Jill Shalvis - La aventura del amor

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El experto en búsqueda y rescate Logan White estaba acostumbrado a trabajar en condiciones de mucha tensión. Por eso era tan importante que se tomase aquellas vacaciones para irse a esquiar. Sabía que necesitaba desconectar, pero puesto que se veía incapaz de hacerlo, aquellas vacaciones iban a ser una pesadilla.
Entonces conoció a Lily Harmon y todo cambió…
Un amante del peligro como él acababa de encontrar la horma de su zapato…

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Se acostara con él o no, lo que no quería era que le pasara nada en las pistas, así que decidió aconsejarle que se fuera a otras más sencillas.

– Te voy a marcar en un mapa cuando lleguemos arriba para que puedas ver cuáles son las pistas que a ti te van.

– Gracias, pero no me hace falta -contestó el desconocido en tono divertido.

En aquel momento, los cuatro jóvenes que iban en el telesilla de atrás gritaron y aplaudieron al ver la pista por la que se iban a deslizar en breve.

El increíble hombre que iba sentado junto a Lily se giró, colocando el brazo sobre el asiento de la silla, para mirarlos. Al hacerlo, quedó de perfil a Lily, que aprovechó el momento para observarlo atentamente y disfrutar de su olor.

Al volverse a girar hacia delante, el desconocido la pilló mirándolo y sonrió encantado.

Obviamente, estaba pensando exactamente lo mismo que ella.

La atracción era mutua.

Se quedaron mirándose a los ojos.

Lily no apartó la mirada y él tampoco.

De repente, el frío de la mañana desapareció.

– Supongo que, si vives aquí, esquiarás mucho -comentó el desconocido.

– Sí -contestó Lily.

– Llevarás mucho tiempo haciendo tabla.

Y esquiando, también. Su abuelo la había puesto sobre unos esquís a la edad de dos años y, desde entonces, no se los había quitado.

– ¿Y tú? ¿De dónde eres?

– De Ohio.

– Eso está un poco lejos. ¿Qué te trae por aquí aparte de que tenemos las pistas de esquí más maravillosas del mundo?

– Mi socio decidió que me vendría bien una semana de vacaciones y me las pagó.

– Qué socio tan encantador.

A Lily le encantaba que la gente le contara sus historias y, además, le encantaba la voz de aquel tipo, pero no le dio tiempo a preguntarle nada más porque ya habían llegado.

Mientras Lily saludaba al operador y se ponían las gafas de sol, el desconocido se acercó al mapa gigante en el que se mostraban todas las pistas a las que se podía acceder desde allí y, en un abrir y cerrar de ojos, había desaparecido en dirección a la Endiablada.

Lily se apresuró a seguirlo, pero no llegó a tiempo.

El desconocido comenzó a deslizarse por la pista y Lily se quedó mirando con la boca abierta. ¿Había dicho que esquiaba más o menos bien? Madre mía, aquel hombre se movía en perfecta sincronía con el entorno.

Aquello era poesía en movimiento.

¡Qué sexy!

A Lily se le dibujó una sonrisa de anticipación, deseo y alegría en la cara y, sin pensárselo dos veces, se dejó caer por la ladera de la montaña.

Capítulo Dos

Lily adelantó al increíblemente guapo hombre de negro y siguió esquiando por aquella pista que era como una montaña rusa y que siempre la llenaba de satisfacción.

A media pista, se paró en seco y, tal y como le gustaba hacer, miró hacia atrás para deleitarse ante lo que acababa de bajar.

El desconocido se paró a su lado.

– ¿Preocupada por mí?

– No me habías dicho que eras todo un experto.

– No. Tampoco me lo has preguntado -sonrió el desconocido.

Era cierto.

– ¿Hacemos una carrera hasta el final? -propuso él.

Lily se moría por decir que sí, pero sabía que no debía hacerlo.

– Hacer una carrera fuera de pista no es una buena idea.

El desconocido rió.

– Y yo que creía que eras una chica dura.

– Soy una chica dura, pero no soy estúpida.

– Estoy seguro de que te mueres por echar una carrera -insistió el desconocido acercándose a ella-. Te desafío.

