Jessica Steele - Su secretaria más personal

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¿Podría aquel romance de oficina acabar en un paseo hacia el altar?
Cuando Taryn Webster aceptó aquel empleo de secretaria del guapísimo millonario Jake Nash, se dio cuenta de que tendría que luchar contra la atracción que sentía hacia él. Pero Taryn estaba empeñada en no mezclar los negocios con el placer, por lo que se esforzó en mantener las distancias.
El problema fue que Jake le pidió que lo ayudara después de las horas de trabajo. Al principio Taryn se negó a hacerlo, pero el jefe no tardó en convencerla con sus persuasivos argumentos… por no hablar de su encantadora sonrisa y sus tentadores ojos.

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– ¿Qué exquisitos sándwiches vas a preparar para esta tarde? -le preguntó Eva al entrar en la habitación.

– ¿Sándwiches?

– Tengo partida de bridge.

– Bueno, puedo hacerlos de salmón y pepino y poner pastelillos después.

– ¿Con pan blanco e integral? -le preguntó Eva con retintín.

– Claro -contestó Taryn.

Tendría que ir a hacer la compra, pero lo haría al terminar de leer el periódico.

– ¿Por qué estás leyendo las ofertas de empleo?

– Estoy buscando trabajo -contestó Taryn con una sonrisa.

Eva apretó los labios con gesto de disgusto, pero Taryn no pensaba permitirle que creyera que iba a ser su sirvienta para siempre.

– Está claro que no tienes suficientes tareas.

Eva seguramente se refería a que estaba leyendo el periódico después de haber pasado la aspiradora y de haber quitado el polvo. Cuando Eva se fue, Taryn empezó a ojear los alquileres de apartamentos. No le contaría sus planes a su madrastra hasta que hubiera embalado todo y estuviera a punto de irse.

Taryn estaba volviendo de hacer la compra cuando se le ocurrió la idea de ir a visitar a su madre. Su madre y su nuevo marido estaban de voluntarios en África. ¿La recibirían bien… o no? Las cartas que recibía de su madre siempre eran muy cariñosas, pero…

Aún no había decidido nada cuando sonó el teléfono. Taryn contestó desde la cocina y oyó con agrado la voz de su tía.

– ¿Qué haces? -le preguntó Hilary.

– ¿Te refieres a qué hago cuando no miro la sección de ofertas de empleo o la de alquileres?

– ¿Tan grave es?

– La verdad es que no -su tía la quería y ella no quería preocuparla-. Es que me parece que no sirvo para las tareas domésticas.

– Es una pena -replicó su tía después de un breve silencio.

– ¿Por qué?

– Acaban de pedirme a alguien que se ocupe temporalmente de una casa. Quieren a alguien un poco especial y había pensado en ti.

– Tía, estoy halagada…

– Resolvería tu falta de trabajo y de alojamiento durante dos semanas. Además, podrías seguir buscando trabajo y te alejarías dos semanas de la espantosa Eva.

– No lo sé… -susurró Taryn con una sonrisa-. ¿De qué se trata? ¿Dónde?

– Es un caballero anciano y encantador que vive entre Herefordshire y Gales.

– ¿Estás segura de que es un caballero, anciano y encantador?

– Sí. ¿Acaso iba a mandarte a algún sitio que no estuviera bien? Acabo de hablar con la señora Ellington, quien se ocupa ahora de la casa. Al parecer, nos ha recomendado la amiga de una amiga, ¿no te parece maravilloso? Ha estado diez años trabajando para el señor Osgood Compton y lo ha descrito como un hombre adorable, octogenario y un auténtico caballero.

Taryn tuvo que reconocer que la idea empezaba a gustarle.

– ¿La señora Ellington se va de vacaciones?

– Tiene una hija enferma y quiere pasar algún tiempo con ella. A lo mejor no tienes que pasar las dos semanas allí.

– ¿Puedo pensarlo?

– Necesita a alguien inmediatamente.

Taryn tampoco tenía mucho que pensar. Sólo tenía que cancelar una cita con unas amigas el viernes. Además, pasar dos semanas lejos de su madrastra sería el paraíso.

– Dame la dirección -aceptó Taryn.

– ¡Fantástico! -exclamó Hilary-. ¿Cuándo irás?

– Mañana.

Taryn fue al pueblo de Knights Bromley a la mañana siguiente. Como había supuesto, a su madrastra no le hizo ninguna gracia la idea de tener que ocuparse ella de las tareas domésticas, pero le había dado su palabra a su tía e iba a mantenerla. La señora Ellington estaba esperándola en el antiguo caserón para explicarle algunas notas que había apuntado y para presentarle a su jefe.

