– Amor mío, ¿qué se suponía que tenía que hacer? Te deseaba, y tú a mí, lo sabía. Pero tu rubor, tu timidez… De pronto me percaté de ello y supe que debía irme mientras todavía pudiera.
– ¿Por que no te pareció adecuado que nosotros… cuando no me habías explicado nada? -inquirió Bliss.
– Sí, además del hecho de que mi amigo me pidió que le prometiera que cuidaría de ti porque estabas exhausta y necesitabas descansar. Fue por eso que te hice venir aquí. Pero yo habría roto mi promesa si me hubiera quedado contigo esa noche.
– Creo que eres el hombre más honorable que he conocido en mi vida -susurró Bliss con ternura.
– Yo también -sonrió Quin.
Fue agradable reír con él, sentir la piel de su rostro contra la del suyo mientras lo abrazaba.
– Recuérdame que te diga lo mucho que te quiero -suspiró la chica.
– Todos los días lo haré -aseguró-. Después de dejarte, no sabía qué hacer. Pasé la peor noche de mi vida, todavía conmovido por la forma en que respondiste a mí. Y al mismo tiempo me invadió la desesperación al imaginar que, cuando te dijera la verdad, lo único que sentirías por mí sería un odio enorme por haberte quitado la oportunidad de visitar a tu hermana mientras estabas en Perú.
– Si esto te consuela, yo tampoco dormí mucho -intervino Bliss y se besaron con amor y comprensión mutuos.
– Espero que haya habido más claridad en tu mente que en la mía esta mañana -murmuró Quin con una sonrisa.
– ¿Aún no habías decidido lo que ibas a hacer?
– Todo lo que sabía, cuando amaneció, era que pasaría todo el tiempo posible a tu lado, pues en cualquier momento te marcharías.
– ¿Es por eso que fuimos a Tambo Colorado?
– Por supuesto -confesó-. Fue un desastre, ¿verdad? Quería revelarte que te amaba, pero al mismo tiempo no me sentía seguro. ¿Y si te asustaba al hacerlo? Entonces fue cuando empecé a recordar todo lo que pasó entre nosotros y cada palabra que nos dijimos desde que nos conocemos.
– ¿Llegaste a una conclusión?
– Empecé a esperanzarme -contestó Quin-. Comencé a creer que si hubieras reaccionado así con cualquiera de tus amigos, como respondiste cuando te abracé en tu cuarto, entonces no podrías ser virgen todavía. Así que eso implicaba que nunca habías reaccionado así con otro hombre. Lo cual esperé que significara que yo era “especial” para ti de alguna manera.
– ¿Te lo revelé todo, verdad? -rió Bliss.
– No todo -replicó Quin-. Lo esperaba, pero no estaba convencido de que así fuera. Después de la comida, cuando estaba en la fábrica, no pude dejar de pensar en ti. Y volví a recordar la mañana en Tambo Colorado. Al principio lamenté que, cuando cualquier persona interesada en la arqueología habría sentido emoción, tú apenas si mostraste un ligero interés.
– Lo… notaste.
– Soy muy consciente de casi todo lo que haces, querida. Empecé a tratar de ver qué había terminado con tu entusiasmo. ¿O acaso lo que sucedía era que habías encontrado algo de mayor interés? Cuando empecé a relacionar esos pensamientos con la forma en que anoche estuviste conmigo con la forma en que respondiste, esperé que estuvieras interesada en mí, que yo fuera “especial”. Y mi esperanza aumentó y aumentó. Sin darme cuenta, subí al auto y vine a la casa a buscarte, a toda velocidad.
– Me encontraste haciendo mi equipaje -sonrió Bliss.
– Primero me encontré a Leya, quien me dijo que te había visto correr del cuarto de estar a tu dormitorio, muy triste y acongojada. ¿Acaso te sorprende ahora que haya entrado en tu cuarto sin llamar a la puerta?
– Me alegro de que lo hicieras -rió la chica.
– Ya somos dos -de nuevo se besaron y guardaron silencio un tiempo. Quin pareció recobrar la sangre fría y tratar de reiniciar la conversación-. A propósito, ¿por qué llamaste a Jahara? ¿Querías saber si Dom y tu hermana ya habían regresado?
– No podía dejar de pensar en ti -aclaró Bliss-. Marqué el número de Erith sólo para poder concentrarme en otra cosa. Tuve la impresión de mi vida cuando Erith fue quien contestó.
– ¿Le avisaste que estaba conmigo, en Paracas?
– Le anuncié que estaba cerca de Nazca. No quise mentirle -añadió con rapidez-. Lo que… pasa es que se supone que mañana debo estar en Cuzco -recordó de pronto.
– No te preocupes, mi leal y hermosa amada -Quin sonrió al adivinar la conversación que debieron de tener las dos hermanas-. Les diré a tu hermana y a Dom que te has quedado en mi casa, cuando los vea.
– ¿Irás a verlos?
– Ambos lo haremos… mañana -la movió para poder verla a los ojos. Sus ojos grises brillaban de calidez-. Vas a querer que estén presentes el día de nuestra boda, ¿no?
– ¡Boda! -exclamó Bliss con voz ronca. Su corazón empezó a palpitar con fuerza.
– Por supuesto, nuestra boda -confirmó Quin-. Supe que quería casarme contigo, por sobre todas las cosas, el día en que te dije que tenía dos hermanos casados y con hijos. Estuve a punto de añadir que estaba muy contento de tener sobrinos, pues así podía gozar de mí soltería. Y no era cierto, no lo fue desde ese día en Machu Picchu. Entonces estuve seguro de que sólo podría ser realmente feliz si estaba casado… contigo.
– Oh, Quin -suspiró Bliss y fue besada por su amado antes de que éste pidiera una respuesta más concreta.
– ¿Crees que le importará a tu padre que su segunda hija se case dentro de unos cuantos meses?
– En unos meses… -Bliss casi no podía respirar por la emoción.
– No vas a hacerme esperar para poder casarme contigo, ¿verdad? -la miró a los ojos, sin parpadear. Bliss sabía que él hablaba en serio.
De pronto, su rostro se iluminó con una sonrisa.
– ¡Por nada del mundo! -declaró con suavidad. Un momento después, Quin la volvió a estrechar contra su corazón.
***