Jessica Steele - Viaje de descubrimiento

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Era obvio que Quintero se había formado una opinión muy pobre de Bliss. Desde luego, a ella no le importaba lo que él pensara, difícilmente se volverían a encontrar. Pero entonces ella se dio cuenta de que Quin era el amigo a quien su cuñado había asignado para cuidarla en esa exótica tierra. Así que no podía hacer otra cosa mas que resignarse y ser cortés con ese hombre, a pesar de que le resultara insoportable ¡Sin embargo, no intentaba enamorase de el!

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Al salir del comedor, de nuevo se resistió a la tentación de llamar a su hermana y fue a una tienda donde vendían tarjetas postales. Escogió algunas para mandarlas a Inglaterra.

Ya se dirigía al área de los ascensores mientras contemplaba la postal de un tumi de oro y turquesa, el cuchillo ceremonial, cuando de pronto chocó contra alguien.

Con alguien que sabía que Bliss no entendía ninguna de las lenguas habladas en Perú, como se percató ella al escuchar una irritada reclamación:

– ¿Por qué demonios no ve por dónde camina?

En el segundo que tuvo antes de recuperar el equilibrio y alzar la vista, Bliss ya sabía a quién pertenecía esa fría voz. ¡No se equivocó! Se encontró con los ojos grises que relampagueaban de enojo. Claro que no por nada ella era una pelirroja.

– ¿Y por qué demonios no aprende usted a ser más educado? -explotó con furia. Sin importarle si lo tiraba al suelo o no, aunque eso sería algo difícil pues el hombre era muy alto y musculoso como para que alguien tan delgado como ella pudiera tener semejante éxito, Bliss se pasó de largo. Demasiado enojada como para esperar el ascensor, se dirigió a la escalera. Era increíble que, habiéndose encontrado con muchísimas personas amables en Perú, ella tuviera la desgracia constante de toparse con él.

Capítulo 2

Bliss recuperó la tranquilidad al despertar al día siguiente. Había descubierto que había una mina de museos, iglesias antiguas y casas históricas en Lima. Así que madrugó para no perderse de nada.

El cielo estaba muy nublado cuando ella bajó a desayunar, vestida con pantalón y chaqueta de pana blanca. Todavía era muy temprano y no había nadie en el restaurante salvo una persona. Pero, ¿por qué esa única persona tenía que ser él ?

El hombre fingió no haberla visto y ella lo imitó. Cuando se sentó, Bliss se sorprendió al percatarse de que lo recordaba todo acerca de él: su cabello corto y oscuro, su mandíbula firme y bien afeitada, su traje de negocios y su camisa blanca inmaculada. Hasta recordó ver su portafolios sobre una silla, junto a él. Entonces, lo desechó de su mente e inmediato y le sonrió al camarero que se acercaba con rapidez.

– Perdóneme, señorita -se disculpó el empleado-. No la vi entrar -se alegró cuando Bliss le ofreció una brillante sonrisa.

Para no sufrir si ese día también olvidaba la hora de la comida, pidió un desayuno completo. Estaba saboreando sus huevos con jamón cuando el hombre, tomando su portafolios, pasó a su lado sin mirarla siquiera.

“Que usted también tenga un buen día”, dijo Bliss para sus adentros, con sarcasmo. Entonces, se preguntó por qué un hombre del que no sabía nada en absoluto, ejercía semejante efecto ácido en ella. De cualquier modo, él tendría un buen día pues era obvio que se dirigía a una reunión de negocios… y tal vez no volvería.

Alegre por esa idea, Bliss se sirvió otra taza de café y decidió que, como el primer museo que quería visitar no abría hasta las nueve, primero iría a la iglesia La Merced, establecida en 1534, antes de que se fundara la ciudad de Lima.

Bliss tuvo un día muy interesante y agotador y regresó al hotel a las cinco y media. Estuvo tan absorta por los museos que de nuevo olvidó comer.

Sin embargo, esperó con buen ánimo el ascensor. Su ánimo desmayó, cuando otro huésped se acercó y subió al ascensor con ella… y con su portafolios.

Bliss seguía maldiciendo su mala suerte, que la hacía toparse con ese hombre, cuando él le preguntó:

– ¿Qué piso? -gruñó. Era obvio que quería que la chica se lo dijera con rapidez, para poder accionar el ascensor cuanto antes y, por lo tanto, reducir el tiempo que estaba obligado a permanecer cerca de ella.

