Se sintió relajada pensando que ya no volvería a salir con personas desagradables como Quin Quintero.
Ir a Cuzco era una obligación por ser la capital del imperio Inca. “Debo ir primero a Cuzco?”, se preguntó. Tal vez iría a Cuzco, de allí a la bien conservada ciudad Inca en Machu Picchu, regresaría a Cuzco y de allí volaría a Arequipa.
Al considerar sus felices opciones, se puso de muy buen humor y entró en el restaurante. Sin embargo, su sonrisa desapareció con rapidez. En el comedor, casi solo, y observándola con fijeza, se hallaba Quin Quintero.
¡Maldito hombre!, se enfureció, pero continuó su camino como si al verlo comiendo no la hubiera molestado en absoluto.
– Buenos días -lo saludo con cortesía al detenerse en una mesa bastante alejada de la de él.
– Buenos días señorita -contestó con una ligera inclinación de la cabeza y Bliss lo odió aún más cuando le pareció ver, antes de sentarse, que una expresión de alivio cruzaba por su rostro al ver que ella no se sentaría a la misma mesa que él.
Arrogante, pensó Bliss. Una comida en compañía de ese tipo era más que suficiente.
Se dio cuenta de que hacía unos minutos había estado de muy buen humor y que ahora estaba algo deprimida. Bebió un sorbo del café que un atento camarero ya le había servido, y trató de recuperar su estado de ánimo anterior.
No dejaría que Quin Quintero la irritara. Él no era nada de ella, ¿por qué habría de perturbarla entonces? Estaba más que feliz de que él prefiriera desayunar a solas.
Su enojo disminuyó un poco al recordar cómo, la noche anterior, él reveló que una mujer llamada Paloma Oreja lo rechazó. Tal vez quería que su Paloma compartiera su mesa, pensó Bliss, y luego dejó de buscar pretextos para ese hombre.
Era un bruto. Él no había sentido alivio cuando Bliss se sentó en otra mesa por estar pensando en su amor perdido, sino porque ya consideraba que su deber para con ella estaba cumplido al haberla llevado a cenar la víspera, como se lo prometió a Dom.
Bliss desechó a Quin Quintero de sus pensamientos. Sin embargo, descubrió que no tenía apetito.
Después de terminar su café, ya no tuvo motivos para seguir en el restaurante. Sin mirar por encima de su hombro, pues asumió que él estaría comiendo o leyendo el periódico, se levantó y salió sin prisa del comedor.
Se dirigió al área de información de la recepción.
– Señorita Carter -la saludó el empleado y la sorprendió al recordar su nombre ¿En qué puedo ayudarla?
Cinco minutos después, Bliss decidió que iría a Cuzco al día siguiente. Como sin duda Erith y Dom insistirían en hacer el trayecto de una hora y media desde Jahara al aeropuerto para recibirla, decidió que les haría saber de su arribo cuando llegara. De hecho, como su intención no era la de vivir en casa de Erith y no quería que ellos pasaran los felices días de su luna de miel paseándola por todas partes, decidió que no los llamaría sino hasta haber terminado de ver las ruinas.
– Puedo llamar a la aerolínea si usted así lo desea -le aseguró el empleado mientras contemplaba sus grandes ojos verdes.
– ¿Podría reservarme un boleto para ir a Cuzco mañana por la mañana? -mientras hizo la pregunta, vio por el rabillo del ojo que Quin Quintero, con el portafolios en la mano, se marchaba del hotel sin si quiera dirigirle una mirada.
¡Bestia!, se enfadó sin preguntarse ya por qué ese hombre la irritaba tanto. Como él pasó tan cerca de la recepción, debió verla… Bliss esperó que la agarradera del portafolios se desprendiera Era obvio que, en opinión de él ella sólo merecía un “Buenos días” .
Bliss lo olvidó una vez que entró en el museo “Oro del Perú”, y quedó fascinada no sólo con el espléndido oro de los trajes exhibidos, sino también con los collares y artefactos que pudo admirar.
