Recorrió poco a poco la playa con la mirada, a lo largo de la ruta por la que ayer habían caminado, deteniéndose un buen rato en el grupo de rocas donde se habían besado. Un vacío y una añoranza como nunca antes había sentido se retorcieron dentro de él, entrelazándose con una profunda rabia. Contra sí mismo, por permitirle a ella que se quedara. Por probar lo que nunca volvería a tener. Por infligirse esta agonía que le retorcía las entrañas. Tal vez era mejor no disfrutar nunca del paraíso que hacerlo y que el alma supiera que nunca nada volvería a ser tan bueno.
La había echado de menos antes del día de ayer -con un profundo dolor que nunca le había abandonado por completo- pero era un dolor con el que había aprendido a vivir.
Pero ahora, ahora que la había abrazado, besado, reído con ella, que le había hecho el amor, que la había estrechado entre sus brazos mientras dormía, ¿cómo iba a poder aprender a vivir con este dolor? Este dolor debilitante que le hacía sentir como si el corazón se le hubiera desintegrado convirtiéndose en polvo y esparciéndose por el viento. Un espacio tan vacío en el lado izquierdo del pecho que nada nunca podría volver a llenarlo.
Sacó el pañuelo del bolsillo y contempló las iniciales bordadas con hilo de un profundo azul que hacía juego con sus ojos. Los dedos se le curvaron, estrujando la tela con el puño y cerró con fuerza los ojos. ¿Cómo malditos infiernos era posible sentirse tan entumecido, a pesar del intenso dolor?
¿Cómo podía esperar ahora poder borrarla alguna vez de su memoria? Ella solía vivir sólo en su mente. En su corazón. En su alma. Pero ahora su olor, su sabor, su tacto, todo estaba grabado bajo su piel. Tan profundamente, que ninguna otra mujer podría borrar nunca su huella, y no es que alguna lo hubiera hecho antes, pero al menos una parte de él siempre había tenido la esperanza de que quizá algún día encontraría a alguien que pudiera. Alguien a quién sería capaz de ofrecer algo más que un breve encuentro que sólo servía para aliviar temporalmente su soledad.
Pero ahora esa esperanza había sido pisoteada. Porque había descubierto la diferencia entre tener sexo para aliviar una necesidad física y hacer el amor con la mujer que poseía su corazón. Y su alma.
Y aún peor, todos los lugares que solía considerar como sus santuarios estaban ahora impregnados de recuerdos de Cassie. La posada. Las cuadras. Esa zona de playa a la que iba casi a diario. Ahora no tenía ningún sitio al que ir para evitar los recuerdos.
Después de una última mirada al agua bordeada de espuma blanca, hizo girar a Rose -nombre que le había puesto por el perfume favorito de Cassie- hacia las cuadras. Después de cepillar a la yegua, fue al cuarto de los arreos. Acababa de colocarlo todo cuando oyó una voz detrás de él.
– ¿Puedo hablar contigo, Ethan?
Se dio la vuelta y vio a Delia observarle desde la entrada con una expresión indescifrable. Basándose en la palidez de su cara y en la forma en que los dedos arrugaban el vestido gris sospechó que algo iba mal.
– Por supuesto. ¿Ha pasado algo en la posada?
Ella negó con la cabeza y entró en el cuarto.
– En la posada, no -Apretó los labios hasta formar una delgada línea y dijo-: Quiero hablar de lady Westmore.
Sin querer las manos de Ethan se cerraron en un puño al oír el sonido de su nombre.
– ¿Qué pasa con ella?
La mirada de Delia se desvió posándose en varios puntos diferentes durante unos segundos, después volvió a él.
– Sospechaba que le habías dado a alguien tu corazón. Alguien de tu pasado. Pensé que ésa era la razón por la que pretendías no notar todas las indirectas que te lanzaba -Levantó la barbilla-. Es ella. Lady Westmore. Ella es la dueña de tu corazón.
Malditos infiernos. ¿Acaso su anhelo enfermo de amor estaba grabado en su cara para que todo el mundo lo viera?
Al no contestar, Delia movió la cabeza con varios asentimientos bruscos.
– Bueno, al menos no lo niegas. No hay porqué hacerlo. Vi el modo en que la mirabas.
