Marc leyó la nota varias veces.
¿Cuidar de Henry un día sí y otro no? ¿Quién se creía que era?
En realidad, le había prometido cuidar del niño… pero pensaba dejarlo en manos de la señora Burchett y una competente niñera, no cuidar A él personalmente.
Sin embargo, lo tenía en brazos y parecía encantado. Tammy tenía razón: Henry había elegido a los dos adultos que iban a cuidarlo y él era uno de ellos.
Y parecía feliz.
Pero él no. Sentía como si se ahogara. Familia, lazos, responsabilidades… todo lo que había intentado evitar.
El amor.
– Puedo cuidar de ti hasta el desayuno, pero nada más.
Henry intentó meterle la oreja del osito en la boca y Marc tuvo que sonreír.
– No, gracias. Ya he cenado. Y tienes que irte a la cama.
Henry no parecía muy convencido y empezó a protestar.
– ¿Qué te pasa? A ver… a lo mejor hay que cambiarte el pañal.
Pero eso significaba subir a la habitación de Tammy, que era la habitación contigua a la del niño. Si seguía despierta… y si no, peor para ella.
– ¿Quién se cree que es, intentando dirigir mi vida? Éste es su trabajo, no el mío.
No estaba allí.
Marc subió a Henry a la habitación y miró hacia la cama de Tammy. Esperaba ver un bulto bajo el edredón, pero no había nada.
La cama estaba hecha y… Marc no pudo evitar mirar en el armario. Su ropa seguía allí también, de modo que no se había marchado del palacio.
Entonces, ¿dónde estaba?
– ¿Tammy?
No hubo respuesta. Frustrado, llamó al timbre y el eco resonó por los pasillos del palacio. ¿Qué decía en su nota? Que había mandado a los criados a la cama.
¿Dónde se habría metido? Allí estaba él, con Henry en brazos, sin saber qué hacer. Seguramente estaría escondida en la cocina o en cualquiera de las innumerables habitaciones del palacio. O en el jardín, subida a un árbol.
Sola.
Henry empezó a protestar, de modo que resolver aquella crisis él solo.
– Estas cosas no deberían pasarme a mí muró-. Debería bajar al ala del servicio y a alguien. Yo no sé cambiar pañales.
Pero seguramente eso era lo que ella Marc cerró los ojos y cuando los abrió Henry lo estaba mirando.
– Puedo cambiar pañales. Puedo cuidar de un niño -le dijo.
Pero cuando dejó a Henry sobre la cama se dio cuenta de que estaba haciendo algo más que cumplir con una obligación. No sólo hacía aquello parque era su responsabilidad.
Se estaba encariñando. Empezaba a querer a aquel niño que lo miraba con los ojos brillantes,
La idea hizo que le diera un vuelco el corazón-
Cambió el pañal como pudo, volvió a tomar a Henry en brazos y se dirigió a su habitación.
Y se sentó en la cama, preguntándose dónde demonios estaría Tammy.
FUE UNA noche muy larga. Marc habría tenido que buscar mucho si hubiera querido encontrar a Tammy porque ella decidió dormir donde más le apetecía: en una tienda de campaña en el jardín.
Mientras Marc se peleaba con los pañales, ella dormía mirando las estrellas, que eran totalmente diferentes a las de Australia. En las Antípodas todo era diferente.
Pero estar boca abajo tenía sentido en su situación. Todo en su vida estaba boca abajo.
¿Por qué había hecho aquello? ¿Qué esperaba?
Cuidar de Henry al lado de Marc, seguramente. Pero sabía que era mucho más que eso. Quería que Marc quisiera al niño. Quería que Marc… ¿se comprometiera?
Quería que se comprometiera con Henry, se dijo a sí misma. Pero sentía un vacío en el corazón que no podría explicar.
¿Por qué la había besado?
«¿Qué ha cambiado?», le preguntó. «Tú y yo», fue su respuesta.
– No tiene sentido -murmuró Tammy, que acostumbraba a hablar consigo misma.
