– Es imposible que me arrepienta de esto. Te lo prometo.
– Quiero que te sientas bien, Winona. Lo digo en serio. Podemos hacer que todo vaya bien, nosotros dos, podemos conseguir cualquier cosa. Sé que no estás hecha a la idea de que estemos juntos…
Santo cielo, y luego decían que las mujeres hablaban. Se dio la vuelta y empezó a demostrarle con sus caricias, con su ternura, lo que las palabras fallarían en comunicar. Pero sus caricias fueron tímidas porque ella misma sabía que aquello no era una de sus preferencias, y no se sentía cómoda haciéndolo. Sabía que a los hombres les gustaba, aunque no fuera muy de su agrado. Pero con Justin…
Con Justin ninguna de las viejas normas parecían funcionar. Con él sentía cosas distintas, porque para empezar no parecía ser ella misma. Pero aquello no tenía solo que ver con sí misma. Tenía que ver con el amor. Y con dar. Y cuanto más lo saboreaba, más lo acariciaba, más la inspiraba la intensa respuesta de Justin. Le oyó gemir de placer. Y después le oyó rugir.
A los pocos segundos sintió que Justin la levantaba y la dejaba caer sobre el colchón. Recordó vagamente que la habitación le había parecido fría al entrar.
– ¿Es que querías que terminara todo incluso antes de empezar? -le preguntó Justin.
– Bueno, no. Pero me lo estaba pasando de maravilla. Y como soy la invitada, creo que lo más cortés es dejarme hacer lo que quiera.
– De acuerdo.
Justin empezó a besarla y entonces la tomó. Ella no podría haber estado más lista para él, sin embargo estaba muy prieta, y Justin avanzó despacio por aquel suave nido privado, poco a poco, hasta que estuvo totalmente dentro de ella.
– Justin…
Estaba dentro de ella en ese momento, y Winona deseó que la penetrara con más fuerza, para terminar de satisfacerla.
Y así lo hizo. Empezó con una cadencia oscilante que hizo que se estremeciera la cama, la habitación y su universo entero… bien estuviera ella encima de él o él encima de ella.
– Te quiero, te quiero -le susurró, y entonces la condujo hasta la cima del placer.
Un rato después, en la oscuridad de la habitación, a Winona le pareció que pasaba mucho tiempo hasta que sus pulmones pudieron volver a respirar con normalidad. Pero no quería respirar normalmente, porque no se sentía normal. Se apoyó en un codo y observó a su amante en la oscuridad, saboreando lo que tenía delante. La lustrosa humedad de su piel, igual que la de ella; la boca, hinchada de tanto besar, tal y como estaba la de Winona.
Permaneció allí tumbado, exhausto, al menos hasta que abrió un ojo y vio que Winona estaba despierta y mirándolo. Winona sintió una leve caricia en la mejilla.
– ¿Te he dicho alguna vez lo bella que eres?
– Sí.
– Y lo sexy que eres.
– Sí, desde luego no has reparado en detalle.
– ¿Te he dicho que eres la amante más fabulosa y la mujer más extraordinaria del mundo?
Ella se inclinó y le besó la punta de la nariz.
– No voy a responder a eso. Pero… si esa oferta tuya de matrimonio sigue en pie, doctor, mi respuesta es «sí».
A las cuatro de la madrugada, Winona entró en su casa con el sigilo de un ladrón. Cerró con cuidado y fue directamente a la habitación del bebé. Angela dormía profundamente, con el pijama amarillo de muñecos y el traserito en pompa. La invadió una gran ternura. Se acercó a la cuna, solo para echarle un vistazo al bebé.
– Te he echado de menos -dijo con sentimiento-. Te he echado tanto de menos… Pero, Angela, te va a encantar Justin.
Lo cierto era que parecía querer al bebé de verdad. Después de hacer el amor una segunda vez, habían charlado durante mucho rato. El entendía que el futuro de Angela era incierto. No se sabía si a Winona se le iba a permitir que adoptara a la niña. Estar casada aumentaría sus posibilidades, pero eso era todo lo que haría.
Winona rememoró la conversación con Justin y la envolvió alrededor de su corazón. Justin debía de haberle dicho más de media docena de veces que todo aquello era entre él y ella, y que nada tenía que ver con el bebé. Además, ya que a Win le iba a ir muy bien estar casada, ¿por qué rechazarlo?
