¿Y qué diablos le pasaba al ascensor? Apretó el botón otra vez y, tras esperar dos minutos, decidió que no funcionaba.
– Estupendo -murmuró. Se recolocó el bolso en el hombro, abrió la puerta de la escalera y comenzó a subir los escalones hasta la sexta planta.
Cuando se sentó al volante, tenía frío, se sentía agotada y estaba impaciente por llegar a casa. Introdujo la llave en el contacto y giró la muñeca. Pero no oyó nada.
Lo intentó de nuevo. Silencio. Ni siquiera un pequeño ruido procedente del motor.
«Maldita sea», pensó. El verano anterior había tenido un problema similar por culpa de la batería. Sospechando que pudiera ser lo mismo, movió el interruptor de la luz interior. Nada.
– Uf-se quejó, y apoyó la cabeza contra el asiento. Primero el ascensor, y luego el coche. ¡Y en el mejor momento! A medianoche y después de un día de trabajo agotador.
Respiró hondo y sacó el teléfono móvil del bolso para llamar al servicio de ayuda en carretera. No tenía sentido que llamara a una amiga, puesto que todas tenían una cita para la noche de San Valentín. Y aunque no dudaba de que acudirían a su rescate, no quería interrumpir ninguna velada romántica.
Cuando abrió el teléfono, descubrió que tampoco tenía batería. ¿Cómo era posible? Al mediodía había visto que tenía la batería llena.
En realidad, le daba igual cómo había podido quedarse sin batería. Lo único que le importaba era que tenía que salir del coche y regresar a Constant Cravings para poder llamar por teléfono. Blasfemando contra todo lo mecánico, se acercó al ascensor y recordó que no funcionaba.
– Perfecto. ¿Podría pasar algo más esta noche? -bajó los seis pisos caminando y, nada más abrir la puerta, recibió un golpe de aire frío y se percató de que, sin duda, la noche podía empeorar. Porque lo primero que vio fue a Evan Sawyer, de pie, junto a su coche que estaba aparcado en la salida de emergencia. Se había quitado la chaqueta, se había aflojado la corbata y se había arremangado la camisa. Ella nunca lo había visto así. Incluso tenía aspecto de ser humano.
Él estaba mirando su teléfono móvil con el ceño fruncido. Al oír que se cerraba la puerta de la escalera, levantó la cabeza y arqueó las cejas al ver a Lacey.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntaron al unísono.
Lacey se cruzó de brazos para calmar el fío y continuó hacia él.
– Mi coche se ha quedado sin batería. ¿Y tú?
– A juzgar por la aguja del tanque, parece que me he quedado sin gasolina. Y me resulta extraño, porque lo llené ayer.
– Probablemente haya sido obra de los ladrones de gasolina.
– ¿Ladrones de gasolina?
– La semana pasada salió en las noticias. Actúan en los aparcamientos que están llenos de gente y aspiran la gasolina de los depósitos. Como el precio del carburante no deja de subir, se está convirtiendo en un problema.
Él se pasó la mano por el cabello.
– Estupendo.
– Yo tengo gasolina en mi coche.
– ¿Tienes manera de sacarla?
– Por supuesto que no. ¿Tengo aspecto de ladrona de carburante?
– No lo sé. Que yo sepa, nunca he conocido a ninguno. Y puesto que no podemos sacarla, la gasolina de tu coche no me servirá de mucho. Eso es como si te digo que en mi coche tengo una batería en perfecto estado, si no tienes unos cables larguísimos, no te servirá de nada.
– Cielos, eres un gruñón.
Evan se apretó el puente de la nariz y suspiró.
– Lo siento. Estoy cansado. Ha sido un día largo, y cada vez se está alargando más.
– Desde luego. Es extraño que los dos hayamos tenido problemas con el coche.
Él levantó la mano y le mostró el telé-fono.
– Puedes añadir «problemas telefónicos» a mi lista. Tampoco tengo batería en el teléfono móvil.
– ¿De veras? Yo tampoco.
– Más extraño todavía.
