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Susan Phillips: Besar a un Ángel

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Susan Phillips Besar a un Ángel

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La hermosa y caprichosa Daisy Devreaux puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo moderno, así que… ¿cómo se ha metido Daisy en este lío? Alex Markov, tan serio como guapo, no tiene la menor intención de hacer el papel de prometido amante de una consentida cabeza de chorlito con cierta debilidad por el champán. Aparta a Daisy de su vida llena de comodidades, la lleva de viaje con un ruinoso circo y se propone domarla. Pero este hombre sin alma ha encontrado la horma de su zapato en una mujer que es todo corazón. No pasará demasiado tiempo hasta que la pasión le haga remontar el vuelo sin red de seguridad… arriesgándolo todo en busca de un amor que durará para siempre.

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¿Por qué Alex no podía dejarla sola? ¿Por qué la había obligado a regresar con él? Por primera vez en semanas, todas las emociones que mantenía bajo control irrumpieron en su interior. Apretó los nudillos contra los labios y luchó por contener todos aquellos sentimientos hasta que volvió a erigir el muro que la había mantenido en pie el último mes.

Ella siempre se había dejado llevar por las emociones, pero si quería sobrevivir no podía seguir así. El orgullo lo es todo, le había dicho Alex, y era cierto. Fue el orgullo lo que la sostuvo. Lo que consiguió que contestara al teléfono en la peluquería un día tras otro y que pasara las noches cargando las pesadas bandejas con aquella comida grasienta que le producía náuseas. El orgullo fue lo que puso un techo sobre su cabeza y lo que le hizo ganar dinero para el futuro. El orgullo la mantuvo en pie cuando el amor la traicionó.

¿Y ahora qué? Por primera vez en semanas, experimentaba temor por algo que no tenía nada que ver con poder pagar el alquiler. Le daba miedo Alex. ¿Qué quería de ella?

«La peor amenaza para los tigres jóvenes es un tigre adulto. Los tigres no mantienen fuertes vínculos familiares como los leones o los elefantes. No es inusual que un tigre mate a su cachorro.»

Forcejeó con el tirador de la puerta sólo para ver que su marido se dirigía hacia ella.

Alex apartó la silla de la mesa donde el camarero del servicio de habitaciones había puesto la comida que había pedido.

– Siéntate y come, Daisy.

Alex no había escogido un motelucho de carretera, de eso nada; los había instalado en una suite de lujo en un reluciente y novísimo hotel Marriott a orillas del río Ohio, en la frontera entre Indiana y Kentucky. Daisy recordó cómo acostumbraba a contar los peniques cuando iba a hacer la compra y el sermón que le soltaba a Alex cuando adquiría una botella de vino de buena cosecha. Cómo debía de haberse reído de ella.

– Te he dicho que no tengo hambre.

– Entonces siéntate y acompáñame.

A Daisy le costó menos sentarse en la silla que discutir con él. Alex se ajustó el nudo del cinturón del albornoz blanco que se había puesto tras la ducha y se sentó frente a ella. Tenía el pelo húmedo y se le rizaba en las sienes. Necesitaba un buen corte.

Alex bajó la vista a la ingente cantidad de comida que había pedido para Daisy: una enorme ensalada, pechugas de pollo con salsa de champiñones, patatas al horno, pasta, lasaña, dos panecillos, un gran vaso de leche y una ración de tarta de queso.

– No puedo comerme todo esto.

– Estoy hambriento. Comeré parte de lo tuyo.

Aunque a él le gustaba comer, no comía tanto como para dar cuenta de todo aquello. Daisy sintió el estómago revuelto. Había tenido problemas para retener la comida cuando abandonó a Alex y durante todo el primer trimestre de embarazo.

– Prueba esto -Alex tomó un poco de lasaña de su plato y la acercó a sus labios. Cuando ella abrió la boca para negarse, él se la metió dentro con rapidez, obligándola a tragársela.

– He dicho que no tengo hambre.

– Pruébala. Está buena, ¿verdad?

Para sorpresa de Daisy, en cuanto pasó la impresión inicial, la lasaña sabía bien, aunque no pensaba decírselo. Tomó un sorbo de agua.

– De verdad, no quiero nada más.

– No me sorprende -Alex señaló el pollo. -Tiene pinta de estar seco.

– Está flotando en salsa. No está seco.

– Créeme, Daisy, este pollo está tan seco como la suela de un zapato.

