Jessica Steele - Luces de bohemia
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Pero ahora, debido a un imprevisto, no podía ir y le pidió a su hermana que viajara a Checoslovaquia en su lugar.
Fabia sabía que no iba ser sencillo engañar a un hombre como Ven.
Y menos aun si se enamoraba de el…
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Fabia despertó en la habitación del hotel en Bamberg y pensó que si Cara estuviera con ella, y como ya no estarían lejos de su destino, hubieran aprovechado la oportunidad de conocer la ciudad. Le habría encantado conocer la plaza de la catedral y ver el castillo de Bamberg. Pero estaba sola, y mientras rezaba porque se aliviara Barney, se puso nerviosa, y sintió que tenía que seguir su camino.
Deteniéndose sólo para llenar el tanque de gasolina de nuevo, cruzó la frontera de Alemania y seis millas después se detuvo en Cheb, cerca de la frontera de Checoslovaquia, donde cambió libras esterlinas por coronas checas, y siguió manejando pensando si su nerviosismo seguiría hasta después del almuerzo del día siguiente. Para entonces tendría ya las respuestas a todas las preguntas que había escrito Cara, y podría relajarse y respirar tranquila. Desafortunadamente, no todo resultó como lo había planeado. Es decir, hasta cierto punto. Llegó al hotel en Mariánské Lázne el jueves en la tarde, donde tomó un bocadillo en su habitación mientras estudiaba la lista de preguntas que le entregó su hermana y trató de memorizarlas bien antes de presentarse ante el señor Vendelin Gajdusek al día siguiente. Luego, sintiéndose tensa, salió del hotel para pasear por Hlavní Trida, la avenida principal. Pero eso no alivió su ansiedad y sintiendo que le era imposible vivir con la conciencia sucia y la culpa, regresó al hotel pensando que no le volviera a suceder tener que suplir a su hermana.
No tenía mucha hambre, pero bajó al comedor del hotel como a las ocho de la noche y fuego regresó a su habitación para pasar una noche inquieta.
Al día siguiente, se asomó a la ventana de la habitación del hotel, en el área forestal Slavkosky, hacia las colinas cubiertas de árboles que rodeaban Mariánské Lázne, y tampoco tuvo apetito. Tomó café y yogur, y después fue a la recepción a pedir informes de cómo llegar a la casa del señor Gajdusek. De allí regresó a su habitación, luego salió con bastante anticipación, dado que la casa quedaba en las afueras de Mariánské Lázne, vestida con su mejor traje sastre, en lana verde de cuello redondo y saco largo y habiendo peinado con cuidado su cabello rubio.
Pero para entonces estaba tan tensa, por el engaño que por amor y lealtad se veía forzada a realizar que no vio los imponentes edificios que dejaba atrás, conduciendo rumbo al valle donde terminaba el pueblo y empezaba una carretera a través de los bosques.
Era en el área boscosa donde se dividía la carretera en una muy amplia y en otra secundaria, ésta era la que, le habían dado instrucciones, debía tomar. Al final dio vuelta a la derecha, y a unos cuantos metros se encontró frente al más elegante edificio de cuatro pisos. Ella sabía que ahí vivía el hombre que entrevistaría.
Consultó su reloj, sintiendo gran nerviosismo. ¡No tenía el carácter para hacer esas cosas! Y lo comprobó, además, por las náuseas que sentía. Faltaban aún quince minutos para que fuera la hora convenida.
Durante un momento trató de calmarse y de aparentar seguridad en sí misma, luego, más tranquila, salió del auto y se acercó a la imponente puerta principal del edificio.
De pronto un ataque de pánico casi la hizo retroceder, pero sin hacer caso a sus emociones presionó el timbre de porcelana. Era demasiado tarde para huir, y empezó a luchar, desesperada por mantener la calma repasando de nuevo toda la lista de preguntas, pero no recordaba ni una.
En ese momento, con el corazón en los pies, escuchó que alguien se acercaba. Si había pensado que era el hombre que allí vivía, habría sentido desilusión. No era un hombre quien abrió la puerta, sino una mujer regordeta como de cincuenta años.
