Jennifer Greene - Toda una dama

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Toda una dama: краткое содержание, описание и аннотация

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El hogar está donde está el corazón, y Liz Brady había vuelto finalmente a Favensport, Wisconsin, a sus raíces… y a Clay Stewart, a quien amaba desde hacía años. En esta ocasión estaba totalmente decidida a demostrarle que no era la niña inocente a la que él solía proteger.
Pero Clay ya había notado que liz había madurado. Ahora era una dama, y las damas deben estar en pedestales. No se relacionan con tipos de dudosa reputación, sobre todo con los que dirigen un motel, con no muy buena fama, en las afueras del pueblo. Pero Clay no había contado con la determinación de Liz… ni con el poder de su amor por ella…

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– ¿Estás cansada o podemos hablar un momento?

Ella vaciló.

– ¿Andy?

Después de decirle a su hermano que iban a salir, cogió su chaquetón. Un tigre furioso habría sido más fácil de manejar que Clay. Su boca era una fina raya, sus hombros estaban rígidos y sus ojos desafiaban a cualquiera que se cruzara con él. Caminó con él hasta el balancín de madera. Parecía un buen lugar para calmar a un tigre. Las hojas caían del arce. El cielo otoñal estaba salpicado de estrellas. El aire frío era revitalizador y la noche tan suave como seda negra.

– ¿Cómo es posible que haya gente a la que no le gusta el otoño? -preguntó.

Clay no dijo nada. Liz se acurrucó en un extremo del balancín con las rodillas bajo la barbilla. Él se instaló en el extremo opuesto con un pie en el suelo para mantener el balancín en movimiento. Eran las mismas posiciones que habían ocupado diez años antes. La chaqueta de cuero que él llevaba estaba tan usada como la primera vez que se sentaron allí. El silencio se impuso entre ellos. Ella supuso que él lo necesitaba. Observó el juego de la luz de la luna en las facciones de Clay. A pesar de las arrugas que delataban diez años de vida difícil, no había cambiado nada. La misma actitud fuerte, desafiante… La noche, el balanceo y la oscuridad obraron su magia gradualmente. Liz vio relajarse la cara de Clay y sintió un fuerte deseo de abrazarle. No era un deseo de naturaleza sexual. Él había tenido muy poco amor durante su vida y había luchado por todo lo que tenía.

– ¿Un día difícil? -preguntó Liz finalmente.

– Terrible -él se recostó y cruzó los brazos tras la cabeza-. He sido un poco brusco dentro.

– Un poco -dijo ella irónicamente. Las cadenas del balancín chirriaban rítmicamente.

– ¿Lo has pasado bien con Frank?

– Sí.

– ¿Vas a volver a salir con él?

– No. Ha sido divertido estar en casa, volver a ver a los compañeros de la escuela. Frank fue siempre una buena compañía. Tiene un maravilloso sentido del humor. Pero no ha cambiado mucho. Siempre será un hombre superficial. ¿Comprendes lo que quiero decir?

– Sí.

– Me gustaría darte un puntapié -dijo ella en el mismo tono.

Él enarcó las cejas debido a la sorpresa.

– No crees que soy capaz de juzgar el carácter de un hombre por mí misma, ¿verdad? ¿Crees que todavía tengo diecisiete años?

– Creo -dijo Clay lentamente-, que eres más especial, más hermosa, más peligrosa que a los diecisiete años.

Ella sonrió.

– ¿Eso es un cumplido o un insulto?

– No esperarás que conteste esa pregunta.

Ella rió entre dientes con la cabeza apoyada en el respaldo del balancín. Las cadenas chirriaban y tiraban, chirriaban y tiraban. La oscuridad proporcionaba una dulce y tranquilizadora intimidad.

– ¿Clay?

Sus ojos buscaron los de él en la oscuridad.

– ¿Mmmm?

La voz de Liz era ronca y baja.

– No quiero que te preocupes por mí. He cometido errores y estoy pasando una mala época. Eso no significa que no pueda hacerme cargo de mi vida. No he vuelto a casa por creer que aquí sería más fácil, sino porque necesitaba un sitio en donde llegar a un acuerdo conmigo misma. Pero esto tengo que hacerlo yo sola.

Él permaneció en silencio un momento y luego se inclinó hacia delante rápidamente y la hizo volverse. Ella no se resistió, pero sí le sorprendió encontrarse de repente con la espalda contra el pecho de él, la barbilla de Clay en su coronilla y sus brazos entrelazados sobre el estómago.

