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Susan Phillips: Besar a un Ángel

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Susan Phillips Besar a un Ángel

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La hermosa y caprichosa Daisy Devreaux puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo moderno, así que… ¿cómo se ha metido Daisy en este lío? Alex Markov, tan serio como guapo, no tiene la menor intención de hacer el papel de prometido amante de una consentida cabeza de chorlito con cierta debilidad por el champán. Aparta a Daisy de su vida llena de comodidades, la lleva de viaje con un ruinoso circo y se propone domarla. Pero este hombre sin alma ha encontrado la horma de su zapato en una mujer que es todo corazón. No pasará demasiado tiempo hasta que la pasión le haga remontar el vuelo sin red de seguridad… arriesgándolo todo en busca de un amor que durará para siempre.

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¿Quién era esa mujer? En su cara no asomaba la animación que acostumbraba. Sus enormes ojos violeta estaban tan vacíos que parecía que nunca hubiera llorado. Era como si algo hubiera muerto en su interior y él comenzó a sudar. ¿Habría perdido al bebé? ¿Era ésa la causa de su cambio? «Por favor, que no le haya pasado nada al bebé.»

– No hay nada de qué hablar. -Se volvió y se alejó atravesando la cortina de cuerda que servía de entrada al hábitat. Él la siguió y la tomó del brazo sin pensar.

– Suéltame.

¿Cuántas veces le había dicho eso Daisy cuando él la arrastraba por el recinto del circo o la sacaba de la cama al amanecer? Pero en ese momento las palabras carecían de la fuerza anterior. Miró la cara pálida e inexpresiva de su esposa. «¿Qué te he hecho, mi amor?»

– Sólo quiero hablar contigo -dijo él con rapidez, apartándola de la gente.

Ella miró en silencio la mano con que le rodeaba el brazo.

– Si lo que quieres es que aborte, es demasiado tarde.

Alex quiso echar la cabeza hacia atrás y aullar. Daisy había perdido el bebé y era culpa suya.

– No sabes cuánto lo siento -dijo a duras penas, dejando caer la mano.

– Oh, ya lo sé -dijo ella con una extraña calma, -me lo dejaste muy claro.

– Yo no te dejé claro nada. No te dije que te amaba. Lo único que te dije fue un montón de estupideces. Cosas que no sentía de verdad. -A Alex le dolían los brazos por el deseo de abrazarla, pero Daisy había erigido una barrera invisible a su alrededor. -Olvidémonos de todo eso, cariño. Vamos a empezar de cero. Te prometo que todo será distinto esta vez.

– Tengo que irme. No puedo llegar tarde al trabajo.

Fue como sí él no hubiera hablado. Le había dicho que la amaba, pero no había servido de nada. Daisy sólo quería irse y no volver a verlo nunca más.

La determinación de Alex se hizo más fuerte. No podía dejar que ocurriera eso. Ya se ocuparía más tarde de su pesar. Antes haría lo que fuera necesario para recuperar a su esposa.

– Te vienes conmigo.

– Ni hablar. Tengo que ir a trabajar.

– ¿Y qué pasa con nuestro matrimonio?

– No es un matrimonio de verdad. Nunca fue más que un acuerdo legal.

– Ahora es de verdad. Hicimos unos votos, Daisy. Unos votos sagrados. Y eso es tan cierto como que estamos aquí.

A Daisy le tembló el labio inferior.

– ¿Por qué haces esto? Ya te he dicho que es muy tarde para que aborte.

Sufría por ella. A pesar de lo intenso que era su dolor, sabía que no podía ser tan intenso como el de Daisy.

– No te preocupes, cariño. Lo intentaremos otra vez. En cuanto el médico nos lo permita.

– ¿De qué estás hablando?

– Quería a este bebé tanto como tú, pero no me di cuenta de ello hasta que desapareciste. Sé que es culpa mía que lo hayas perdido. Si te hubiera cuidado mejor nunca habría ocurrido.

Daisy frunció el ceño.

– No he perdido al bebé. -Lo miró a los ojos. -Aún estoy embarazada.

– Pero has dicho… cuando te dije que quería hablar contigo, dijiste que era demasiado tarde para que abortaras.

– Estoy de cuatro meses y medio. El aborto ya no es legal.

Mientras él se sentía inundado por la alegría, Daisy torció la boca en un gesto de cinismo que nunca hubiera imaginado en ella.

