Marion Lennox - En un lugar del corazón

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A Luke Grey lo acababan de dejar al cuidado de una hermanastra que ni siquiera sabía que existiera. Un ejecutivo soltero como él no podía hacerse cargo de una niña tan pequeña, así que… ¿a quién se lo podía pedir?
En el orfanato de Bay Beach llegó a un trato con Wendy Mather: ella cuidaría a la pequeña si él les proporcionaba un hogar donde pudiera cuidar también de otra niña. ¡La casa de Luke era perfecta para tal propósito! Siempre y cuando él no se acostumbrara a tener una familia tan perfecta…

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Él titubeó.

Pero en la granja ni siquiera hay teléfono…

– Por eso Wendy tiene razón al no querer vivir allí todavía. ¿No tiene usted teléfono móvil?

– Claro que lo tengo, pero…

– Entonces, todo arreglado -ella sonrió otra vez-. Si yo fuera usted, no dejaría que Wendy se marchara -continuó amablemente-. Si ella toma ese tren, perderá usted a la mejor niñera que pueda encontrar. Wendy es sencillamente la mejor.

Luke sabía que tenía razón. Había comprendido instintivamente que podía confiarle a Wendy el cuidado de su bebé. ¿Su bebé? Grace no era su bebé.

Pero… Miró a la niña dormida. Esta estiró los bracitos y se acurrucó.

– ¡Qué locura!

– Lo es, ¿verdad? -dijo Erin comprensivamente-. 0 lo será, si no impide que Wendy tome ese tren. Nueva York o Wendy, señor Grey. Usted elige… pero elija ya.

Una hora después, Wendy iba sentada en el asiento del pasajero de un Aston Martin que se dirigía al sur.

Aquello era una locura. En ese momento, debía estar en un tren en Sidney, se dijo. Si estuviera en el tren, el viento no le desordenaría el pelo, llevaría todas sus maletas en el compartimento para el equipaje sobre su cabeza, y tendría a Gabbie sentada sobre las rodillas.

Pero, en realidad, el viento alborotaba su pelo y le había deshecho prácticamente el descuidado moño. Su equipaje se había quedado en Bay Beach porque no cabía en el minúsculo maletero del coche, y Luke había encargado que un taxi fuera a recogerlo más tarde. '~ Grace iba en su capazo, y Gabbie estaba sentada en el asiento de atrás con la boca tan abierta como los ojos. Estaba conmocionada. Igual que Wendy.

– Estoy alucinada -dijo-. Todavía no sé qué estoy haciendo aquí.

– Ya somos dos -dijo Luke, no sin simpatía-. Ahora mismo, debería estar de camino al aeropuerto -pasó las manos por el volante e hizo una mueca-. Esto está pegajoso -vio horrorizado que había dos manchas grises sobre el volante-. ¡Lo han tocado con las manos sucias!

«Dios mío», pensó Wendy lúgubremente. Después de todo lo que había ocurrido, a aquel tipo solo lo preocupaba su volante.

– Yo lo limpiaré -dijo secamente.

– ¿Está segura?

– Oh, por el amor de Dios, solo es mermelada de fresa. Los niños la toman para merendar. Se quita con agua caliente.

– Hay mermelada de fresa en mi volante -gruñó él. Observó las manchas más de cerca. No eran rojas. Definitivamente, eran grises-. ¿Cómo va a ser esto mermelada de fresa?

– Es mermelada de fresa mezclada con otras cosas ella tuvo la temeridad de sonreír-. Plastilina, barro, pinturas…

– ¡No quiero saberlo!

Silencio. Luke sintió la desaprobación de Wendy desde el otro asiento.

– Le tiene mucho apego a su coche, ¿no? -dijo ella con cautela, y él intentó sonreír.

– ¿Usted no se lo tendría? Es fantástico. Si supiera lo que me ha costado…

– Puedo hacerme una idea -dijo Wendy agriamente-. Aston Martin Vantage Volante. ¡Guau! Realmente, debe de valer una fortuna.

– No lo sabe usted bien…

– Apuesto a que sí lo sé. Unos cien mil dólares, más t) menos. Pero, de todas formas, si se tiene un coche armo este, ¿qué son cien mil dólares? -sonrió con ironía-. ¿Qué más puedo adivinar sobre este coche? -lo pensó, y el tono reverencial de Adam resonó en sus oídos-. Me imagino que tiene llantas de aleación, navegador y motor de doce cilindros y cuarenta y ocho válvulas. De cero a cien en unos cinco segundos. Velocidad máxima, unos doscientos cincuenta kilómetros por hora. Sí, menudo juguetito tiene usted, señor Grey.

