Jacquie D’Alesandro - El Karma Tiene La Culpa

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El Karma Tiene La Culpa: краткое содержание, описание и аннотация

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Antología Destinadas a amar
EL KARMA TIENE LA CULPA – Jacquie D’Alessandro
Lacey Perkins desconfió de inmediato de aquella adivina que le dijo que su destino era enamorarse del arrogante aunque increíblemente sexy Evan Sawyer. Lacey pensó que prefería una maldición… hasta que descubrió que la maldición consistía en sentir un deseo incontrolable e insaciable…

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– Son los…

– Aspersores. Ya. Me han empapado el trasero. Maldita sea, ¿podría pasar algo más esta noche?

– Por favor, no vuelvas a decir eso. Yo lo hice antes y descubrí que sí, que podía pasar algo peor -notó otra lluvia de agua helada y respiró hondo.

– Bueno, será mejor que no nos quedemos aquí, mojándonos -la agarró de la mano y empezó a correr.

Lacey intentó mantener el paso a la vez que saltaban de un lado a otro, tratando de evitar los aspersores. Estaban llegando al final del césped, justo delante de Constant Cravings, cuando ella se resbaló en la hierba. Gritó y se aferró a la mano de Evan para mantener el equilibrio, pero no lo consiguió y cayó de espaldas. Al instante, notó que algo pesado le caía encima.

Levantó la vista y se encontró mirando al rostro de Evan. Durante unos segundos, sintió que le costaba respirar al notar la presión de su cuerpo sobre el de ella. Y… «Oh, cielos». Era agradable.

– Lacey… -él se incorporó sobre los brazos, pero permaneció con la parte inferior de su cuerpo apoyada en ella-. ¿Estás bien?

«No, creo que no. Y creo que todo es culpa tuya». Lacey se movió una pizca y, al sentir que su cuerpo empapado resbalaba contra el de él, se quedó paralizada. Él la miró y permaneció quieto, pero una parte de su cuerpo se movió de forma independiente.

Santo cielo. ¿No se suponía que el agua fría tenía un efecto calmante en los hombres? Una de dos, o Evan ocultaba un calabacín en los pantalones, o esa teoría acababa de demostrarse errónea. Él apretó los dientes y se retiró.

– ¿Estás bien? -le preguntó otra vez. Ella asintió y se sentó. Evan la sujetó por los hombros y ella sintió el calor de sus manos a través de la blusa mojada. Mirándolo a los ojos, tragó saliva y contestó: -Estoy…

Plash. Una ducha de agua fría le mojó el rostro. El aspersor continuó moviéndose y mojó la frente de Evan. Él frunció el ceño y Lacey tuvo que toser para no reírse al ver cómo le caían gotas de la nariz y la barbilla.

– Estoy bien -consiguió decir-. Mojada y helada, pero bien.

– Me alegro -dijo él poniéndose en pie. Después le dio la mano para ayudarla-. Salgamos de aquí antes de que tengamos que construir una balsa para salir remando.

Lacey le dio la mano pero, al ponerse en pie, sintió un fuerte dolor en el tobillo.

– ¡Ay! -exclamó saltando sobre el otro pie-. Maldita sea. Creo que me he torcido el tobillo.

– ¿Te duele?

– Sí, me duele. Si no, no habría dicho «¡ay!».

Evan se agachó y la tomó en brazos.

– ¿Qué haces?

– Creo que es evidente -dijo él-. Te voy a llevar en brazos hasta la tienda.

– Puedo caminar -dijo ella, a pesar de que se agarró a su cuello-. O al menos, cojear.

– Sí, a un ritmo que haría que nos libráramos de los aspersores la semana que viene -subió a la acera, fuera del alcance de los aspersores, y se dirigió hacia Constant Cravings.

– Bastante impresionante para un chico que pasa todo el día sentado detrás de un escritorio -dijo ella.

– No me paso el día detrás de un escritorio.

– Da igual, yo no soy un peso ligero.

– Eres… -se calló y la miró de arriba abajo. Apretó los dientes y la miró a los ojos-. No pesas mucho -se detuvo frente a la puerta de la tienda-. ¿Dónde está la llave?

– En mi bolso -Lacey se mordió el labio inferior-. Y se cayó cuando tropecé.

– Imagino que no lo recogiste…

– Bueno, lo habría hecho si no me hubieras tomado en brazos como un saco de patatas.

