– Me alegro muchísimo de haberte encontrado, papá, pero debo tomar mis propias decisiones. Y acepto el honor de ser la mujer de Rafe.
– No puedes hacer eso. Eres una princesa real. No puedes marcharte a vivir con un hombre así como así… No puedes, a menos que te cases.
– Me estás pidiendo que elija entre él y tú, papá. Siempre quise tener familia, echar raíces… Pero ahora, empiezo a pensar que en realidad no estoy hecha para esas cosas.
Entonces, Zara se volvió hacia Rafe y añadió:
– Te amo. Sé que no debería haberme enamorado de ti y que me advertiste sobre todo esto, pero te amo. También sé que no quieres sentar la cabeza, pero no me importa. Iré a donde vayas y estaré siempre contigo. Ya no tengo miedo.
– Zara, no puedes hacer eso… Zara…
Rafe ya no pudo soportarlo por más tiempo. La tomó entre sus brazos, la besó y dijo:
– Yo también te amo, mi vida.
Los ojos de Zara se llenaron de lágrimas.
– Sin embargo, no tenemos por qué marcharnos -continuó-. Aquí tienes tu familia, tu mundo…
– Aprecio mucho tu gesto, pero iré contigo.
– No, Zara. Estoy hablando en serio. Deberíamos quedarnos.
– Todo esto es muy emocionante -intervino el rey, carraspeando-. Pero si quieres a mi hija, tendrás que casarte con ella.
Rafe tomó a Zara de las manos e hizo lo que nunca habría pensado que llegaría a hacer.
– Zara, te amo y quiero pasar el resto de mi vida a tu lado. ¿Quieres casarte conmigo?
Zara no lo dudó.
– ¡Sí! Quiero casarme contigo y estar siempre contigo.
– Muy bien, ahora ya sabemos que los dos os queréis casar -comentó el rey-. ¿Pero qué os hace pensar que daré mi aprobación?
– Vamos, papá… ¿Qué otra cosa podrías hacer?
– Sí, supongo que tienes razón. Además, me encanta que me llames papá -dijo Hassan, sonriendo-. Pero tendrás que cuidar de ella, Rafe. Es carne de mi carne.
– Te doy mi palabra.
Hassan suspiró.
– Bueno, esto no es lo que había planeado. Podrías haberte casado con el duque…
– No, prefiero un jeque.
– Está bien, pero tendrás que esperar unos meses antes de casarte. Quiero asegurarme de que este tipo no te rapta y te lleva a la Ciudad de los Ladrones.
– Me parece razonable. ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar?
– Un año.
– Dos meses -dijo Rafe.
Seis.
– Cuatro.
– Trato hecho, cuatro meses -dijo el rey-. Pero cuatro meses de castidad absoluta.
– Ni lo sueñes -comentó Rafe.
– Podría ordenar que te cortaran la cabeza sólo por hacer ese comentario.
Zara estaba tan contenta que tenía la impresión de que podía empezar a volar en cualquier momento. Se iba a casar y todos sus sueños se habían hecho realidad.
– No se le cortará la cabeza a nadie más -declaró ella-. Ésa será mi primera decisión como princesa.
– Me parece una decisión excelente -dijo Rafe.
Y acto seguido, la besó.
***