Jennifer Greene - Un regalo sorpresa

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¿Quién necesita el muérdago cuando están alrededor los pequeños ayudantes de Papá Noel?
Un día de Navidad, la hermana de Laura apareció en la puerta de su casa con un bebé en brazos para que ella lo cuidara durante un tiempo. Y aquel niño hizo que, de pronto, la relación entre Laura y su novio empezara a cambiar drásticamente.

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Ninguno de los dos parecía dispuesto a abrir los ojos. Laura se apoyó en los codos y puso la barbilla en las manos, sin prisa por marcharse. Era cierto que tenía otros planes para esa noche y que realmente necesitaba pasar tiempo a solas con él.

Pero ése era el Will de quien se había enamorado. Muchas veces se había preocupado por sus diferencias en el valor de las cosas. Superficialmente, Will vivía para el presente, parecía que no se cansaba de acumular cosas y estaba muy seguro de que el dinero le importaba.

Pero ése era su Will… el hombre que conquistó su corazón desde el principio, incluso roncando y abrazando al bebé. Él no podía saber que estaba haciendo eso. Will no parecía saber que en lo más hondo tenía el instinto de cuidar y amar. Necesitaba amar.

Y amaba.

Los dos se enfriarían sin una manta. Laura dio media vuelta y fue a buscar una. Por primera vez desde que Archie apareció en sus vidas, se sentía tranquila. Todo saldría bien. No podría haber una oportunidad mejor para que Will experimentara la alegría de lo que era realmente una familia.

Capítulo Cinco

La señora Apple le abrió la puerta, secándose las manos en un trapo de la cocina.

– Espero que no le importe que lo haya llamado -dijo rápidamente.

– Hizo lo correcto.

Will podía oír de fondo al bebé llorando y sonido de agua. Se sacudió la nieve de los zapatos y se quitó la cazadora.

– No quiero que la señora Stanley se enfade conmigo. Después de todo es mi jefa, y no me gustaba la idea de llamarlo a sus espaldas.

– Laura no se enfadará con usted, porque ninguno de los dos mencionaremos lo de esta llamada. Ha sido una coincidencia que yo pasara por aquí esta tarde, y los dos contaremos esa historia, ¿de acuerdo? -le guiñó un ojo a su cómplice, le quitó el paño de las manos y le puso su abrigo del perchero de la entrada.

– Podría quedarme -se ofreció, sintiéndose culpable-. No hay razón por la que aún no pueda cuidar al bebé. Es por ella por quien estoy preocupada. Y ahora usted tendrá que cuidarlos a los dos y…

– Soy un tipo duro. Confíe en mí. No se preocupe por nada.

Will consiguió que se pusiera el abrigo y la empujó suavemente hacia la puerta.

– He preparado sopa de pollo.

– Eso es un detalle, gracias.

– Y también zumo de naranja natural.

– Gracias también. Y que pase un buen día, señora Apple; esta noche la llamaré para contarle cómo va todo.

Sonrió, le cerró con firmeza la puerta y suspiró.

Will se quitó los zapatos y rápidamente se dirigió hacia el lugar donde se oía al bebé, fijándose de camino en el estado de la casa, que era un caos.

El árbol aún estaba en el salón aunque las navidades habrían terminado hacía dos semanas. Técnicamente, con el árbol y todo recogido, habría espacio para moverse. Pero en el sofá había montañas de ropa limpia que nadie había tenido tiempo de doblar. Por todas partes había juguetes del bebé y zapatos, igual que mantas, baberos y muchas más cosas.

La cocina estaba peor. Los biberones eran lo único que estaba limpio y colocado. Pero el lavaplatos estaba abierto y sin vaciar. El mostrador lleno de migas y la mesa con la comida puesta, como si nadie hubiera tenido tiempo de comer ni de recogerlo.

Luego entró en el cuarto de baño y los encontró a los dos. Will estaba en la bañera, riendo y salpicando agua.

La mujer que amaba estaba hecha un desastre. Los rizos despeinados, ojeras, la piel blanca como un fantasma. Tenía el rostro tenso de cansancio y nervios. Laura giró la cabeza y lo miró.

Will se aclaró la garganta.

– Hola.

– ¡Will!

– No quería asustarte. Pero esta tarde no conseguía llegar a nada en el laboratorio y decidí dejarlo y venir a verte. ¿Has vuelto pronto del trabajo?