Bliss se enfureció y lo ignoró. Alargó una mano y apretó el botón deseado.

– ¡Vaya modales! -comentó el hombre con frialdad. Bliss tuvo que quedarse callada y aceptarlo, puesto que la noche anterior lo acusó a él de no ser educado, y ahora debía admitir que él tenía razón al devolverle la acusación.

El ascensor se detuvo. Bliss salió; él también. Bliss se fue hacia un lado. Él tomó la dirección opuesta. Era un hotel grande. La joven rezó por que esa fuera la última vez que lo viera. Entró en su habitación y se quitaba el reloj, como paso preliminar para darse un baño, cuando el teléfono que estaba en la mesita junto a la cama empezó a sonar.

– ¿Bueno? -descolgó y, con alegría y sorpresa, reconoció a voz de su hermana.

– Apuesto a que ibas a llamarme ahora mismo, ¿verdad? -inquirió Erith con severidad fingida.

– ¡Erith! -exclamó Bliss-. Qué bueno que me llamas… ¿Cómo supiste que yo estaba aquí?

– Dom supuso que estarías en el hotel que te recomendamos, cuando yo llamé a papá y él me informó que hacía una semana que tomaste el avión para venir a Perú.

– Hay tanto que ver -comentó Bliss y se sintió un poco culpable al pensar que tal vez sí debió llamar a su hermana hacía unos días-. ¿Cómo está Dom?

– Muy bien -murmuró Erith con suavidad.

Tuvieron una larga conversación. Erith le contó que su padre y su madrastra estaban bien en Inglaterra y Bliss le relató lo que había visitado desde su llegada a Perú. Bliss le preguntó cómo iban las cosas en su nueva vida, pero, por el tono de voz de su hermana, antes que ésta le contara cualquier cosa acerca del maravilloso hombre con quien se había casado, supo que era muy dichosa.

Eso hizo que Bliss afirmara su resolución de interferir en su luna de miel y que contuviera los deseos de ver a su hermana. Entonces, Erith le dijo que ella y Dom irían a recogerla al día siguiente en el aeropuerto de Cuzco.

– Bueno, Erith, mañana no pienso ir a Cuzco -señaló Bliss.

– Pero, Bliss…

– Es que primero tengo muchas cosas que ver aquí -insistió Bliss, intuyendo que su hermana, quien siempre la protegió mucho desde la muerte de su madre, a pesar de ser sólo un año mayor que ella, sería difícil de convencer. Claro que iré a verte -en ese momento, Bliss sintió un cosquilleo en la garganta y tuvo que tragar saliva para no toser-. Sin embargo, primero me gustaría ir a Arequipa… y si es posible también quiero ir a Nazca -se interrumpió para toser. Erith intervino y parecía bastante alarmada.

– ¡Sigues enferma! -exclamó-. Has estado exagerando tus actividades, como de costumbre. De nuevo estás resfriada.

– ¡Erith! -Bliss echó a reír y por fin se despidió de su hermana, después de pasar varios minutos tratando de convencerla de que estaba bien.

Sonrió al servirse un vaso de agua mineral. Se quitó los zapatos y se sentó en la cama para tomarlo. La garganta ya no le molestaba. Puso el vaso en la mesita y estiró sus largas piernas. Estaba cansada y la fatiga merecía la pena, pues ese día vio cosas maravillosas. Permaneció en la cama una hora, recobrando la energía, mientras pensaba en otras cosas agradables acerca de Erith y Perú.

Entonces, el teléfono volvió a sonar. Eso la sorprendió, pues hacía cuatro días que estaba en el hotel sin que nadie la llamara ni una sola vez. “Debo estar volviéndome popular”, pensó la chica al descolgar.

– ¿Bueno?

Era de nuevo su hermana. Bliss se quedó atónita cuando Erith le reveló el motivo por el cual la llamaba de nuevo.

Al parecer, Dom debió darse cuenta de que Erith estaba preocupada por Bliss, y cuando Erith confirmó que así era, él se hizo cargo de la situación. De inmediato se puso en contacto con un amigo suyo que estaba en Lima. Bliss se quedó pasmada al escuchar que su hermana le avisaba que un viejo amigo de Dom la llamaría para ayudarla en lo que fuera. De hecho, él podría arreglar su vuelo a Arequipa si así lo deseaba Bliss.

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