Aquel hombre era un mujeriego; todo el mundo se lo decía. ¿La había besado? ¿Y qué? Seguramente besaba a todas las mujeres del principado. Tenía suerte de no haber llegado más lejos.
– ¿Suerte? Sí, suerte -murmuró-. Pero si él quisiera ir más lejos… Estás loca, Tammy. Acaba de dejar a Ingrid… de hecho, no sabes si la ha dejado. ¿Quieres caer en sus brazos entre unas y otras?
– No me importaría -se contestó a sí misma-. ¡Tamsin Dexter!
¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué fantaseaba con un hombre que nunca podría ser suyo? Quizá necesitaba un novio. Sí, seguramente era eso.
¿Y qué tal le iría a «su fantasía» con Henry?
– No es asunto tuyo -se dijo-. Vete a dormir… Pero podría subir de puntillas. Sí, claro, y arriesgarme a que me pille. Eso sería un desastre porque los criados están en la cama y estaría a solas con Su Alteza, el príncipe regente…
– No, no es buena idea -se dijo a sí misma, cerrando la cremallera del saco de dormir-. De hecho, es una idea malísima.
Entonces, ¿por qué quería hacerlo? ¿Por qué no dejaba de pensar en ello?
¿Dónde estaba?
Henry no tenía ganas de dormir, sino de jugar con su osito, así que Marc encendió el ordenador portátil y empezó a trabajar en el diseño de un programa de irrigación. Pero no pudo trabajar mucho, porque Henry enseguida se aburrió del osito y quería cosas nuevas. Había cambiado mucho en menos de una semana, cuando su única distracción era una ventana.
Henry había encontrado juguetes nuevos: los adultos, y quería jugar con ellos a todas horas. Un osito parecía muy aburrido al lado de un ordenador y, antes de que Marc se diera cuenta, su diseño parecía el trabajo de una araña borracha.
– ¿Cómo vamos a colocar las cañerías así? -le preguntó a su primo.
Riendo, Henry puso el puñito en el teclado y envió un montón de canales de agua hacia arriba.
– Ah, genial. ¿Te das cuenta de que estás enviando el agua de un área seca a otra donde hay mucha lluvia?
Henry pensó que era una gran idea.
– ¿Dónde está tu tía?
El niño no lo sabía y le daba igual. Pero a Marc no.
– Ha venido a Broitenburg para cuidar de ti. Ésa es su misión.
Sin comentarios.
– ¿Dónde demonios estará? -murmuró Marc, mirando el reloj. Eran las dos y media de la madrugada.
– Espero que vuelva por la mañana. Tiene que estar de regreso por la mañana.
Pero no la quería allí por la mañana. ¡La quería allí de inmediato!
Tammy se despertó al amanecer. No quería que la encontrasen los jardineros, de modo que dos minutos después de despertarse guardó la tienda y volvió al palacio.
Los criados debían estar dormidos todavía. Les había ordenado que no se levantaran hasta las siete.
Quizá a Marc le apetecería una taza de té. Pero si había estado despierto toda la noche con Henry…
Tammy entró en la cocina, se hizo un té y una tostada y siguió pensándolo.
Pero la tentación era irresistible.
– ¿Qué hombre no querría un té al amanecer? Se lo merece, ha trabajado mucho.
De modo que hizo tostadas con mermelada, colocó tazas y platos en una bandeja y subió a la habitación.
¿Qué estaba haciendo?, se preguntó.
No tenía ni idea.
Nadie contestó cuando Tammy llamó a la puerta. Y cuando abrió, los vio en la cama: un príncipe grande y otro mucho más pequeño, profundamente dormidos.
Marc debía estar trabajando cuando se quedó dormido porque tenía el ordenador portátil a su lado y seguía encendido. Y el niño dormía con la carita sobre su pecho.
Desnudo de cintura para arriba, Marc tenía en la mano el osito de peluche. Y Henry… el niño dormía plácidamente, como si el príncipe regente fuera su cuna favorita.
Tammy se quedó observando la escena durante un rato. Y se le hizo un nudo en la garganta. No sabía qué le estaba pasando, pero ver a Marc con Henry…
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