No quería que hablara de Myrt, ni de nada más hasta que no hubiera descansado un poco.
– Ve a ducharte -le dijo, señalándole con el índice la dirección del cuarto de baño.
– ¿Sabía yo que eras así de dominante y grosera? -dijo, pero la obedeció y se marchó.
Cuando Justin salió de la ducha, vestido con un par de tejanos limpios y una camisa de manga larga, Winona le tenía ya una bandeja de comida en la sala de billar. Un alegre fuego crepitaba en la chimenea de piedra. Winona había encendido los faroles de la repisa, y el resplandor iluminaba los sándwiches de queso y las patatas fritas.
– Vaya, esto es casi tan bueno como la comida rápida. Myrt siempre me da de comer cosas nutritivas.
– Me daba la impresión de que a menudo sufres con su cocina.
– Lo siento, Win, debería preparar algo de café. Hoy no soy buena compañía.
– Olvídate del café -dijo con suavidad-. Come un poco, ¿vale? Después te tumbas un poco a relajarte.
– Vale, pero debo hablarte de algo muy importante.
Winona supuso que iba a hablarle del matrimonio; y la verdad era que estaba de acuerdo. Ya era hora de que dejaran clara esa loca proposición suya. Y esa noche era la primera vez que no sabía cuánto tiempo podían hablar en privado.
Se comió los dos sándwiches con avidez, se tomó la infusión de hierbas y se recostó en el asiento con un suspiro; y, así de fácil, se quedó dormido. Cerró los ojos y se durmió como un bebé.
Con un resoplido triunfal, Winona retiró la bandeja de la mesa y fue a la cocina a recoger los cacharros. A los cinco minutos volvió a la sala de billar. Vio una manta sobre una silla y tapó a Justin con cuidado, para después tumbarse ella en el sofá rojo de cuero junto a él.
No tenía intención de quedarse más que unos minutos. Aunque Myrt estuviera allí para cuidar de Angela, quería volver a casa, estar con el bebé. Pero primero quería asegurarse de que Justin estaba totalmente dormido y de que ni el teléfono ni ningún otro ruido lo interrumpía durante un rato.
En media hora máximo se marcharía.
Seguro.
Se despertó sintiéndose desorientada. Por un momento no pudo descifrar dónde estaba, hasta que poco a poco los detalles se fueron haciendo más claros. Vio el fuego aún crepitando en la chimenea, reconoció la tupida alfombra oriental y la elegante mesa de billar. Y finalmente se dio cuenta de que estaba en casa de Justin… porque en ese momento lo sintió.
Sintió su mirada. Justin estaba sentado, totalmente despierto pero totalmente en silencio, mientras sus suaves ojos oscuros la miraban fijamente.
Volvió a sentir aquello que no había sentido con nadie más… aquella sensación de abandono. Un abandono que la empujaba a dejar todo lo seguro y a sentir. A sentirlo a él. De pies a cabeza. Un deseo de explorar y descubrir todo lo que podría ser con él si las luces estuvieran apagadas, y bajo las sábanas.
De pronto sintió un nudo en la garganta y el pulso acelerado. Rápidamente intentó decir algo normal.
– Eh, doctor, me supongo que nos hemos dormido los dos.
– Sí… Me has tendido una trampa, ¿eh?
– Bueno, sí, pero me enteré de que habías estado despierto toda la noche con ese chico que tuvo el accidente. No iba a pasarte nada porque te dejaras cuidar una vez.
– Bueno, pues yo también puedo manipular. Hace un rato llamé a Myrt para decirle dónde estabas. Le dije que te habías dormido. Dijo que ya sabía dónde estabas, y que el bebé está bien, de modo que puedes estar tranquila.
– ¿Qué hora es?
– Poco más de las dos. ¿Estás lo suficientemente despierta para que te hable de algo serio?
– Mmm… Dame cinco minutos.
Winona salió de la habitación, se lavó las manos, cepilló el pelo, se puso un poco de carmín y volvió con dos tazas de café instantáneo en la mano.
– Estoy lista -dijo, pero mientras se sentaba sintió una gran preocupación.
– Win… necesito hablarte de unas joyas.
– ¿Joyas? -le preguntó con confusión.
