Jessica Steele
Su secretaria más personal
Su secretaria más personal (2007)
Título Original: The boss and his secretary (2007)
Taryn había perdido la concentración y se había apartado al arcén de la carretera. Seguía estupefacta por lo que había hecho… y por lo que acababa de hacer Brian Mellor. Había trabajado cinco años en Mellor Engineering y había llegado a amar a Brian desde que la nombraron su secretaria hacía dos años. Brian era el director de la próspera empresa. Era un buen jefe y habían trabajado bien juntos. Era alto, rubio, de trato fácil, simpático y… estaba casado.
Su mujer, Angie, también era encantadora. Físicamente era muy normal, pero lo que no tenía de belleza lo compensaba con una personalidad cálida y amable. Era evidente que adoraba a su marido, como lo era que sus hijos, Ben y Lilian, también lo adoraban. Cualquiera que viera a Brian y a Angie se daría cuenta de que era un matrimonio muy feliz, lo cual había servido para que Taryn pudiera mantener oculto su amor.
Sin embargo, había notado que desde hacía seis meses las cosas no iban muy bien en la familia Mellor. Escuchaba una palabra hiriente por aquí o descubría una mirada punzante por allá cuando Angie aparecía por la oficina, y aparecía todos los viernes al ir de compras.
Hasta que, dos meses atrás, Angie dejó de ir los viernes.
– ¿Le pasa algo a Angie? -le había preguntado Taryn a Brian.
– No… -había contestado él distraídamente sin dejar de trabajar.
Taryn se había quedado preocupada. Conocía lo suficiente a Angie como para poder llamarla con algún pretexto, pero tampoco quería entrometerse.
Las cosas no habían mejorado y entonces, ella, ante su sorpresa y la sorpresa mayúscula de los demás, había dejado el trabajo. Seguía inmóvil en el coche y no podía creerse que hubiera hecho eso. Le encantaba su trabajo y lo hacía muy bien. Quería a Brian y su mujer le caía muy bien. Sin embargo, había dejado el trabajo y no había marcha atrás.
Taryn recordó cómo había empezado el día. Había sido la primera en llegar a la oficina. Su vida doméstica no era tan armónica como le habría gustado y a veces salía temprano hacia el trabajo, como también solía quedarse hasta tarde en Mellor Engineering.
Esa mañana, cuando Brian llegó, parecía algo distraído. Ella no había dicho nada. Repasó el correo con él y volvió a su despacho. Sin embargo, lo observó. Durante toda la mañana, cuando coincidieron, estuvo descontento por algo, aunque él tampoco dijo nada.
Cerca de las cuatro de la tarde, ella fue a su despacho y volvió a ver su expresión sombría.
– ¿Qué pasa, Brian? -le preguntó con delicadeza.
– Nada… -contestó él, pero después se levantó y añadió-: Ya no puedo más.
– Brian… cariño…
Ella había pensado muchas veces decirlo, pero nunca lo había hecho y esa vez no pudo evitarlo.
– Taryn… -susurró él con tono desdichado.
Entonces, antes de que ella pudiera imaginarse lo que iba a hacer, Brian la abrazó, casi como si necesitara oír una palabra cariñosa. Taryn, perpleja por lo repentino de su gesto, se quedó paralizada. Luego se dio cuenta de que, quizá, instintivamente, también lo hubiera abrazado. Fuera como fuese, él debió de sentirse estimulado porque lo siguiente que notó ella fue que Brian estaba besándola.
Al principio, se quedó quieta, como si captara que él estaba afligido y necesitaba consuelo. Sin embargo, al cabo de unos segundos, el abrazo se estrechó y el beso se convirtió en el de un amante.
Conmocionada, desconcertada y un poco furiosa, pensó en Angie y en sus hijos y lo apartó, aunque una vocecilla le decía que se dejara llevar y se entregara al hombre que amaba. No esperó a que él pudiera hacer nada más y, presa del pánico o temerosa de sus instintos, sólo supo que no podía permitir que volviera a besarla. Se fue precipitadamente a su despacho, recogió el bolso y la chaqueta y, antes de que Brian pudiera reponerse, se marchó de allí.