– ¿Cómo demonios…?

– Si supiera lo que haría yo con la cuarta parte de lo que vale este coche…

– Oiga, que yo soy su jefe -la interrumpió él-. ¡No está usted aquí para echarme sermones!

– Pues despídame -dijo ella tranquilamente-. Los sermones van incluidos en el paquete.

Durante un instante, Wendy pensó que iba a hacerlo.

Luke levantó el pie del acelerador, pero entonces Grace balbució desde el asiento de atrás, y él recordó que no podía despedir a aquella mujer.

– ¿Cómo es que sabe tanto de coches? -preguntó de mala gana.

Ella arrugó la nariz.

– Mi ex marido era un fanático de los coches.

– Oh -él la miró de reojo-. ¿Está divorciada?

– Él murió.

Hubo algo en su forma de decirlo que lo disuadió de seguir preguntando.

– Oh, vaya.

– ¿Usted no está casado?

– No -él sonrió y volvió a mirarla de reojo-. Prefiero los coches a las mujeres. Son más baratos.

– Ah, claro -ella respiró hondo-. Señor Grey, ¿tiene usted idea de dónde se ha metido? En un solo día, se ha hecho cargo de una niña, ha aceptado dar cobijo a otra y ha contratado a una niñera…

– No importa -dijo él-. Puedo permitírmelo. Mientras no me causen problemas…

– ¿Y si se los causamos?

– Entonces, me marcharé -él sonrió con ironía-. Aunque lo haré, de todas formas. Los lazos emocionales no son mi fuerte. Solucionaré todos los problemas legales y luego me iré.

– Cuando la casa esté habitable, supongo.

– Lo estará.

Pero no lo estaba.

Nadie había entrado en aquella casa en veinte años. Era como volver atrás en el tiempo, pensó Wendy, desalentada. Caminó de habitación en habitación con Gabie pegada a su costado. Luke iba a su lado, con Grace en brazos, y tampoco decía nada.

Era un lugar fantasmal. Las ventanas estaban rotas y desencajadas. Los muebles estaban cubiertos de polvo y del techo colgaban enormes telarañas. Pero, a pesar de todo, la casa era grande, hermosa y antigua. Los muebles eran buenos, pero las cortinas estaban hechas jirones', las alfombras raídas y una gruesa capa de polvo lo cubría todo.

Aquella casa era un pedazo de historia olvidado por el tiempo. Debía de estar llena de recuerdos para Luke, pensó Wendy.

Había fotografías por todas partes, y la mayoría eran de él. Wendy tomó un marco que había sobre una mesa de madera labrada y sopló para quitarle el polvo. Allí estaba Luke, con unos cinco años de edad, de pie entre una pareja de ancianos que lo agarraba de las manos ron orgullo. El amor brillaba incluso a través del polvo.

No era de extrañar que Luke hubiera conservado la pensó Wendy. Ni era de extrañar que, de forma Instintiva, hubiera llevado allí a Grace. Aquel lugar había sido su hogar.

Y tal vez todavía lo fuera. Wendy lo miró de soslayo y percibió la tristeza que había en su mirada.

– Aparte del polvo y de las ventanas, está igual que el día que llevamos a mi abuela al hospital -dijo Luke por fin, con un susurro.

Debe de haber sido una casa muy bonita.

– Pero ahora está inhabitable -dijo él tristemente.

– No tanto -Wendy se encogió de hombros y miró a Gabbie-. A nosotras nos gustan los desafíos, ¿verdad, Gabbie?

– ¿Vamos a vivir aquí? -preguntó la niña con voz trémula. Wendy la tomó en brazos y la apretó fuerte.

– Sí. Claro que sí. Y va a ser una casa preciosa. ¡Debajo de todo este polvo, es muuuuuy bonita!

– Tendremos que pasar la noche en un hotel -dijo Luke-. Quizá si traemos un equipo de limpieza y carpinteros… -podía ver su viaje a América pospuesto indefinidamente. Maldición. Al principioo le había parecido una buena idea. Pero, de repente…

Wendy sacudió la cabeza.

– No. La casa está bien. Mejor de lo que yo pensaba. No hace falta que vayamos a un hotel. Gabbie se ha pasado la vida de un lado para otro. Si esta va a ser nuestra casa, lo será desde ahora mismo.

Estaban en lo que antaño debía de haber sido el cuarto de estar. Wendy se acercó a una ventana y empujó una de las hojas. Cuando se abrió, una ráfaga de aire salino entró en la habitación y Wendy vio…

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