– Sí. ¿Conoces la vieja leyenda? Durante la Guerra de Méjico, Ernest Langley, un tejano, se encontró con un soldado herido e intentó salvarlo. El hombre murió, pero nuestro Ernest encontró que el soldado llevaba tres joyas encima, y las trajo a Royal pensando en vivir muy bien gracias a esas gemas. Pero, cosas de la vida, no tuvo que utilizarlas, porque de su tierra empezó a salir petróleo. De modo que donó discretamente las joyas a la vieja misión para asegurar el futuro de la ciudad. Básicamente, así fue cómo se fundó el Club de Ganaderos de Texas. El fundador original, Tex Langley, nieto de Ernest, juntó a un grupo de hombres que se encargaron de proteger las joyas, utilizándolas para hacer prosperar a la ciudad y para el bien de Royal a través de las generaciones. Construyeron el Club, pegado justo a la antigua misión.
– ¿Justin? Me he criado con esa leyenda. Todo el mundo en Royal la conoce. Excepto la parte del Club de Ganaderos, claro.
– Bueno, ten paciencia conmigo, ¿vale? Esas tres joyas eran una esmeralda, un ópalo y un diamante. Solo que cada una de ellas eran especiales en su género. El ópalo era un arlequín negro, de un tamaño y color que lo hacían especialmente extraordinario. La esmeralda era particularmente grande. En fin, las dos primeras piedras no tenían precio para un coleccionista por ser tan poco comunes; pero la tercera era un diamante rojo. Si ves uno es muy probable que no vuelvas a ver ninguno, de lo inusuales que son. Y los diamantes rojos, por supuesto, eran simbólicamente la piedra de los reyes, seguramente porque solo los hombres más poderosos podían poseerlas…
– Justin… -empezó a decir con impaciencia.
– Las han robado.
– Jus… ¿Como?
– Las joyas existen, han existido siempre. Alguna de las personas que tomó el vuelo a Asterland robó las joyas. No sabíamos que habían sido robadas hasta que cuatro miembros del Club fuimos a examinar el interior del avión hace unos días. Nos incluyeron en la investigación porque el Club de Ganaderos de Texas estuvo ayudando a la Princesa Anna en su papel de conseguir que los dos países volvieran a mantener conversaciones, de modo que estábamos más familiarizados con sus problemas diplomáticos y con las personalidades que otros de fuera…
– Sí, por eso disteis esa fiesta hace un par de semanas.
Justin asintió.
– Y como ha habido tantos roces entre los dos países, está claro que el sabotaje ha sido, y es, una preocupación seria. El caso es que, cuando empezamos a buscar pistas que nos llevaran a los posibles problemas mecánicos, por pura casualidad encontramos dos de las tres joyas. El ópalo y la esmeralda.
– Dios mío…
Justin asintió.
– Pero no encontramos el diamante rojo. Sigue faltando. Cuando nos juntamos en el Club, y fuimos a la caja fuerte donde se guardan las joyas… la encontramos abierta y a Riley Monroe muerto. Asesinado. Aparentemente, por el ladrón.
– Santo cielo. No lo entiendo…
– Ni nosotros tampoco, Win. Por eso te estoy contando todo esto. El grupo decidió que necesitábamos alguien de la policía que tuviera toda nuestra confianza… y naturalmente, esa persona eres tú -Justin se pasó la mano por los cabellos-. En cuanto dije tu nombre los demás asintieron. Sé que no eres parte de la investigación del asesinato de Monroe, pero no se trata de eso.
Winona no intentó hablar. Estaba muy concentrada, escuchándolo.
– Todo se está complicando. Para empezar, no queremos acusar directamente a ninguno de los de Asterland u Obersbourg de robar las joyas. Ya que los, dos países han conseguido firmar una especie de tregua, no queremos enfadarlos otra vez, ni arriesgarnos a que ocurra un incidente internacional. Pero eso quiere decir que la investigación del robo de las joyas, y del asesinato de Riley, necesita hacerse con reserva. Y peor que eso… -Justin se levantó y resopló con impaciencia-, peor que eso es que el Club de Ganaderos de Texas ha mantenido las joyas en secreto desde hace generaciones. Por una buena causa. Por la misma razón hemos podido mantener nuestras pequeñas expediciones en secreto. Si nuestros asuntos salen a la luz, perderemos la habilidad de ayudar a la gente; al menos, por las vías privadas donde hemos podido hacerlo hasta ahora. Si la verdad sobre las joyas tiene que salir a la luz, entonces qué se le va a hacer. Pero preferiríamos que no saliera. Sería distinto si estuviéramos seguros de que existe relación entre el accidente de avión y la muerte de Riley y el robo de las joyas. Pero no lo estamos. No lo sabemos. En realidad, no sabemos nada con seguridad.
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