Se montó en el ascensor con un torbellino en la cabeza, con los ojos irritados por las lágrimas y sin darse cuenta de que había más gente.
– Parece disgustada -le dijo una voz masculina.
Ella miró a un hombre de treinta y tantos años que también estaba en el ascensor, moreno, con ojos grises y al que le iban muy bien las cosas, a juzgar por el traje hecho a medida.
– ¿Qué? -replicó ella algo molesta.
Taryn miró hacia otro lado e inconscientemente se fijó en el lujoso maletín de él. Evidentemente, había ido a ése edificio por algún motivo de trabajo. ¿Trabajaría allí?
– ¿Puedo ayudarla de alguna manera? -insistió él.
– Lo dudo.
El ascensor se paró y ella pudo dar por terminada esa conversación. Salió disparada y se encontró en el coche camino de su casa cuando se dio cuenta de que no quería ir a su casa. Su padre, un científico jubilado, estaba en un mundo propio y quizá no se extrañara de que volviera tan pronto a casa, pero su madrastra, que hacía unos días se había quedado sin otra ama de llaves, tendría un montón de tareas para ella y otro montón de preguntas. A veces, muchas veces, Taryn no la soportaba.
De repente, se dio cuenta de que debía de llevar un buen rato en el coche. Se había tranquilizado poco a poco y había empezado a recuperarse del beso que le había dado Brian. Si bien sus pensamientos seguían algo alterados, empezó a meditar sobre cómo se había escapado de sus brazos. ¿Debería haber reaccionado de otra manera? Quizá. Aunque si lo pensaba bien, ¿qué otra cosa podría haber hecho aparte de marcharse de allí? Si no hubiera amado a Brian, podría haberle dado un empujón, haberle dicho cuatro cosas y no habría pasado nada más.
Pero lo amaba y tenía que reconocerse que había estado a punto de corresponder al beso. Taryn sabía que no habría podido vivir con eso en la conciencia. ¿Cómo habría podido volver a mirar a Angie a la cara? A pesar de las desavenencias entre Brian y Angie, ellos seguían casados y muy enamorados.
Saber que había hecho lo que tenía que hacer no la consolaba, pero seguía sin querer volver a casa.
Podría ir a algún sitio a tomar una taza de té, pero no quería té. No sabía qué quería. ¿Por qué lo habría estropeado todo Brian? Su vida no era nada interesante, pero le gustaba ir a su trabajo. Eso le recordó la agencia de trabajo temporal de su tía. Se llevaba muy bien con su tía Hilary, la hermana de su padre, y su agencia estaba bastante cerca de allí. Taryn sacó el móvil.
– ¿Estás ocupada?
Su tía había heredado la pasión por el trabajo que corría por las venas de toda la familia Webster. Ella misma la había heredado de su padre.
Hilary Kiteley, su apellido de casada, llevaba sola desde que su marido murió hacía unos treinta años. Económicamente no habría tenido necesidad de trabajar, pero necesitaba algo apasionante que le llenara los días y había sacado adelante una empresa que era muy apreciada.
– ¿No estás en la oficina? -le preguntó Hilary.
– ¿Puedo ir a verte?
– Mi puerta siempre está abierta para ti, Taryn. Ya lo sabes.
Media hora más tarde, Taryn estaba sentada en el despacho de su tía y ya le había explicado que había dejado un trabajo que le encantaba.
– ¿Vas a contarme qué ha pasado? -le preguntó Hilary amablemente.
– No… puedo.
– A lo mejor vuelves cuando hayas tenido tiempo para pensarlo -aventuró su tía.
– No.
Taryn sabía que aquel beso lo había cambiado todo. Ella lo amaba y él la había tentado. El riesgo de ceder era demasiado grande. Angie y él tenían que resolver la crisis que estuviera pasando su matrimonio.
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