Lo que más le gustaba a Lily en el mundo eran los desafíos y jamás había dicho que no a uno. Aunque muchas veces se había metido en líos por dejarse llevar, había aprendido hacía mucho tiempo a no reprimirse.

– Te vas a enterar -contestó mirando a su alrededor para cerciorarse de que estaban solos.

El desconocido sonrió encantado.

– ¿Eso es un sí?

– Por supuesto -contestó Lily lanzándole un beso al aire y avanzando sobre la nieve.

Iba esquiando a toda velocidad y lo oía justo detrás de ella. En un abrir y cerrar de ojos, el desconocido se situó a su lado y juntos se deslizaron sobre la nieve blanca a toda velocidad durante un buen rato.

Por fin, Lily consiguió despegarse un poco y decidió apretar en la última curva para ganarle.

«Es mío, ya es mío».

En aquel momento, sonó su radio y, con un gran suspiro, no tuvo más remedio que pararse a contestar.

– Adelante -le dijo a la base.

– Un esquiador ha desaparecido fuera de pista en la cara norte, entre Surprise y la Endiablada. Sus amigos dicen que no tiene suficiente nivel como para estar fuera de pista y no responde a sus gritos. Danny me ha dicho que estás por ahí.

– Sí, estoy en la Endiablada. Me voy a dar una vuelta entre los árboles para ver si lo veo.

– Chris también va para allá.

Chris ocupaba actualmente su antiguo puesto, el de director de la patrulla, y amaba la montaña tanto como ella.

Lily volvió a guardarse la radio en el cinturón y miró hacia los árboles haciéndose un esquema mental de por dónde podía buscar al chico. Al instante, recordó que no estaba sola y se giró hacia el guapísimo desconocido.

– Lo siento mucho, pero tengo que ir a buscar a un esquiador. Dejamos la carrera para otro momento.

El desconocido de negro asintió y, muy a su pesar, Lily se adentró en los árboles, una zona extremadamente peligrosa porque los troncos estaban muy juntos unos de otros y había más de treinta centímetros de nieve virgen.

Lily conocía la montaña como la palma de su mano y consiguió salir del bosque sin problema. Ahora se encontraba en la cara norte de la montaña, junto a un cortado que daba a un valle, en un terreno en el que no se podía esquiar.

A pesar de la dificultad del terreno y de que había letreros en los que se advertía del peligro, todos los años había unos cuantos descerebrados que se metían por allí.

No le costó mucho encontrar las huellas de unos esquís. El esquiador perdido había pasado por allí a pesar del gran cartel en el que se leía Fuera de pista, peligro.

– Idiota -murmuró poniéndose en contacto con la base para informar.

Estaba colgándose de nuevo la radio en el cinturón cuando escuchó que alguien se acercaba y se giró sorprendida.

– Te he seguido -le dijo el guapo desconocido de negro-. ¿Vas a bajar por ahí?

– Sí.

El desconocido dejó de sonreír y se puso muy serio.

– Ten cuidado.

– Tú, también. Anda, vete de aquí.

Lily se deslizó por la ladera, mucho más escarpada que la Endiablada, mucho más peligrosa porque allí había riesgo de avalancha. Por supuesto, aquella mañana antes de las cinco había ido por allí una patrulla precisamente a evaluar el riesgo de avalancha, pero nunca se sabía.

Lily siguió las huellas del esquiador desaparecido, maldiciéndolo por poner en peligro a otras personas con su estupidez.

Al llegar frente a un barranco, suspiró aliviada al ver que las huellas giraban a la izquierda.

– Me parece que lo he visto -le dijo a base.

De nuevo, oyó a otro esquiador tras ella y se giró.

– ¿Se puede saber qué haces aquí? -se sorprendió al ver otra vez al desconocido de negro.

– Ayudar.

– Mira, yo no tengo más remedio que ir a buscar al idiota ése porque soy miembro del equipo de salvamento de esta estación de esquí, pero tú no tienes por qué hacerlo. De verdad, quédate aquí. No quiero tener que preocuparme también por ti.

– Sé perfectamente lo que hago. Soy del Servicio de Búsqueda y Salvamento de Ohio.

– Ah.

Lily sintió que el corazón se le aceleraba.

– Te puedo ayudar.

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