– No sabes lo que dices.

– Déjame probar.

Ella pinchó el pollo con el tenedor y cuando comió un trozo, vio que era jugoso.

– Aquí tienes. -Daisy le acercó el tenedor.

Él abrió obedientemente la boca, lo masticó e hizo una mueca.

– Seco.

Daisy agarró el cuchillo con rapidez, cortó un pedazo para ella y se lo comió. Estaba tan delicioso como parecía.

– El pollo está riquísimo.

– Supongo que no me sabe a nada por culpa de la lasaña. Déjame probar la pasta.

Irritada, Daisy lo observó girar el tenedor en la pasta y metérselo en la boca. Un momento después, él dio su veredicto.

– Lleva demasiado condimento.

– Ahora prefiero la comida muy especiada.

– Luego no me digas que no te lo dije.

Ella cogió un poco de pasta que goteó en el mantel cuando se la llevó a la boca. Estaba suave y sabrosa.

– No está demasiado condimentada.

Se dispuso a coger otro bocado pero detuvo el tenedor en el aire. Se dio cuenta de que la estaba engañando. Lo miró y dejó el tenedor en el plato.

– Otro juego de poder.

Los dedos largos y delgados de Alex se cerraron en torno a su muñeca mientras la miraba con una preocupación que Daisy no se creyó ni por un momento.

– Por favor, Daisy, me asusta lo delgada que estás. Tienes que comer por el bien del bebé.

– ¡No me digas lo que tengo que hacer! -La atravesó una sensación dolorosa. Contuvo las palabras que había estado a punto de decir y se escudó detrás de la gélida barrera que la mantenía a salvo. Las emociones eran sus enemigas, aunque debía hacer lo más conveniente para su hijo.

Sin decir nada más, se concentró en la comida y tragó hasta que no pudo más. Ignoró los intentos de Alex por entablar conversación y que él no comiera casi nada. Daisy se había escapado mentalmente a un bello prado donde su bebé y ella eran libres, donde les protegía un poderoso tigre llamado Sinjun , que los amaba y que no se pasaba el día encerrado en una jaula.

– Estás agotada -dijo Alex cuando ella dejó el tenedor sobre el plato. -Los dos necesitamos dormir. Nos acostaremos temprano.

Daisy se levantó de la mesa, cogió sus cosas y entró en el baño; se permitió el placer de darse una larga ducha. Cuando salió, la suite estaba a oscuras, alumbrada sólo por la tenue luz que se filtraba por la abertura en las cortinas. Alex estaba acostado boca arriba en uno de los lados de la enorme cama.

Ella estaba tan cansada que casi no se mantenía en pie, pero el pecho desnudo de Alex impidió que se acercara a la cama.

– Está bien -susurró él en la oscuridad. -No te tocaré, cariño.

Daisy permaneció donde estaba hasta que se dio cuenta que le daba lo mismo si la tocaba o no. No le importaba lo que él hiciera porque no sentía nada.

Alex metió las manos en los bolsillos del impermeable y se apoyó en la cerca contra huracanes que marcaba el borde del recinto donde pasarían los dos días siguientes. Estaban en Monroe County, Georgia; la fresca brisa de esa mañana del mes de octubre traía la esencia del invierno.

Brady se acercó a él.

– Tienes un aspecto horrible.

– Bueno, tú no pareces estar mucho mejor.

– Mujeres -bufó Brady. -No se puede vivir con ellas, pero tampoco sin ellas.

Alex ni siquiera logró esbozar una sonrisa. Puede que Brady tuviera problemas con Sheba, pero al menos su relación con Heather iba viento en popa. Pasaban mucho tiempo juntos, y era un entrenador más paciente que nunca. Algo que daba frutos, porque las actuaciones de Heather habían mejorado sustancialmente.

Daisy y él habían regresado diez días antes y todos se habían dado cuenta de que a Daisy le pasaba algo malo. Su esposa ya no se reía ni rondaba por el recinto con su coleta rebotando al viento. Era educada con todos -incluso ayudaba a Heather con los deberes, -pero todas las cualidades especiales que la hacían ser como era parecían haber desaparecido. Y todos esperaban que él tomara cartas en el asunto.

Brady cogió un palillo del bolsillo do su camisa y se lo puso en la boca.

– Daisy no parece la misma.

– Son los primeros meses de embarazo, nada más.

Brady no pareció convencido.

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