Susan Mallery - El Jeque y el Amor

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El príncipe Jefri de Bahania se sentía obnubilado… ¡por una mujer! Y no cualquier mujer, sino Billie Van Horn; su guapísima y exigente instructora de vuelo, que era todo un desafío para un hombre como él. Quizá fuera todo un as en el aire, pero en lo que se refería al amor, Billie prefería mantener los pies en la tierra. ¿Por qué entonces sentía que flotaba por encima de las nubes cada vez que estaba con aquel jeque tan sexy? Además, sabía que en cuanto el honor se lo exigiera, él se marcharía de su lado… A menos que desafiara a su destino y eligiera el amor…
Aquella mujer ponía a prueba su honor… y su masculinidad

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Sí, claro. Una frase hecha propia de un príncipe. Un poco anticuada, quizá, pero que funcionó. Billie sintió las rodillas de mantequilla y el corazón desbocado.

Las puertas del ascensor se abrieron y Jefri le puso la mano en la espalda para hacerla entrar. El pulgar y el índice cayeron sobre su piel desnuda. Y a ella se le puso la carne de gallina.

– Veo que has dejado a Muffin en la habitación – dijo él.

– Me ha parecido lo mejor. Siempre tengo remordimientos cuando salgo a divertirme sin ella, pero la he dejado viendo una película.

Jefri pulsó el botón de la segunda planta.

– ¿Perdona? -No podía haber oído bien -. ¿Tu perra está viendo una película?

– Sí. Y debo decir que la colección de DVD's que tienes es fantástica. Me ha costado mucho decidir, la verdad, pero al final le he puesto Una rubia muy legal 2 porque le encanta Brusier. Es el perro de la película.

Jefri no dejó de mirarla a la cara ni un momento, pero parpadeó.

– No lo entiendo. Eres la misma mujer que pilota un reactor de caza mejor que nadie -dijo, como si fueran cosas incompatibles.

Las puertas se abrieron y los dos salieron al pasillo.

– Sí, ésa soy yo.

– ¿Y le has puesto una película a tu perra?

– No veo qué relación hay entre las dos cosas.

– Yo tampoco. Por aquí.

Jefri la llevó por un largo pasillo, a cuyos lados había un gran número de puertas y habitaciones.

– Me han dicho que tu hermano no podrá venir esta noche -dijo Jefri.

– Ha llegado el resto del equipo y quería supervisarlo todo. Si quieres mi opinión, no le apetece arreglarse para la cena. Él se lo pierde. Estoy segura de que la comida será exquisita.

– Espero que todo esté a tu gusto.

La voz masculina fue una caricia en su piel, y Billie se sintió rara, inestable. Tenía que controlarse. Con los tacones que llevaba, un paso en falso sería fatídico.

Al final del pasillo giraron a la izquierda y entraron en lo que debía de ser el pequeño comedor informal para las informales cenas familiares. Para ella, era como cenar en las zonas acordonadas del Museo Británico.

En el centro de salón había una inmensa mesa. A juzgar por el número de sillas pegadas a las paredes, allí cabían al menos treinta personas. Dos estatuas antiguas flanqueaban un gran tapiz que mostraban la escena de una mujer joven en una barca. A juzgar por el vestido, la escena debía de pertenecer al siglo XVII.

Tres lámparas de araña iluminaban la mesa, pero en lugar de bombillas tenían velas. A un lado, en una mesa auxiliar, había un cubo de hielo con champán y varias botellas sin abrir de distintos vinos tintos y blancos, así como varias botellas de licor. Dos hombres con sendas bandejas de canapés esperaban en la entrada, y no había ni un gato a la vista.

– Es increíble -dijo Billie.

– Me alegro de que te guste. ¿Champán?

– De acuerdo. Mañana no vuelo hasta última hora de la mañana.

Jefri abrió la botella y sirvió dos copas.

– Por nuevas aventuras -dijo, brindando con su copa-, y los que las comparten.

Billie pensó que no era el momento para su habitual «de un trago», y sonrió antes de beber un sor-bito.

Un hombre alto que Billie no conocía entró en el salón. A juzgar por su atractivo físico y regio porte, Billie imaginó que sería otro de los príncipes de la familia.

«Bingo», se dijo cuando Jefri se lo presentó.

– Mi hermano mayor, el príncipe heredero Murat.

