Tal vez, después pudiera empezar a verla solo como una testigo y dejar de pensar en ella como una hermosa mujer.
La luz del fuego se había apagado. Conor se levantó para avivar las brasas. En el exterior de la casa, el viento aullaba y las olas se estampaban contra la costa. Había visto las predicciones meteorológicas y sabía que la tormenta iba a arreciar. El único consuelo era que los hombres de Keenan no se atreverían a ir hasta allí.
Dentro de la casa, los restos de la cena estaban esparcidos por la mesa de café, platos sucios, pan a medio comer y la botella vacía de vino. Al mirar al sofá, vio que Olivia estaba dormida, tapada por una suave manta, con las manos bajo la barbilla. Le recordaba a una ilustración que había visto en uno de sus libros de historias irlandesas, un dibujo de Derdriu, una mujer muy bella desposada con un rey, pero amada por un simple guerrero. El cabello de Olivia, como el de Derdriu, era de un delicado tono rubio. Ondas y rizos se esparcían por la almohada y su perfecta piel brillaba como la porcelana a la tenue luz del fuego.
Conor echó otro leño al fuego. Recordó que su padre le había contado que la belleza de Derdriu solo había llevado muerte y destrucción para su pueblo. Recordó el dibujo, la dulzura y vulnerabilidad de su rostro…
Lo habían enviado para proteger a aquella mujer, para que diera la vida por ella como si fuera un antiguo guerrero, pero, ¿qué sabía de ella? Se levantó y sacó el expediente de la policía de su bolsa de viaje. Entonces, se acercó al fuego y empezó a leer. Por lo que deducía, Olivia Farrell era una ciudadana normal y corriente atrapada en circunstancias fuera de lo normal.
Su socio, Kevin Ford, había sido arrestado por participar en un plan de blanqueo de dinero que había incluido también un asesinato. La mecánica del plan era bastante sencilla. Compraba carísimas antigüedades para Keenan, las vendía a clientes fantasmas por un valor tres o cuatro veces más alto y luego le entregaba el dinero blanqueado a Keenan.
Olivia no sabía nada del plan, pero había tenido la desgracia de escuchar una conversación entre su socio y Keenan, lo que proporcionaba la única prueba sólida que los relacionaba. Conor se preguntó si sabía el verdadero peligro que corría. También se preguntó la clase de relación que habría tenido con Kevin Ford.
Miró una foto del hombre. No era feo. Resultaba bastante sofisticado y refinado. Una mujer como Olivia lo encontraría encantador, inteligente… sexy. Tal vez hubieran sido amantes o incluso siguieran siéndolo. Conor guardó la foto y sacó el folio que resumía su vida.
Olivia Farrell. Graduada por la universidad de Boston, vivía en una hermosa calle del South End. No tenía antecedentes penales. Soltera. Veintiocho años. Copropietaria de una de las galerías de antigüedades de más éxito de todo Boston. Muy conocida en ciertos círculos sociales. Había salido con un experto en inversiones y un abogado. No había tenido relaciones estables desde la universidad. Los dos padres vivían en Jacksonville, Florida.
Conor cerró el expediente y se volvió a mirarla.
– Testaruda hasta la exageración. Sería buena en el kick-boxing. Lengua afilada. Gran cocinera. De increíble belleza.
Le miró la boca. El vino y la buena comida habían ayudado a que la triste expresión que había tenido todo el día desapareciera. Habían charlado durante la cena. Cada uno de ellos había revelado lo suficiente como para que la conversación resultara interesante. Ella le había hablado de la tienda, de la emoción de encontrar antigüedades de valor, de los ricos clientes con los que trabajaba, de las elegantes fiestas a las que asistía.
Él le había hablado del oscuro mundo en el que se movía un policía, de los planes que los delincuentes encontraban para violar la ley, de las frustraciones que sentía cuando se salían con la suya. Para su sorpresa, pareció fascinada por su trabajo y le preguntó hasta que él le contó los casos más interesantes en los que había trabajado. Conor suspiró, sabiendo que aquello no debía sorprenderle. Seguramente hacía sentirse a un enterrador como si fuera el hombre más intrigante del mundo.