– No me casaría con nadie por el bien de un bebé. Eso es una locura.
– Pero antes no querías casarte conmigo.
– Win. Está claro que no me conoces en absoluto. Pero lo harás -le había dicho, y después había vuelto a besarla.
Allí, inclinada sobre la cuna, el recuerdo hizo que se estremeciera de arriba abajo, y sintió un suave calor por dentro.
– Estoy loca por él, Angela -le susurró-. Y va a venir mañana a verte. Veremos qué te parece, ¿vale?
– Ah… -se oyó una voz suave a la puerta-. Estás en casa.
Winona se llevó un susto tremendo.
– Myrt, siento mucho haber llegado tarde. No tuve intención de aprovecharme así de ti…
– Dios mío, niña, de verdad que no me escuchas. Y yo me he ofrecido a quedarme cuántas veces, ¿una docena? Además, no es como si yo fuera una extraña; sabes el tiempo que llevo con Justin, aunque tú y yo no hayamos tenido oportunidad de conocernos mucho antes.
– Lo sé. Lo sé… pero es que no creo que pienses que… -se frotó la parte de atrás del cuello, algo avergonzada- que yo…
– ¿Que te has acostado con mi jefe? Bueno, probablemente debería decir que no es asunto mío, pero no sería verdad. Cuando Justin me contó la situación con el bebé, que estabas trabajando mucho y que necesitabas ayuda, me di cuenta de cómo hablaba de ti, del brillo de su mirada al hacerlo. Así que, para ser sincera, quería aprovechar la oportunidad para hacer de celestina, al menos un poco…
– Me pidió que me casara con él -le confesó Winona.
Myrt sonrió de oreja a oreja.
– Y eso es estupendo, niña. Pero en este momento creo que será mejor que duermas un poco mientras puedas. Hablaremos de horarios y bebés después.
– Yo quiero una receta de lo mismo -dijo la doctora Harding al pasar junto a Justin.
Este había estado inmerso en una conversación, y no se había dado cuenta de que su risa se había oído por todo el pasillo hasta que ella se lo había comentado al pasar junto a él.
– Tiene razón -comentó el jeque Ben Rassad-. Estás tan optimista hoy. Tan vital y lleno de ánimo. Me alegra verte así de contento, Justin.
– Será que hoy me siento feliz.
– Mmm. Feliz por una mujer, creo -Ben no era muy propenso a hacer bromas, pero a veces las hacía con sus amigos.
Justin no confirmó ni negó el comentario de su amigo, pero sabía que era cierto. Llevaba todo el día como flotando y con los ojos risueños. Un largo día de trabajo no le había hecho perder el ánimo, ni siquiera a esas horas de la tarde. Era como si Winona estuviera allí con él, ocupando un lugar en su corazón y haciendo que se le acelerara el pulso solo de pensar en ella.
Pero de momento tenía que centrarse en asuntos más serios. Se puso serio, al igual que Ben, cuando llegaron a la habitación de hospital de Robert Klimt. Ambos entraron en silencio.
Aunque Justin no era el médico de Klimt, se había pasado frecuentemente a comprobar la evolución de Klimt desde el accidente. La última vez que había visto al hombre en la fiesta del Club de Ganaderos de Texas, no podría haber dicho que el hombre le había caído muy bien. Pero otra cosa era verlo tan reducido como en esos momentos. Silencioso, desconsolado. Comprobó el pulso de Klimt, le tocó la piel, y automáticamente leyó y valoró todos los tubos y máquinas a las que estaba conectado el paciente.
– ¿Ha llamado ya Aaron?
– Sí. Creo que Walker consiguió finalmente hablar con él por teléfono ayer, de modo que Aaron sabe lo del robo de las joyas y el asesinato de Riley Monroe. Pero ojala volviera ya a casa; nadie sabe tanto sobre las vías diplomáticas y los problemas, como Aaron. Es obvio que nadie quiere ir por ahí acusando o levantando sospechas de ninguno de la delegación de Asterland si puede evitarse. Pero el gobierno de este país está cada vez más disgustado de que no hayamos encontrado aún la causa del accidente.
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