– Eso cambia las cosas, ¿no, Alex? Ahora que sabes que el pastel sigue en el horno y que va a quedarse ahí, supongo que ya no estarás tan ansioso por que regrese.

Alex se vio embargado por tantas emociones que no sabía cómo asimilarlas. Aún estaba embarazada. Lo odiaba. No quería volver con él. No podía manejar tal caos emocional, así que recurrió a lo práctico.

– ¿Estás yendo al médico?

– Voy a una consulta no lejos de aquí.

– ¿A una consulta? -Él tenía una fortuna en el banco y su esposa iba a una consulta. Tenía que llevársela a un lugar donde pudiera borrar a besos esa implacable y resuelta mirada de su cara, pero la única manera de hacerlo era intimidándola.

– No creo que hayas estado cuidándote demasiado. Estás delgada y pálida. Y tan nerviosa que parece que te vaya a dar un ataque.

– ¿Y a ti qué te importa? No quieres al bebé.

– Oh, claro que quiero al bebé. Puede que actuara como un bastardo cuando me diste la buena nueva, pero te aseguro que he recuperado la cordura. Sé que no quieres volver conmigo ahora, pero no tienes otra opción. Es peligroso para a ti y para el bebé, Daisy, y no voy a permitir que sigas así.

Alex supo que había encontrado su punto débil, pero ella se siguió oponiendo a él con terquedad.

– No es asunto tuyo.

– Claro que sí. Voy a asegurarme de que tanto tú como el bebé estéis bien. -En los ojos de Daisy apareció una mirada recelosa. -No me importa jugar sucio -añadió Alex en voz baja, -pienso descubrir dónde trabajas y me encargaré de que te despidan.

– ¿Me harías eso?

– Sin pensarlo dos veces.

Daisy hundió los hombros y él supo que había ganado, pero no sintió ninguna satisfacción.

– Ya no te amo -susurró ella. -No te amo en absoluto.

A él se le puso un nudo en la garganta.

– No importa, cariño. Yo tengo amor suficiente por los dos.

CAPÍTULO 23

Alex acompañó a Daisy a una casa modesta en una calle de un barrio obrero bastante alejado del zoológico. Había una escultura de escayola de la Virgen María en el diminuto patio delantero, al lado de unos girasoles que rodeaban un parterre de petunias rosadas. Daisy había alquilado una habitación en la parte trasera con vistas a la vía del tren. Mientras ella recogía sus escasas pertenencias, él fue a pagar a la casera sólo para descubrir que Daisy ya había pagado el alquiler por adelantado.

Gracias a la charlatana mujer se enteró de que Daisy trabajaba como recepcionista en un salón de belleza durante el día y de camarera en una cafetería del barrio por la noche. No era de extrañar que pareciera tan cansada. No tenía coche y tenía que ir andando o en autobús a todas partes; ahorraba todo lo que ganaba para cuando naciera el bebé. El hecho de que su esposa hubiera vivido en la miseria mientras él tenía dos automóviles de lujo y una casa llena de obras de arte de incalculable valor sólo contribuyó a hacerlo sentir más culpable.

Antes de ponerse en camino, Alex consideró por un momento llevarla a su casa en Connecticut, pero al instante rechazó la idea. Ella necesitaba más que una curación física, necesitaba una curación emocional y tal vez los anímales que amaba la ayudarían a conseguirla.

Aquello le resultaba tan familiar que Daisy sintió una momentánea felicidad cuando la camioneta se detuvo. Alex y ella estaban en la carretera, camino de la siguiente ubicación del circo. Estaba enamorada y embarazada y… Se despertó de golpe cuando la realidad se abatió sobre ella.

Alex sacó la llave del contacto y abrió la puerta.

– Tengo que dormir un poco o acabaremos empotrándonos contra un árbol. Pasaremos aquí la noche. -Bajó de la camioneta y cerró la puerta.

Daisy se reclinó en el asiento y cerró los ojos ante el brillante crepúsculo; también cerró el corazón a la dulzura que escuchaba en la voz de Alex. Él se sentía culpable, cualquiera podía verlo, pero no dejaría que eso la ablandara. Seguro que él se sentía mejor después de haberle dicho todas aquellas mentiras, pero si ella las creía acabaría atrapada. Tenía que proteger a su bebé; ya no podía permitirse el lujo de ser optimista.

Alex le había dicho que Amelia y su padre habían sustituido las píldoras anticonceptivas y se había disculpado por no haber confiado en ella. Otra cosa que lo hacía sentirse culpable. Ella lo ignoró.

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