Susan Mallery - El jeque y la princesa

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El jeque y la princesa: краткое содержание, описание и аннотация

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Ella iba en busca desus raíces… no de un jeque. Cuando la responsable profesora Zara Paxton decidió viajar a la lejana Bahania, fue sólo con el propósito de encontrar al padre que jamás había conocido. Pero resultó que ese padre no era otro que un rey… que enseguida puso a su «princesa» bajo la protección de un musculoso y fascinante jeque. El duro Rafe Stryker no creía en el amor, por eso precisamente no comprendía cómo era posible que aquella muchacha con gafas se le hubiera colado en el corazón con su inocencia. Una inocencia que en ocasiones le hacía olvidar que dejarse llevar por el deseo sería toda una traición.

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– Sí.

– ¿Están casados?

– ¡Cleo! -protestó su hermana-. No estamos aquí para crear problemas.

– No tengo intención de complicarle la vida a nadie. Además, ya sabes que no quiero saber nada de los hombres por el momento. Pero ésta es mi oportunidad para conocer a un príncipe de verdad, a uno de esos tipos que antes veía en las revistas -observó, antes de volver a mirar a Rafe-. ¿Son jóvenes y atractivos?

– Todos son jóvenes, entre veinticinco y treinta y cinco años. Pero no puedo hablarte de su aspecto.

– Supongo que el aspecto es poco importante cuando se es un rico heredero.

– Sospecho que les vas a encantar -dijo Zara, mirando a su hermana-. Pero procura no complicar la situación.

– Lo prometo -dijo Cleo.

Zara sabía que las promesas de su hermana no valían nada en lo relativo a los hombres. Cuando no era ella la que se buscaba los problemas, los problemas la buscaban a ella. Atraía a los hombres como si fuera un imán. Siempre estaba con alguno, y sólo recientemente, tras algunos desengaños, había decidido tomarse un descanso. Pero se preguntó si su voluntad aguantaría aquella tentación.

Avanzaron por las calles de la ciudad. El tráfico se hizo más denso a medida que se aproximaban a palacio y Zara deseó salir del coche y perderse entre la multitud.

– El rey Hassan no está casado en la actualidad, ¿verdad?

– No -respondió Rafe.

– Eso había leído en Internet. También leí que hay cinco princesas, incluida Sabrina.

– ¿Qué más leíste?

– Un poco de todo -los interrumpió Cleo -. Zara es la reina de la investigación. Podría soltarte una conferencia sobre las exportaciones de Bahania, su Producto Nacional Bruto y un montón de datos parecidos que dormirían a cualquiera.

Zara hizo caso omiso del comentario de su hermana.

– Soy profesora de universidad e investigar forma parte de mi trabajo.

– ¿Y en qué campo estás especializada?

– En estudios de la mujer -respondió Cleo-. Nuestra Zara es una especie de feminista intelectual.

– En efecto. Pero cambiando de tema, hay un asunto importante en el que debo insistir: quiero que persuadas al rey para que acepte que nos hagamos un análisis de ADN -declaró Zara-. Tenemos que asegurarnos de que soy realmente su hija.

– Ya es tarde para volverse atrás, Zara.

Cleo suspiró.

– Has deseado esto toda tu vida. Es increíble que te niegues a confiar en tu buena suerte -dijo.

– Ya. Pero pensar en encontrar a mi padre y encontrarlo son dos cosas distintas -explicó.

La limusina giró entonces para tomar un camino privado y segundos después pasó entre dos grandes puertas abiertas. Al fondo, entre los árboles, Zara pudo distinguir la silueta del palacio real de Bahania.

– Desde luego, son cosas muy distintas -añadió.

En palacio había criados, guardias y tesoros de inestimable valor. Zara seguramente lo había oído durante la visita guiada, pero no le había prestado atención. Sin embargo, ahora tenía plena conciencia de ello: avanzaba por un corredor, detrás de unos criados y ante los guardias que se apartaban a su paso.

Hasta la espontánea y despreocupada Cleo parecía cada vez más asombrada a medida que se internaban en el edificio, entre todo tipo de lujos y docenas de gatos.

Zara ya había oído hablar del amor del rey por los felinos, pero no imaginaba hasta qué punto era cierto. Sin embargo, y por suerte para todos, estaban limpios y se comportaban bien.

Al final, llegaron ante una gran puerta. La mujer que dirigía el grupo, de unos cuarenta años, la abrió y los invitó a entrar. Zara se volvió hacia Rafe y lo tomó, impulsivamente, del brazo.