Dentro del museo visitó tiendas donde vendían de todo, desde un poncho de alpaca hasta tarjetas postales. También había una pequeña cafetería al aire libre, donde ella tomó una taza de té y donde los ciervos domesticados se acercaron. Bliss luchaba contra su impulso de alimentarlos, cuando vio un letrero que prohibía hacerlo.
Más tarde, Bliss visitó el Museo Arqueológico. Después de unas horas, se percató de que ya era la hora del almuerzo. Sintió mucha hambre al salir a un patio lleno de flores, y descubrió un café donde todavía servían platillos calientes.
Bliss no estuvo muy segura de qué fue lo que ordenó, pero el plato de arroz con frijoles y cebolla estuvo muy sabroso. Al terminar de comer se dio cuenta de que ese era su último día en Lima y debía decidir qué era lo que no quería dejar de ver.
Pasó el resto de la tarde en la catedral, y de allí fue a una galería de arte. Regresó al hotel, cansada pero feliz. Aún no sabía si ir a cenar o no y se percató de que todavía estaba preocupada por volverse a topar con él .
“Santo Dios”, se regañó, “¿por qué tengo que preocuparme por algo semejante?”. En media hora se bañó, se puso su vestido rojo y bajó al restaurante.
Esa noche, no vio a Quin Quintero y regresó a su habitación preguntándose por qué, después de un día tan interesante, estaba un poco deprimida.
Hizo su equipaje y se percató de que tal vez estaba más cansada de lo que creía. Supuso que, o Quin Quintero ya no estaba en él hotel, o bien acudía a una cita esa noche.
Bliss fue a desayunar a la hora acostumbrada al día siguiente pero el único “Buenos días, señorita” que recibió fue el del camarero.
– Buenos días -contestó y se dio cuenta de que Quin Quintero ya no estaba hospedado en el hotel y de que ya no lo volvería a ver.
O eso pensó. Fue al aeropuerto, registró su enorme maleta y, después de esperar un poco, fue al avión a tomar su asiento. ¿Y a quién vio caminando por el pasillo para acercar a ella? ¡A Quin Quintero!
No estaba segura de que su boca no estaba abierta por la sorpresa. Y su asombro aumentó aún más cuando Quin Quintero se detuvo ante el asiento que estaba junto al de ella.
– Buenos días -saludó él con frialdad al poner su portafolios en el compartimento superior.
– Buenos días -imitó su tono y se dio cuenta de que Quin Quintero no mostraba sorpresa por verla en el mismo avión que él, puesto que era natural que Bliss viajara en sus vacaciones. Sin embargo, cuando él se sentó y se abrochó el cinturón de seguridad, Bliss no supo si alegrarse de viajar con alguien conocido o si le molestaría estar en su compañía hasta llegar a Cuzco.
Bliss se preguntó si el saludo que intercambiaron sería toda la conversación que existiría entre ambos. Pero, tan pronto como el avión despegó, Quin Quintero inquirió con cortesía:
– ¿Va a Jahara?
– Puede que vaya -contestó con más honestidad de la que quiso.
– ¿Irá Dom por usted al aeropuerto?
– Dom y mi hermana decidieron tener una luna de miel de tres meses -explicó Bliss-. Por supuesto que iré a Jahara a saludarlos antes de volver a Inglaterra pero como considero que ellos deben tener intimidad en su luna de miel, no quiero hacerles sentir que tienen que pasearme por todas partes.
Quin la miró sin decir nada, archivando los comentarios de ella.
– Parece que está interesada en la arqueología, ¿verdad?
Bliss supuso que Dom fue quien se lo dijo. Parecía que su cuñado le había hecho una descripción más profunda que “dulce, gentil y con una personalidad agradable”.
– Así es -comentó sin explayarse más-. ¿Usted también vive cerca de Cuzco? -trató de que el tema de conversación no se centrara en ella. Recordó que Erith le dijo que Quin Quintero vivía en la costa y Cuzco estaba situado tierra adentro.
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