Billie tenía el bolso en una mano y la copa de champán en la otra. Durante un segundo horrible, pensó que quizá tenía que agacharse o hacer una reverencia. No sabía qué se esperaba de ella. Pero entonces Murat se inclinó hacia ella y le dio un suave beso en la mejilla.

– Bienvenida, señorita Van Horn. Mi hermano se ha quejado largo y tendido sobre su dominio de los cielos pero no ha dicho nada de su excepcional belleza.

Cualquiera habría imaginado que el beso del atractivo príncipe heredero que algún día se sentaría en el trono del reino tendría algún efecto en ella. Sin embargo no fue así. Ni se le aceleró el corazón ni le temblaron las rodillas. La reacción era exclusivamente con Jefri, así que no podía ser sólo por el rollo del príncipe guapo, rico y con palacio. Billie decidió archivar la información para analizarla más tarde.

– A los hombres no suele gustarles que les gane una mujer-dijo ella, con una sonrisa-. Es una cuestión de vanidad. No me lo tomo a título personal.

– Billie está convencida de que nunca le ganaré. Pero pronto le demostraré lo contrario.

Murat miró de uno a otro.

– No la veo muy preocupada, hermano. Será mejor que te conformes con superarla en otras cosas.

En ese momento el rey entró en el comedor junto a una mujer embarazada y lo que Billie tomó por otro guapo príncipe de la familia.

– Quizá mi hermano tenga razón y deba buscar otro tipo de victorias contigo -le susurró Jefri al oído.

Sus palabras, combinadas con el cálido aliento en la nuca, la estremeció.

– Venid, os presentaré a nuestro último tesoro -dijo el rey, llevando a la pareja hacia ellos-. Billie, mi hijo Reyhan y su bella esposa Emma.

Ahora Billie tenía el asunto del bolso y la copa de champán bajo control. Tenía el bolso sujeto bajo el brazo, por lo que ahora pudo estrechar sin problema la mano de los dos recién llegados.

– Bienvenida -dijo Reyhan.

– ¿De verdad eres piloto de caza? -preguntó Emma.

– Allá arriba no hay quien la supere -comentó Jefri, respondiendo por ella.

– Increíble- Emma sonrió-. Te había imaginado más… masculina. Pero podrías ser actriz de Hollywood o cantante de pop.

Billie sonrió.

– Gracias. Sólo soy una chica normal y corriente. Durante un tiempo intenté imitar a mis hermanos, pero nunca me gustó y al final decidí cambiar las botas de militar por los tacones.

– Es fácil de imaginar -le susurró Jefri al oído.

Murat volvió con un whisky para su hermano y lo que parecía un vaso de agua con gas para Emma.

– ¿Qué te parece Billie? -preguntó a su hermano-. ¿Verdad que es intrigante?

Jefri dio un paso y se puso entre Billie y Murat.

– Es mi invitada.

Billie sintió un ligero escalofrío. ¿Acaso estaba advirtiendo a su hermano que la consideraba suya? ¿Acaso la veía como algo más que una instructora de vuelo?

Un momento después entró otra pareja, una de las princesas acompañada por una joven rubia que cuando vio a Billie soltó un gritito.

– Eres estadounidense. Sí. Podemos estar juntas mientras estés aquí. Yo me llamo Cleo. De las cuatro mujeres de la familia, soy la única que vive en palacio -explicó, y dio un codazo a Emma-. Tú no estás nunca, ni tampoco Zara y Sabrina.

El acompañante de Cleo, el príncipe Sadik, suspiró.

– Me temo que has confundido y asustado a nuestra invitada.

– ¿Te he asustado? -preguntó Cleo.

Billie se echó a reír.

– No, sólo confundido. ¿Qué mujeres? ¿Quiénes son Zara y Sabrina?

– Será mejor que pasemos a la mesa y lo aclaremos todo -dijo el rey-. Billie, tú puedes sentarte a mi lado.

Y así fue como Billie se encontró junto al rey de Bahania y rodeada de príncipes y princesas.

– Bien, a ver si lo he entendido -dijo, mientras tomaba la sopa-. Sabrina y Zara son princesas por nacimiento.

El rey asintió.

– Pero Zara no supo que era su hija hasta el año pasado. Y Cleo y Emma son estadounidenses casadas con sus hijos.

– Así es.

– Muy complicado -dijo ella, mientras metía discretamente una loncha de carne en la bolsa.

– Pronto aprenderás quién es cada uno -dijo el rey-. Sólo tienes que recordar que mis hijos sienten debilidad por las mujeres estadounidenses.

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