– ¿Estarás cerca?

Rafe clavó en ella sus ojos azules.

– Eres mi responsabilidad. Estaré cerca y tú estarás bien, descuida.

– ¿Y si no estoy tan bien?

Él sonrió de forma amistosa y ella se estremeció.

– Vamos, entra. Seguro que te gusta tu nuevo domicilio.

– Mentiroso…

Ciertamente, ya no podía echarse atrás. Así que entró.

No se trataba de una simple habitación, sino de todo un grupo de habitaciones para ellas solas, con un inmenso salón maravillosamente decorado y balcones con vistas al mar.

– Cada una tiene su propia habitación -dijo la mujer que parecía ser la encargada del grupo de criados-. Su Alteza pensó que les gustaría compartir las mismas estancias, pero si prefieren tener suites distintas, se puede arreglar.

Zara miró a Cleo, que se encogió de hombros.

– Está muy bien así -comentó Zara.

– Y ahora, si puede indicarme dónde debo dejar sus maletas…

Zara le señaló sus dos maletas, de las que se hizo cargo un criado que las llevó a una habitación situada a la izquierda. Las de Cleo las llevaron a la derecha.

Segundos después, Zara se encontró en un gigantesco dormitorio con una cama con dosel, un gran balcón, y un mueble con televisión y DVD que estaba lleno de películas. En cuanto al cuarto de baño, parecía de otro mundo: tenía una bañera que parecía una piscina y una ducha tan grande para dar cabida a cinco o seis personas.

– Es precioso -dijo, volviéndose hacia la mujer-. Todo es precioso.

La mujer sonrió.

– Le diré al rey que le ha gustado. ¿Desea que deshagamos su equipaje?

– No, gracias, ya me las arreglaré.

La mujer hizo una pequeña reverencia y se marchó con el resto de los criados. Sólo entonces, cayó en la cuenta de que Rafe no la había seguido al dormitorio. Pero su hermana no tardó en aparecer.

– ¿Puedes creerlo? -preguntó.

– No sé qué decir -dijo Zara, mientras volvían al salón-. ¿Cómo es tu habitación?

– Ven a verla, es maravillosa… Parece salida de un sueño.

En realidad, la habitación de Cleo resultó ser muy parecida a la de Zara.

– No pienso volver nunca a casa. Esto es fabuloso. Cuando sea mayor, también quiero ser hija de un rey.

Zara rió.

– ¿Mayor? Ya eres bastante mayor. Pero espera a ver el harén…

– ¿El harén? ¿El rey tiene un harén?

– No lo sé, era una broma. No he leído nada al respecto, pero ahora que lo pienso, no me extrañaría.

– Se lo preguntaré la próxima vez que lo vea – dijo Cleo, que se había arrojado sobre la cama-. No puedo creer lo que acabo de decir… La próxima vez que vea al rey. ¿Cómo es posible que tengas tanta suerte?

Zara no respondió. Ella también estaba asombrada por el lujo, pero se encontraba muy incómoda en aquella situación.

Justo entonces, llamaron a la puerta. Pensó que sería Rafe y se sintió súbitamente animada. Pero un segundo después apareció una mujer de su edad, de su altura, casi de su constitución física y con unos rasgos que la dejaron sin habla: sus ojos, su oscuro cabello, su boca y sus pómulos eran idénticos a los de ella, aunque la recién llegada le pareció mucho más atractiva.

– Tú debes de ser Zara. Ahora sé lo que ha querido decir mi padre al afirmar que podríamos ser gemelas. Pero al menos, es evidente que somos hermanas…

– Y tú debes de ser la princesa Sabra…

La mujer asintió.

– Llámame Sabrina -dijo, mirando a su alrededor-. He oído que tienes una hermanastra… ¿Es cierto?

– Por supuesto que sí. Hola, soy Cleo.

Sabrina se volvió hacia Cleo y sonrió.

– Vaya, no os parecéis demasiado… ¿Es tuyo ese cabello o es teñido? Si es tuyo, es maravilloso…

Cleo se llevó una mano al cabello.

– Es mío. Lo llevé teñido de rojo durante una temporada, pero me gusta más así.

Las tres mujeres permanecieron unos segundos en mitad de la habitación, mirándose, sin saber qué añadir. Como siempre, fue Cleo quien rompió el hielo.

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