Marion Lennox - En un lugar del corazón

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A Luke Grey lo acababan de dejar al cuidado de una hermanastra que ni siquiera sabía que existiera. Un ejecutivo soltero como él no podía hacerse cargo de una niña tan pequeña, así que… ¿a quién se lo podía pedir?
En el orfanato de Bay Beach llegó a un trato con Wendy Mather: ella cuidaría a la pequeña si él les proporcionaba un hogar donde pudiera cuidar también de otra niña. ¡La casa de Luke era perfecta para tal propósito! Siempre y cuando él no se acostumbrara a tener una familia tan perfecta…

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– Sí, a esa.

– ¿Tú te quedarás aquí?

– Sí. Luke, Grace y yo estaremos justo debajo de tu ventana. Nos quedaremos aquí un rato porque en la casa hay mucho polvo. Pero me sentaré en la cama contigo hasta que te quedes dormida. ¿De acuerdo?

– Sí -dijo Gabbie-. Te quedarás conmigo hasta que me duerma y luego tú, Luke y Grace os quedaréis debajo de mi ventana, con el fuego y las vaquitas.

– Eso es.

– Qué bien -dijo Gabbie-. Qué bien.

La mujer y la niña se fueron. Luke se quedó con los restos de la pizza y con un bebé que chupaba perezosamente su biberón y lo miraba con ojos asombrados. Tan asombrados como los suyos.

Cuando Wendy regresó, Grace se había quedado dormida y Luke estaba a punto de hacerlo. Él se sobresaltó cuando lo tocó en el hombro y luego, al darse la vuelta y verla sonriendo, sintió una inesperada sacudida. Wendy tenía una extraña cualidad espiritual, pensó. Parecía la encarnación de un sueño. Pero era real. Con una mano sujetaba el capazo de Grace y, con la otra, una pila de ropa de bebé.

– Necesitamos agua caliente -le dijo-. Y un barreño, para bañar a Grace. Esa niña lleva medio día con los pañales mojados. Si no la bañamos ahora mismo, se le irritará el culito. ¿De acuerdo?

– Sí, señora.

Grace apenas se despertó. Abrió un poco los ojitos cuando Wendy la introdujo en un barreño con agua tibia. Luego sonrió alegremente, agitó sus pequeñas manos y volvió a quedarse dormida plácidamente.

Por alguna razón, Luke no podía apartar los ojos de ella. Era su medio hermana, se dijo. Su hermana. ¿Su… familia?

Hacía mucho tiempo que no tenía familia. Y, ahora, de pronto, aquella niña era en parte suya… y era tan bonita… Su hermana…

Después del baño, pusieron a la niña sobre una toalla tibia y Wendy la vistió con ropa limpia. Grace se acurrucó en su capazo con un suspiro de contento, y se quedó dormida enseguida.

– No puedo creer que su madre la haya abandonado -dijo Wendy en voz baja, con tal expresión de pena en la cara que, durante un instante, Luke pensó que debían de ser imaginaciones suyas. Pero no lo eran. Cuando Wendy se dio la vuelta, vio el brillo de las lágrimas en sus pestañas. De modo que no era impermeable a los ini'ortunios humanos.

– Hábleme de su pasado -le preguntó él otra vez mientras Wendy arropaba a la niña.

Ella sacudió la cabeza.

– Tengo cosas que hacer.

– Sí, claro. Poner la lavadora, por ejemplo… sin electricidad, sin agua caliente y sin lavadora -dio unos golpecitos con la mano en el suelo de madera, invitándola a sentarse-. Las niñas están durmiendo. Ahora, es la hora de los mayores.

Eso la hizo sonreír.

– Supongo que para usted, siempre lo es.

– Yo nunca he estado con niños -dijo él-. Hasta ahora.

– Y ahora solo será una semana.

– Si usted lo dice… -él la miró inquisitivamente-. Vamos -extendió el brazo, la tomó de la mano y tiró de ella para que se sentara a su lado.

Por algún motivo, ella se resistía. Y no había ninguno para ello. Solo que él la hacía sentirse…

Rara. No quería ir más allá, decidió, retirando la mano. No podía permitírselo. Si había algo que Wendy Maher había decidido hacía muchos años, era que los hombres eran un problema. Y aquel parecía más problemático que la mayoría.

– Le resumiré mi currículum, si quiere -dijo, agachándose para sentarse en el borde de la terraza, mirando hacia el mar. Distanciándose Es muy bueno.

– Cuánta modestia.