– ¿Y cómo la miraba?
– Como esperaba que me miraras a mí algún día.
Ethan soltó un largo suspiro y se pasó las manos por la cara.
– Delia, lo siento.
– No tienes por qué disculparte. Nunca me diste falsas esperanzas de que pudiéramos ser más que amigos -Hundió la barbilla y clavó los ojos en el suelo-. Eres un buen hombre, Ethan. Un hombre honesto. No es culpa tuya que yo deseara que fueras mi hombre.
Él avanzó hacia ella y le puso las manos en la parte superior de los brazos.
– Sabes que me preocupo por ti, Delia.
Cuando alzó la cara y le miró, vio un brillo de humedad en sus ojos.
– Lo sé, Ethan. Pero no de la misma forma en que yo me preocupo por ti. Aunque lo sabía, me convencí que la mujer que llevabas en el corazón había desaparecido de tu vida o había muerto. Y que un día te despertarías y estarías preparado para seguir adelante. Y yo estaría allí esperando.
Suspiró profundamente y retrocedió, haciendo que la soltara.
– Pero saber que existe y verla de verdad, son dos cosas diferentes. Nunca podría mirarte y creer que estás pensando en mí. Estarías pensando en ella y yo lo sabría. En mi mente ya no es la imagen obsesiva de un fantasma. Lo he visto. He visto como la mirabas, como le sonreías, como reías con ella. Yo sólo ocuparía el segundo lugar, porque contigo, nunca habría un primero. Sólo hay sitio para ella.
Maldición, deseó poder negar sus palabras. Deseó poder transferir sus sentimientos por Cassie a Delia, una mujer de su clase con quién podría compartir el futuro. Por desgracia, su amor por Cassie lo llevaba en la sangre. Desde siempre. Él lo sabía, y Delia lo sabía. No la deshonraría diciéndole algo menos que la verdad.
– Nunca he querido herirte, Delia.
Ella se encogió de hombros.
– Me he herido yo sola. Pero ha llegado la hora de que reaccione. Me voy, Ethan. Me voy de Blue Seas y de St. Ives. He pensado en quedarme con mi hermana en Dorset. Hace unos meses tuvo gemelos y le irá bien mi ayuda -Entrelazó las manos y algo parecido a una combinación de confusión, compasión y rabia apareció en sus ojos- Sabes que tus sentimientos por ella son inútiles. Las damas importantes no se relacionan con gente como nosotros.
Un músculo se movió en la mandíbula de Ethan.
– Lo sé.
– Bien, tus sentimientos por ella no te mantendrán caliente por la noche. No más de lo que me mantendrán caliente a mí mis sentimientos por ti. Y estoy cansada de tener frío. Y de estar sola. Echo de menos tener un marido. Quiero compartir mi vida con alguien. Te deseo suerte, Ethan. Espero que encuentres la felicidad. Y el amor.
Él se quedó inmóvil, clavado en el sitio, observando cómo se alejaba. Una parte de él quería seguirla, rogarle que se quedara, decirle que intentaría olvidar a Cassie, al menos lo suficiente como para intentar crear una vida con alguien más. Pero otra parte sabía que no pasaría. Los últimos diez años -y la última noche- lo demostraban.
Sintiéndose como si le hubieran golpeado con unos puños como yunques, clavó los ojos en la entrada vacía por la que Delia se había ido. No debía de haber sido fácil para ella haberse enfrentado así a él y decirle que le quería, sobre todo sabiendo que sus sentimientos no eran correspondidos. Había demostrado un coraje que él nunca había tenido. Nunca había admitido sus sentimientos hacia Cassie. Nunca le había dicho que la amaba.
Se quedó helado, luego, cuando por fin comprendió, se pasó despacio las manos por el pelo. Ayer mismo había estado dispuesto a apartar el pasado y a hablar del futuro con Delia. Había estado dispuesto a confesarle sus sentimientos de amistad y respeto, y dejar que decidiera si lo poco que tenía que ofrecer era suficiente. Si estaba dispuesto a hacer eso con Delia, ¿por qué malditos infiernos no iba a hacerlo con la mujer que había amado durante toda la vida?
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