– Buenos días -dijo Fabia sonriendo a la señora.
– Dobryden -respondió la mujer con sus propios "buenos días".
Por el bien de su hermana, Fabia continuó sonriendo, pero se desanimó al comprender que esa señora fuera su esposa, ama de llaves o ambas cosas, no sabía hablar inglés. Y tampoco, por la expresión de intriga en su rostro, estaba informada de su visita.
– Me llamo Fa… hmm -tosió para encubrir su primer error, ¡y todavía no había empezado!-. Me llamo Cara Kingsdale -volvió a sonreír, y como vio que no obtenía respuesta, continuó-. Vine a ver al señor Gajdusek -sin embargo, aparte de parpadear al reconocer el nombre, la mujer tampoco respondió. Fabia empezó a devanarse los sesos, pensando en como derribar la barrera del idioma. De alguna manera recordó las tarjetas de presentación que le había dado Cara y con la esperanza de que la mujer se la entregara al dueño de la casa, buscó en su bolsa y la sacó de su cartera para entregársela a la mujer.
Sintió alivio cuando, después de mirar el pedazo de papel, que de seguro no significaba nada para ella, la mujer dijo con amabilidad.
– Prosím za prominutí -y desapareció.
Fabia no entendía ni una palabra de checo; sólo había averiguado que prosím significaba "por favor", esperaba que la cordial mujer se hubiera disculpado para ir a entregarle su tarjeta a Vendelin Gajdusek.
Cuando Fabia volvió a escuchar pisadas que se acercaban adonde estaba ella, se estremeció de nervios. Pero la mujer a quien le había entregado la tarjeta apareció acompañada de otra señora, de uniforme, con un plumero en la mano y de la misma edad, a quien había distraído de sus labores de limpieza.
– Buenos días -le dijo la señora en inglés, con acento extranjero.
Con acento o no, Fabia sintió aminorar su tensión al oír a alguien hablando inglés. Pero un minuto después se sentía igual de tensa. Porque, después de volver a repetir su ritual de presentación y de señalar el motivo de su visita, se enteró, si entendió bien, que el hombre con quien tenía la cita, ¡no estaba allí!
– ¿Salió por un momento? -Fabia preguntó despacio, tratando de aclarar su situación. Luego, cuando comprendió que no le habían entendido, repitió la pregunta todavía más despacio.
Esperó un momento y, cuando vio que se iluminó el rostro de la otra mujer, empezó a creer que por fin le responderían.
– Praga -anunció la mujer de uniforme.
– ¿Praga? -repitió Fabia esperando haber entendido-. ¿Dice usted que el señor Gajdusek está en Praga?
– Allí está -fue la increíble respuesta.
– ¡Allí está! -exclamó Fabia, y todavía no lo quería creer, pese a que la mujer asentía con la cabeza.
– Ano , sí -tradujo.
– ¡Pero si yo tengo cita con él! -protestó Fabia y comprendió que la mujer desconocía la palabra "cita". Como el hecho de encontrar otra palabra no iba a cambiar la situación, se preguntó si el escritor regresaría para cumplir con el compromiso o si se habría retrasado por algún motivo imprevisto. De modo que les preguntó:
– ¿Esperan que regrese hoy el señor Gajdusek? -y como vio que no comprendieron, señaló su reloj y volvió a preguntar-. ¿A qué hora lo esperan de regreso?
– Una semana -le informó la mujer dejándola atónita.
Diez minutos después, Fabia iba conduciendo de regreso al hotel, sintiendo incredulidad y asombro. Había insistido a la recamarera que le confirmara si había comprendido su última pregunta y de nuevo le había repetido "una semana". Fue en ese momento que Fabia recordó a Milada Pankracova con quien se había comunicado su hermana.
– ¿Está la secretaria del señor Gajdusek? -había preguntado.
– ¿Secretaria?
– Milada Pankracova.
– ¡Ah! -habían reconocido el nombre, pensó Fabia, animada-. No está -había añadido la mujer y Fabia creyó que eso quería decir que el señor Gajdusek había ido a Praga para un asunto de negocios y se había llevado a su secretaria con él. ¿Y entonces qué iba a pasar?
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