– Sí. Es como si nos hubieran echado una maldición…
De pronto, recordó las palabras de Madame Karma. «No se puede luchar contra el karma. No se puede negar el destino. Hacerlo sería como el equivalente a estar maldita. Confía en mí, eso no lo quiere nadie. Tu suerte cambiará de buena a mala en un instante».
«Ridículo», se regañó. Igual que era ridículo el vaticinio de que Evan sería el hombre de su vida. Ella lo miró y se fijó en que él la miraba extrañado.
– ¿Ocurre algo? -preguntó.
– No. Sólo estaba pensando en algo que me ha dicho la adivina… -negó con la cabeza-. No importa.
¿Algo que le había dicho Madame Karma? Oh, cielos. ¿Le habría dicho a Evan las mismas cosas absurdas sobre Lacey que lo que le había dicho a ella sobre él? ¿Que ella era la mujer de su vida? No podía ser cierto. Aquello sería demasiado humillante. A pesar de que no quería saber la respuesta, no pudo evitar preguntárselo.
– Evan, ¿Madame Karma ha mencionado mi nombre cuando te leyó las cartas?
Él la miró con cautela, confirmando su temor.
– ¿Por qué lo preguntas?
– Porque sí te mencionó a ti cuando me leyó el futuro. Comentó que nuestras auras encajaban y cosas así…
– ¿Cosas así? ¿A qué te refieres con «cosas así»?
– Tonterías. Como que somos compatibles.
– ¿Y perfectos el uno para el otro?
– Exacto.
– Eso es una tontería.
– Bueno, sí. Es la mayor tontería que he oído en mi vida.
– Exacto. ¿Te dijo que si luchabas contra el destino estarías maldita?
– Sí -trató de sonreír pero no lo consiguió-. ¿Crees que los coches rotos y los teléfonos sin batería se pueden considerar los efectos de una maldición?
– Por supuesto que no. No creo en esas estupideces. Ni tampoco me creo nada de lo que dijo esa loca. No es más que una timadora.
– De hecho, hace poco leí un artículo sobre ella en The Times. Hablaba sobre cómo había ayudado a la policía en varios casos. Al parecer, tiene una reputación excelente. Pero basándome en que me ha dicho que tú eres el hombre de mi vida, he de decir que ha perdido la cabeza.
– Puesto que a mí me dijo lo mismo sobre ti, no me cabe ninguna duda -se pasó la mano por el cabello-. Escucha, voy a ir a mi oficina para llamar por teléfono.
– Yo iba a hacer lo mismo.
Él dudó un instante y se aclaró la garganta.
– Es una tontería que vayamos a sitios diferentes. ¿Por qué no vienes a mi oficina y llamas desde allí?
– ¿Qué pasa? ¿Te da miedo la oscuridad?
– No. De hecho, pensaba en tu seguridad. Es tarde para que vayas por ahí sola. Sobre todo si los ladrones de gasolina andan por aquí.
– Eso es un inesperado gesto de caballerosidad por tu parte.
– No soy el lobo malo que crees que soy.
– Gracias por la oferta, pero ¿qué te parece si usamos el teléfono de Constant Cravings? Prepararé un café y sacaré las galletas mientras esperamos a que venga el servicio de ayuda en carretera.
– Eso suena bien. Gracias.
– No tienes que sorprenderte porque haya hecho algo agradable.
– ¿Ah? ¿Quieres decir igual que tú no te sorprendiste porque yo hiciera algo cortés?
– Exacto -dijo ella.
– Bueno, en ese caso… Lo siento.
Ella lo miró durante unos segundos y sonrió.
– No, no lo sientes. Cielos, mientes muy mal.
– Eso dicen.
– Debes de ser malísimo jugando al póquer.
– Por eso prefiero jugar al blackjack.
Empezaron a atravesar el jardín y tomaron un atajo por el césped. Lacey continuó con los brazos cruzados y caminó lo más deprisa posible para entrar en calor. Estaban a medio camino cuando oyeron una especie de clic, varias veces.
– ¿Qué ha sido eso? -preguntó Evan deteniéndose.
– No estoy segura -contestó Lacey, y se detuvo también. De pronto, salieron del suelo montones de tubos de metal. Ella se dio cuenta de lo que pasaba y, en ese mismo instante, sintió una lluvia de agua helada.
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