– ¡Maldición! ¿Te contó la señora Apple que he vuelto a casa enferma?

Will fingió una mirada de sorpresa.

– ¿Enferma? Justo antes de marcharse la señora Apple mencionó que estabas indispuesta, y por tu voz se ve que estás algo resfriada.

– ¡No estoy enferma! ¡No he tenido tiempo para ponerme enferma! ¡Me niego a ponerme enferma! No estoy agotada por hacer demasiadas cosas. Todo el mundo puede enfriarse y…

– Claro que sí -dijo Will inclinándose y dándole un beso.

Sus labios deliberadamente rozaron su frente. Estaba ardiendo.

– Estoy bien -repitió Laura gruñona.

– Lo veo. Y estás preciosa -dijo animado-. ¿Pero podré convencerte para que me dejes ocuparme de Archie? Hasta ahora no he tenido tiempo de… bañarlo. Pero a lo mejor te da miedo que se me ahogue…

El ceño de Laura desapareció.

– ¿Quieres hacerlo? -preguntó vacilante-. A Archie le encanta el agua. Me temo que te mojaría entero.

Ésa era realmente la razón por la que él se había ofrecido a ayudar. Laura estaba empapada, y Will temía que se pusiera peor.

– No me importa. Tengo por ahí una sudadera que podré ponerme luego. Pero si no confías en que lo haga bien…

– ¡Claro que confío en ti, Will! Y en realidad es muy divertido, porque él disfruta del baño.

Will no supo si era divertido. Pero el pequeño monstruo sí se portaba bien en el baño, lo que Will descubrió varias veces durante los tres días siguientes. No sabía si sería peligroso saturar de agua a un bebé, pero Archie dejaba de llorar al instante y empezaba a reír y soplar burbujas.

– Creo que eres un retroceso genético a la era de los delfines -le dijo al niño el martes por la tarde.

Para entonces conocía cada raja de las baldosas del cuarto de baño rojo de Laura, y lo hacía todo por rutina. Cuatro toallas a mano por lo menos, sujetar la cabeza al bebé, y una esponja para lavarlo.

– Después de esto vas a dormirte un ratito, ¿verdad? No me mires así. Ya sé que no tiene sentido intentar razonar contigo, así que intentaré sobornarte. Si duermes bien, te prepararé uno de esos biberones de cereales y arroz. ¿Qué te parece?

Will oyó sonar el teléfono. Imaginó que Laura respondería. Él no podía apartar los ojos de Archie ni un instante mientras estuviera en el agua. No sabia cómo se las arreglaban las madres primerizas, pero durante los últimos días su imaginación y determinación habían sido puestos al límite.

Y por otro lado, la cantidad de biberones y ropa sucia que acumulaba un bebé en cuestión de horas era sorprendente. La proporción era de una lavadora para los adultos y seis para el bebé. ¿Dónde estaba la lógica? El niño era más pequeño que un jamón. No dejaba de usar continuamente peleles nuevos y también había que estar cambiando continuamente la sábana bajera de su cuna.

Pero todo eso no le importaba, porque se sentía bien.

Muy bien.

Por primera vez desde que se encontraron con el problema de Archie, había podido hacer algo por Laura. Ayudarla. Y no había duda de que Laura realmente lo necesitaba.

– ¿Will? -le dijo Laura desde la puerta.

Will notó su tono extraño.

– ¿Ocurre algo? ¿Quién ha llamado?

– Mi hermana.

Will no pudo levantar la cabeza hasta que sacó al niño de la bañera y lo envolvió en las toallas. Entonces la miró.

A diferencia de tres días antes, tenía color en la cara. El brillo febril en su mirada había desaparecido, igual que su mal genio. Volvía a ser su antigua Laura, vestida con una enorme sudadera de Mickey Mouse y mallas negras. Pero algo iba mal. Will sabía lo mucho que había estado esperando una llamada de su hermana. Su expresión era de alivio, pero tenía las manos agarradas con tanta fuerza que los nudillos estaban blancos.

– ¿Está bien Deb?

– Sí, a salvo y viviendo en un albergue para mujeres. No ha querido darme el número de teléfono ni la dirección… Imagino que es algo que se hace allí por razones de seguridad. Yo le he dicho que Archie está de maravilla.

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