Jill Shalvis - La aventura del amor

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El experto en búsqueda y rescate Logan White estaba acostumbrado a trabajar en condiciones de mucha tensión. Por eso era tan importante que se tomase aquellas vacaciones para irse a esquiar. Sabía que necesitaba desconectar, pero puesto que se veía incapaz de hacerlo, aquellas vacaciones iban a ser una pesadilla.
Entonces conoció a Lily Harmon y todo cambió…
Un amante del peligro como él acababa de encontrar la horma de su zapato…

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– Esta mañana había tres -les aseguró Lily.

– No me extraña que el pobre hombre se haya salido de pista si no sabía el peligro que corría -se lamentó Chris.

– ¿Cómo lo hacemos? ¿Lo bajamos o lo subimos? -preguntó Lily.

– De una u otra manera, va a ser un salvamento complicado.

Logan se dijo que aquella gente sabía lo que estaba haciendo y se mantuvo en un discreto segundo plano.

Al cabo de unos minutos, la radio de Lily volvió a interrumpirlos. En aquella ocasión, para informarlos de que los gemelos a los que la propia Lily había echado de las pistas se estaban volviendo a pegar enfrente del hotel.

Increíblemente enfadada, Lily indicó a tres miembros del equipo que fueran a disolver la pelea, que, por lo visto, estaba adquiriendo dimensiones insospechadas. Se quedaron solamente Chris y ella.

No paraba de nevar y se estaba haciendo de noche.

– Voy a bajar por él -anunció Lily.

– No, déjame que baje yo -intervino Logan.

– Logan…

– Tú no tienes bien la rodilla y yo he hecho esto miles de veces.

– ¿En la nieve? ¿Con hielo?

– Sí, en la nieve y con hielo -le aseguró Logan.

– Chris, te presento a Logan, miembro del Servicio de Búsqueda y Salvamento de Ohio, experto esquiador, montañero y piloto de helicópteros. ¿Tú crees que nos sería de alguna ayuda?

– ¡Por supuesto que sí!

En aquel momento, volvió a sonar la radio. Un niño se había roto la muñeca en la última bajada del día y requería un enfermero.

– Chris…

– Si me voy yo, no vas a poder con Logan, así que tendrás que bajar tú.

– No me importa -le aseguró Lily-. Por fin solos -añadió girándose hacia Logan cuando su amigo se hubo marchado-. Por favor, no me dejes caer -bromeó colocándose el arnés y comenzando a descender.

– Por supuesto que no -sonrió Logan.

Y así fue cómo Lily se dejó caer por la pared, confiando completamente de él, muy segura de sí misma. Desde luego, aquella mujer era la mujer más increíble que Logan había conocido jamás.

Al poco tiempo, Lily le indicó que estaba junto a la víctima y Logan recogió el equipo. Al asomarse al barranco, comprobó que Lily y el esquiador ya se habían ido.

«Espero que estén bien», pensó Logan sabiendo que el terreno por el que tenían que esquiar era realmente dificultoso.

Mientras bajaba hacia el hotel, encontró y recogió los tres letreros que los enfermeros estaban buscando.

Una vez en el hotel, le dijeron que Lily y el esquiador estaban bien, que los había recogido una oruga, pero tuvo que esperar un cuarto de hora para poder comprobarlo con sus propios ojos.

– Hola -lo saludó Lily al llegar-. Vaya, los letreros…

– Sí, me parece que alguien los ha cambiado de sitio.

Aquello hizo maldecir a Lily.

– ¿Estás bien?

– Sí, claro que sí -contestó Lily llamando por radio a un compañero y dándole instrucciones para que colocara los carteles en su lugar a la mañana siguiente antes de que las pistas abrieran-. No hace falta que te preocupes por mí.

¿Acaso nadie se había preocupado por ella jamás?

– Sólo quería asegurarme de que tenías bien la rodilla…

– Ya soy mayorcita.

Sí, era mayorcita, inteligente, rápida y fuerte.

Lily abrió la boca, sacó la lengua y dejó que un poco de nieve le cayera en ella. Al instante, Logan deseó tener aquella lengua en su boca.

– ¿Seguro que no te duele nada? -insistió acercándose a ella.

– ¿Y si me duele qué vas a hacer? ¿Darme un beso y decirme eso de «sana, sana, culito de rana»? -lo desafió.