A pesar de que sabía que era demasiada mujer para él, no podía evitar sentirse atraído por ella, como siempre le había ocurrido con las mujeres de evidente belleza. Los rasgos de Olivia Farrell eran sutiles, casi sencillos, pero tan perfectamente proporcionados, que no podían pasar desapercibidos. Tenía un aspecto fresco, limpio… puro.
Se puso de pie y se acercó a ella. Casi sin pensar, extendió una mano y le tomó un mechón de cabello entre los dedos. Sorprendido de su suavidad, se inclinó sobre ella para examinarle el rostro más detenidamente.
Una ligera sonrisa curvaba las comisuras de los labios. Dormía profundamente, sintiéndose protegida por saber que él estaba allí para vigilar. Sin embargo, a Conor no le pasaba inadvertido que Keenan haría todo lo posible para no ir a la cárcel. Tenía dinero y poder, una combinación que podía convencer a cualquier hombre sin escrúpulos de que un favor hecho para Keenan sería generosamente recompensado, aunque implicara matar a una mujer inocente.
Al verla, tan confiada, tan vulnerable, Conor supo que sería capaz de morir por ella, no solo porque fuera su deber, sino porque en aquel caso su actuación sí serviría de algo. Olivia Farrell merecía vivir y, por primera vez desde hacía mucho tiempo, Conor se sentía orgulloso de la profesión que había elegido.
Extendió la mano y la arropó un poco más. Ella se estiró, haciendo que Conor se apartara un poco y que contuviera el aliento.
– ¿Va… todo bien? -murmuró, somnolienta. Conor asintió, se levantó y se acercó al fuego-. Estás preocupado, ¿verdad?
– No estoy preocupado, sino que siento mucha cautela. Este lugar está muy aislado, pero eso también puede perjudicarnos.
– ¿De verdad crees que vendrán a buscarme hasta aquí?
– No -mintió, sintiéndose culpable por el temor que había escuchado en su voz-. Tu testimonio es importante, pero creo que Keenan tiene que preocuparse más por lo que pueda hacer tu socio. Espero que hagan que Ford cambie de opinión antes de que tengan que hacerte subir al estrado.
– ¿Cómo es eso?
– Le ofrecieron un trato por su testimonio contra Keenan. Hasta ahora, se ha negado a hablar, pero, a medida que se acerca el juicio, podría cambiar de opinión. Si Ford habla, tu testimonio no será tan importante y Keenan no tendrá que arriesgarse con otro asesinato.
– Eso me hace sentirme mejor -murmuró ella, más tranquila-. Gracias.
Cerró los ojos y se acurrucó bajo la manta. Durante un momento, Conor pensó que se había vuelto a dormir. Entonces, su voz volvió a quebrar el silencio.
– Pero me alegro de que estés aquí. Conor sonrió. Resultaba extraño, pero, en aquellos momentos, no había otro lugar del mundo en el que él prefiriera estar.
Olivia se despertó sobresaltada. De repente, no podía respirar. Lentamente, comprendió que Conor estaba tumbado encima de ella, tapándole la boca con la mano. Ella se rebulló bajo su peso, pero él se negó a levantarse.
– No hagas ruido -le advirtió él con un hilo de voz-. Hay alguien ahí fuera.
– ¿Qué vamos a hacer? -susurró ella, sintiendo que el miedo se apoderaba de ella.
– Ponte esto rápidamente -respondió Conor, dándole sus zapatos y su chaqueta-. Quiero que vayas al dormitorio, que abras la ventana y esperes. Yo me ocuparé de quien esté allí fuera y luego me reuniré contigo.
– ¿No deberíamos pedir ayuda?
– Intenté despertar al oficial de ahí fuera con mi radio, pero no contestó. Si Keenan te ha encontrado aquí, tenemos un soplón en el departamento y tenemos que marcharnos de aquí tan rápidamente como podamos. Ahora, vete al dormitorio y espera bajo la ventana. Si oyes disparos, quiero que salgas tan rápidamente como puedas y que no dejes de correr hasta que estés segura, ¿me comprendes?
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