– Vaya, perdona por haber tratado de ayudarte. La próxima vez te dejaré tirada en el suelo sobre la hierba mojada.

– Está bien. Tienes razón. Lo siento, y te agradezco la ayuda.

Él arqueó las cejas y preguntó:

– ¿Te has golpeado la cabeza al caer?

– Ja. No. Pero sé pedir perdón cuando me equivoco.

– Disculpa aceptada. Y ahora, volviendo al tema de tu bolso… -se dio la vuelta y vio un bulto en el lugar donde se habían caído.

Ella no pudo evitar un quejido.

– No puede ser. Ése bolso era nuevo. Y es de ante.

– Quéjate más tarde. Ahora tengo que ir a por él, y eso significa que tengo que dejarte en el suelo -la soltó con cuidado dejándola resbalar sobre su cuerpo.

Ella respiró hondo al sentir su torso musculoso.

– ¿Te he hecho daño?

Su mirada era paralizante. Y su voz, profunda, como si acabara de despertar de una noche de sexo apasionado. Ella sintió su cálida respiración sobre los labios fríos y se percató de lo cerca que estaban sus bocas.

En ese momento, experimentó una sensación extracorpórea, como si, desde fuera, se viera inclinándose hacia delante para besarlo. Pestañeó y la imagen desapareció de inmediato.

– Lacey, ¿te he hecho daño?

Al oír preocupación en su voz, volvió a la realidad. Y como no se fiaba de su voz, negó con la cabeza sin hablar.

– Apoya la mano contra la pared y no pongas peso en el tobillo que te has lesionado -esperó a que obedeciera y la soltó-. ¿Aguantarás así un minuto, mientras voy a por tu bolso? ¿O necesitas sentarte?

– Estoy bien -dijo ella, sin estar convencida de que lo estuviera. Desde luego, su duda no tenía nada que ver con el tobillo, sino con lo que había sentido al tener su cuerpo tan cerca-. Vete.

«Ya. Antes de que vuelva a agarrarme a ti. Deseo acariciarte el torso y el abdomen para comprobar si de verdad son tan increíbles como parecen. Y también mirar dentro de tus pantalones para ver si es cierto lo que sentí en el césped».

– ¡Uy! -exclamó ella. Y al ver que él la miraba preocupado, le dijo-: Estoy bien. De veras. Vete.

Él asintió y regresó corriendo a la zona mojada. Ella se fijó en cómo la ropa mojada resaltaba sus anchas espaldas y su firme trasero.

Sin duda, Evan Sawyer tenía un cuerpo estupendo. Pero Madame Karma estaba loca por sugerir que él era el hombre de su vida.

«¡Guau!».

Por desgracia, esa exclamación era todo lo contrario a la manera que debía reaccionar ante él.

Entonces… ¿Qué diablos iba a hacer al respecto?

Capítulo 4

Evan se dirigió a por el bolso de Lacey y agradeció las duchas de agua fría que recibió por el camino.

¿Qué diablos le estaba sucediendo?

Era una pregunta ridícula, porque sabía muy bien lo que le estaba sucediendo. El problema era que todavía podía sentir la huella de Lacey sobre su cuerpo. Todavía veía la expresión de su mirada y recordaba la erótica sensación de su cuerpo mojado deslizándose contra el suyo. Recordaba el aroma de su piel húmeda, una mezcla de azúcar y flores que no debería parecerle atractivo ni sexy pero que, sin embargo, se lo parecía.

No recordaba cuándo había sido la última vez que se había excitado tan deprisa. Sólo con mirarla a los ojos y con fijarse en sus labios húmedos y sensuales, había pasado de cero a cien en un segundo. Una reacción física que ella había percibido. Que él no había podido detener. Y que no sabía cómo explicar.

Sin duda, era una mujer atractiva. ¿Pero por qué tenía que ser la mujer que conseguía hacerlo enfadar la que más lo excitaba?

Apretó los dientes. Todo ese lío era culpa de la adivina. Desde que le había leído el futuro no había sido capaz de olvidar sus palabras. Y era una locura, porque él no creía en ese tipo de cosas. El hecho de que Madame Karma hubiera adivinado muchas de las cosas acerca de su pasado y su presente sólo se debía a que sabía cómo manipular al cliente. Todo lo que le había dicho podía aplicarse al noventa por ciento de la población. A los treinta y dos años, todo el mundo había pasado momentos difíciles y había tenido problemas en las relaciones de amor.

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