– Ahora escucha, preciosa. Yo he cometido más errores en un día de los que tú podrías cometer en toda tu vida. Necesitas hablar con alguien. Yo estoy aquí y no debes olvidado nunca. Todo el mundo necesita a alguien en alguna ocasión.

A pesar de las capas de ropa que les separaban, Liz sintió un lento y dulce deseo extenderse desde la punta de los dedos de sus manos a las de los pies. La fría noche de octubre se volvió asfixiante bruscamente.

– ¿Me has oído?

Ella echó la cabeza hacia atrás.

– Sí. Todo el mundo necesita a alguien. ¿Y cuándo necesitas tú a alguien, Clay?

Él enarcó las cejas.

– Sentirse solo y asustado va unido al hecho de vivir. Nunca he dicho que yo fuera inmune. Sólo estoy diciendo que he vivido más que tú. Enorgullecerse demasiado de pedir ayuda cuando se necesita es una tontería.

Ella insistió.

– ¿Y cuándo has pedido tú ayuda a alguien?

– Liz…

– De modo que crees que has vivido mucho.

– Estoy seguro.

– ¿Y qué has tenido? ¿Vino, mujeres, diversión? ¿Y has tenido a alguien en quien confiar? ¿Una mujer que se haya interesado por ti más allá de lo superficial?

Él abrió los labios para replicar, pero calló cuando ella le acarició la mejilla. Sus dedos eran fríos sobre su piel cálida. El pulgar recorrió el fuerte hueso de la mandíbula y el brote de la barba. Por encima de la línea delgada de la boca, los ojos la miraban impacientes y sombríos. Al primer roce de la mano de Liz, su nuez había adquirido un movimiento rítmico. Clay podía hacer creer a todo el mundo que era invulnerable, pero Liz sabía que no era cierto. Cuando él pudo hablar, su tono fue tranquilo y divertido.

– ¿Qué crees que estás haciendo?

Sus miradas se encontraron. Era totalmente evidente lo que estaba haciendo.

Los dedos de Liz se enredaron en el pelo de Clay. Su textura era fuerte y limpia, pero no suave. En Clay no había nada suave. De repente puso una mano sobre la de ella.

– La dama tiene edad suficiente para ser más sensata.

– Sí.

– ¿Te ha invitado Buttler a una copa después del cine?

– No.

Ella presionó sus labios sobre los de él. Clay no se movió. Liz hubiera dicho que había dejado de respirar. Una estatua habría reaccionado mejor. Evidentemente él había decidido castigada por su mal comportamiento, como un padre con un crío caprichoso, hasta que ella volviera a sus cabales. Fue un error porque ella ya había vuelto a sus cabales al disfrutar del tacto, el olfato y el gusto, al disfrutar de sensaciones que había intentado ignorar durante años. Pero existían y, ya que el deseo por Clay había influido en su vida, tenía que saber si ella había influido en él.

– Liz…

Ella oyó el último resto de impaciencia en su voz. Sintió crisparse las manos de él en sus hombros y comprendió que Clay intentaba cortar el contacto. Pero no lo hizo. ¡Pobre hombre! Su boca descendió bruscamente sobre la de Liz. Ella separó los labios y absorbió la presión, saboreando el sabor masculino. Se había equivocado. Una parte de Clay era incomparablemente tierna y vulnerable. Su boca hizo una demostración de un deseo tierno y feroz a la vez. La amoldó a su cuerpo como si hubiera perdido una parte de su ser. Le acarició la cara con dedos inseguros, besándola una y otra vez como si nunca fuera a detenerse. En el balancín no había espacio para hacer el amor. Liz sentía la rodilla de él en la espalda y una de sus piernas estaba incómodamente doblada contra el pecho de él. No importaba. La lengua de Clay le llenaba la boca al tiempo que un sonido áspero y agitado salía de su garganta. Se arqueó contra él, sintiendo el fuerte deseo físico de ser poseída. El deseo era delicioso y muy intenso. Ningún hombre la había hecho sentir aquel deseo, aquella necesidad, aquel… todo.

El roce de su boca, el potente latido de su corazón, el jadeo de su respiración… Clay no estaba besando a la hermana de un amigo. Clay deslizó la palma por la pierna cubierta por la media y subió por la pantorrilla hasta el muslo. Ella le acarició el cuello y sus dedos impacientes trataron de deslizarse bajo la chaqueta y la camisa en busca de la piel. La cremallera de su chaquetón sonó en el silencio de la noche. La mano de Clay encontró su pecho, su cuello y más muslo. Él parecía arder de impaciencia por acariciado todo a la vez.

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