Osgood Compton era, efectivamente, un auténtico caballero y Taryn se sintió como en su casa a las pocas horas de que la señora Ellington se fuera.

Transcurrida media semana, estaba tan cómoda como si lo hubiera conocido de toda la vida. Osgood Compton era un caballero de ochenta y dos años animado y perspicaz y le pedía a Taryn frecuentemente que lo acompañara a pasear. Durante sus caminatas charlaban de todo tipo de cosas. Él había sido un ingeniero de cierto prestigio antes de jubilarse y estaba encantado de que ella conociera muchas cosas del que había sido su campo de trabajo. Taryn le había tomado cariño en muy poco tiempo y supo que lo recordaría con agrado cuando hubieran pasado las dos semanas.

Sin embargo, a la hija de la señora Ellington tuvieron que operarla inmediatamente y la señora Ellington llamó al señor Compton para preguntarle si podía tomarse otras cuatro semanas. Él, naturalmente, como el caballero que era, le dijo que se tomara todo el tiempo que necesitara.

– ¿Podría pedirte que te quedaras conmigo un mes más? -le preguntó él a Taryn.

– Me encanta estar aquí -contestó ella-. Otro mes estaría muy bien.

– Sólo será un mes, te lo prometo -replicó él con una sonrisa resplandeciente-. A lo mejor conviene que llames a la agencia y se lo digas.

Esa noche, a última hora, Taryn lo oyó hablar por teléfono con su hija, que estaba casada con un estadounidense y vivía en Estados Unidos. En realidad, hablaban mucho por teléfono y a ella le parecía que era una relación encantadora. Pensó en su propio padre y, por un instante, deseó con tristeza que le demostrara más cariño del que le demostraba habitualmente.

Más tarde, Taryn también llamó a su casa y recibió la feliz noticia de que su madrastra había encontrado a alguien que se ocupara de las tareas domésticas. Taryn supuso que ya no había ninguna prisa para que ella volviera.

El tiempo fue muy bueno durante la semana siguiente y el señor Compton, que consideraba que sería una pena pasar los días en casa, la apremiaba para que organizara comidas en el campo. Los días pasaron entre paseos campestres y alguna que otra visita al pub del pueblo. Pasaron unos días de verano muy placenteros.

A medida que se acercaba el final de su estancia en Knights Bromley, Taryn seguía pensando que no volvería a trabajar en Mellor Engineering, pero se encontraba más dispuesta a trabajar en una oficina. Se dio cuenta de que había necesitado ese cambio de aires para volver a ordenar las ideas.

Tenía que pensar en labrarse una carrera profesional. Lo primero que haría el lunes por la mañana sería buscar trabajo y, lo segundo, buscar un sitio donde vivir, que no fuera la fría casa de su padre.

Sin embargo, sus decisiones tendrían que esperar un poco porque al día siguiente la señora Ellington llamó para decir que su hija, aunque se recuperaba bien, había tenido una leve recaída y no quería dejarla sola.

– ¿Crees que podrías quedarte una semana o dos más? -le preguntó a Taryn-. Sé que el señor Compton piensa maravillas de ti.

¿Qué podía contestar? Ella también pensaba maravillas de él y la hija de la señora Ellington estaba pasando un mal momento.

– No te preocupes -contestó Taryn-. ¿Has hablado con el señor Compton?

– Él insiste en que me tome todo el tiempo que necesite, pero me parece que le incomoda pedirte que te quedes. Al parecer, te prometió que te irías esta semana.

– Le diré que me viene mejor quedarme -la tranquilizó Taryn.

El sábado, Taryn pensó que al señor Compton le gustaría tomar el té en el jardín. Ella le había hecho su pastel favorito esa mañana. Estaba llevando la bandeja cuando oyó un coche que entraba por el camino de la casa. Que ella supiera, el señor Compton no esperaba visitas. Aunque eso no significaba que no fueran a recibir bien a cualquier visitante. Aun así, cuando vio que el coche último modelo se paraba delante de la puerta, pensó que tal vez el visitante se hubiera equivocado de dirección y no quería que el timbre despertara al señor Compton de la siesta. Llegó al coche justo cuando un hombre alto, moreno y de treinta y tantos años estaba bajándose. Él la vio y se quedó petrificado. Taryn lo miró fijamente.

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