvio que aquella noche no había significado lo mismo para Raúl que para ella.

Dios. Solo una chiquilla enamorada lo hubiera seguido hasta allí sin que él le hubiera dado la más mínima señal de que quería que lo hiciera.

Eso era lo que era. Una idiota inmadura y mimada que le había rogado que le hiciera el amor sin pensar en las consecuencias y que se había negado a asimilar el significado de la palabra «no».

Salió del comedor hacia su cabaña, donde podría dar rienda suelta a sus emociones. Por suerte, no se encontró con nadie en el camino y, al llegar, cerró con llave.

Se alegró de no haber deshecho el equipaje.

Así podría irse a primera hora. Se metió en la cama y se quedó mirando el techo. Oía a los pájaros y a los insectos. Algunos se estrellaban contra las ventanas y sanaba. Se estremeció.

Oyó otro ruido. Supuso que era otro insecto, pero se dio cuenta de que estaban llamando a la puerta.

– ¿Heather?

Al oír la voz de Raúl, se incorporó.

– ¿Sí?

– Tenernos que hablar.

Eso era lo que había anhelado oír antes, pero había cambiado de opinión. No quería humillarse más ante él.

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