– Si yo no canto mis alabanzas, ¿quién lo hará? -sonrió ella-. Me gradué con honores en asistencia social. Fui la primera de mi promoción. También estudié enfermería. Llevaba cinco años trabajando como cuidadora en Bay Beach.

Él frunció el ceño. Aquello no encajaba.

– Si fue la primera de su promoción, debería estar trabajando en un cargo directivo, no cuidando niños -dijo, pensativo.

– Me gustan los niños -dijo ella, con voz repentinamente triste.

– ¿Siempre quiso dedicarse a esto?

– No. Fue después de…de la muerte de mi marido.

– Comprendo -él asintió-. Así que, cuando dice que si no canta sus propias alabanzas nadie lo hará, es porque está completamente sola en el mundo…

– Tengo amigos.

– Los amigos no son lo mismo -dijo él suavemente-. Yo lo descubrí muy pronto.

– Cuando murió su madre.

– Sí -Luke se encogió de hombros-. Mis abuelos y mi madre murieron con dos años de diferencia. Fue muy duro.

– Me lo imagino -había una suave simpatía en su tono. Luke la miró con curiosidad. Wendy miraba a lo lejos con expresión serena y sosegada. Lo que había dicho parecía una invitación a que le contara sus problemas.

¿Cuánta gente lo habría hecho antes?, pensó él. Wendy era la clase de mujer con la que uno sentía el impulso casi irresistible de cargarla con sus preocupaciones… Pero, de alguna manera, logró no hacerlo.

– No ha acabado de hablarme de usted -dijo, y recibió una mirada sorprendida. Tenía razón. Wendy se hacía cargo de los problemas de los demás, pero se guardaba los suyos para sí.

– ¿Qué más quiere saber?

El la observó pensativamente.

– ¿Cómo murió su marido?

– En un accidente de coche -dijo ella sucintamente-. ¿Algo más?

¿Cómo que si algo más? Detrás de aquello había una historia.

– Parece usted triste.

– ¿Sí? -ella esbozó una sonrisa-. Pues no debería parecerlo. Eso ocurrió hace mucho tiempo.

– ¿Su matrimonio iba bien?

Ella contuvo el aliento. Luke se había pasado de la raya, y él lo sabia.

– Eso, señor Grey, no es asunto suyo -le dijo-. Y, además, hay mejores formas de ejercitar su inteligencia que ahondar en mi pasado.

– ¿Cómo qué?

– Como, por ejemplo, dónde vamos a dormir -siempre práctica, la mente de Wendy se cerró completamente a las emociones que él había despertado. No quería pensar en el pasado. Debía pensar en lo que había que hacer en ese preciso instante, y hacerlo-. Necesitamos colchones -dijo con firmeza.

– ¿Perdón?

– Usted puede dormir en la casa, si quiere -contestó ella-. Pero yo, no. Me pasaría la noche estornudando. Dormiré en un colchón aquí fuera, debajo de la ventana Je Gabbie, por si me llama.

– ¿Está segura de que no quiere que vayamos a un hotel? -dijo él casi desesperado, y ella sonrió.

– ¿Y su sentido de la aventura, señor Grey? Dormir al raso fortalece el espíritu. Dos colchones y un par de mantas, y estaremos listos para pasar la noche.

– Pero…

– Oh, por Dios, Luke -dijo ella, exasperada-. Esta es nuestra nueva casa, y vamos a quedarnos en ella.

Sacaron colchones al exterior y los cubrieron con mantas. Wendy se lavó en el cuarto de baño con agua fría. Cuando, a su vez, Luke salió del cuarto de baño, se la encontró ya metida bajo las mantas, lista para dormir. No podía hacer otra cosa más que seguir su ejemplo y meterse bajo las mantas en su colchón, a unos metros de ella.

¡Todo era tan diferente!

Desde que había acabado la universidad, estaba acostumbrado al dinero. Había estudiado comercio y derecho, y su brillante inteligencia le había proporcionado un empleo antes de que se secara la tinta del diploma. Se había metido de cabeza en un mundo en el que el dinero se contaba por millones y había vivido rodeado de lujo desde entonces.

Casi había olvidado sus raíces. Casi había olvidado la razón por la cual su madre había luchado por obtener su custodia y por criarlo en la granja. Había olvidado que había cosas que el dinero no podía comprar. Como aquel lugar. La brisa del mar. El silencio.

Se tumbó boca arriba en el colchón, con las manos unidas bajo la cabeza, contempló el tejado de la terraza y vio dos cabos de cuerda deshilachados de los que antaño había colgado un balancín. Un balancín en el que su madre lo había columpiado una y otra vez.

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