– Puede ser.

– Seguro que no te atreves.

Sin pensarlo dos veces, Logan la tomó entre sus brazos y la besó, haciéndola murmurar sorprendida. La pasión del encuentro lo excitó sobremanera, haciendo que se apretara contra ella, momento que Lily aprovechó para abrir la boca y besarlo.

Aunque ambos iban ataviados con trajes de esquí, el calor que emanaba de sus cuerpos era evidente.

Logan era consciente de que jamás lo habían besado así y también era consciente de que no podían seguir aquella interesante exploración en público, así que, haciendo un esfuerzo, dio un paso atrás y se separó de ella, no sin antes permitir que Lily le succionara el labio inferior.

Con los labios húmedos, se quedó mirándolo a los ojos, evidentemente excitada, como si ella también supiera que aquello era diferente y, por eso mismo, aterrador.

– Muchas gracias por toda la ayuda que me has brindado hoy -sonrió-. Siempre es un placer trabajar con otro adicto a la adrenalina. Si algún día quieres venirte a trabajar aquí, estás contratado.

– Yo no soy adicto a la adrenalina -protestó Logan.

Lily se rió.

– Claro que lo eres, exactamente igual que yo, no podemos remediarlo -insistió Lily besándolo rápidamente-. Me voy.

– La rodilla…

– Ya la tengo mucho mejor. Pásatelo bien esta noche.

Y se fue.

Logan se pasó todo el día siguiente esquiando sin parar con la intención de aclarar su mente. El día anterior le había parecido interesante y curioso. No podía dejar de pensar en Lily y en cómo lo había besado, con la misma pasión y el mismo arrebato con la que, por lo visto, lo hacía todo.

¿Sabría lo increíblemente excitante que resultaba conocer a una mujer así?

No la había vuelto a ver desde la tarde anterior, pero tenía la sensación de que Lily lo estaba evitando y la única explicación que se le ocurría era que se hubiera dado cuenta de que entre ellos había algo especial y no quisiera ahondar en ello.

¿No era acaso irónico que una mujer que no se echaba atrás ante nada tuviera miedo de él?

Al atardecer, Logan hizo el último descenso y se quitó los esquís. Por segunda tarde consecutiva, no tenía nada que hacer, algo que le resultaba de lo más raro.

Mientras observaba encantado el maravilloso paisaje, pensó en sus compañeros y en cómo le habían tomado el pelo haciendo apuestas sobre con cuántas mujeres se liaría en aquel viaje y si con alguna de ellas mantendría una relación seria.

La evidente respuesta era que no.

En su mundo, el amor no duraba.

Su madre no había podido aguantar el estilo de vida nómada que la carrera militar de su padre exigía y se había ido dejando a su marido y a sus tres hijos, muchos de sus amigos ya iban por el tercer y cuarto matrimonio y cambiaban de mujer como de camisa y él mismo no había sido capaz de mantener ninguna relación seria porque siempre se daba cuenta de que lo que amaba en esta vida por encima de cualquier otra cosa era su trabajo.

Al entrar en el hotel, miró a las mujeres que había frente a la chimenea. Algunas de ellas le devolvieron la mirada y una en particular, una preciosa mujer alta y con el pelo color castaño, le sonrió y se lo comió con la mirada.

Logan esperó a ver si dentro de él se producía alguna reacción, pero no hubo nada. No podía dejar de pensar en otra mujer, una mujer más bajita, dura como el cemento y suave como la seda.

Una mujer cuyo beso todavía sentía en la boca. Logan se dirigió al vestuario a dejar los esquís. Una vez allí, se sentó en un banco y, mientras se quitaba las botas, comprobó que había una mujer sentada en el banco de enfrente.

– ¿Trabajas aquí? -le preguntó ronroneando como una gata.

– No -contestó Logan con impaciencia-. Estoy de visita.

– Yo, también. Bueno, en realidad, soy la dueña de este sitio.

– ¿De verdad? -dijo Logan guardando las botas en su taquilla-. Ayer conocí en las pistas a otra de las propietarias.

– Será Lily Rose. Es mi sobrina. Sí, ella también es propietaria. De hecho, su parte es mayor que la mía, lo que significa que ella tiene que trabajar y yo sólo vengo de vez en cuando a disfrutar -sonrió la desconocida-. ¿Te lo estás pasando bien?

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