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Susan Mallery: El jeque y la princesa

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Susan Mallery El jeque y la princesa

El jeque y la princesa: краткое содержание, описание и аннотация

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Ella iba en busca desus raíces… no de un jeque. Cuando la responsable profesora Zara Paxton decidió viajar a la lejana Bahania, fue sólo con el propósito de encontrar al padre que jamás había conocido. Pero resultó que ese padre no era otro que un rey… que enseguida puso a su «princesa» bajo la protección de un musculoso y fascinante jeque. El duro Rafe Stryker no creía en el amor, por eso precisamente no comprendía cómo era posible que aquella muchacha con gafas se le hubiera colado en el corazón con su inocencia. Una inocencia que en ocasiones le hacía olvidar que dejarse llevar por el deseo sería toda una traición.

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Las llevó a un pequeño despacho. Después, las invitó a tomar asiento y él se acomodó en una butaca, al otro lado del escritorio.

– Parece que ha habido un malentendido -dijo Zara tras un incómodo silencio de varios segundos-. Mi hermana y yo estábamos en el grupo de la visita guiada cuando ese hombre se ha empeñado en que lo siguiéramos. Y ahora, usted y sus guardias nos atacan… Me gustaría saber qué está pasando.

Rafe Stryker se frotó las sienes.

– Eso me gustaría saber. ¿Llevan algún tipo de identificación?

Zara y Cleo se miraron. Ninguna de las dos sabía si debían darle sus pasaportes a aquel tipo.

– Pueden confiar en mí -dijo Rafe-. Sus pasaportes no saldrán de este despacho. Sólo quiero comprobarlos y hacer un par de llamadas telefónicas.

– No creo que tengamos otra opción… -comentó Cleo.

Zara asintió. El viaje a Bahania le había provocado todo tipo de dudas desde el principio, pero jamás habría imaginado que la iban a atacar en el palacio. En cualquier caso, le dieron los pasaportes. Rafe los tomó e hizo varias llamadas, como había asegurado.

Cinco minutos más tarde apareció una joven con una bandeja con bebidas y canapés. La mujer sonrió y dejó la bandeja en una mesita, junto a la ventana. Después, y sin decir una sola palabra, hizo una reverencia y salió de la habitación.

Cleo, que siempre estaba hambrienta, miró a su hermana y preguntó en voz baja:

– ¿Crees que la comida estará envenenada?

– Bueno, empiezo a pensar que nos hemos metido en una mala película de espías, pero dudo que se hayan tomado la molestia de envenenar la comida -respondió.

Cleo se encogió de hombros, tomó uno de los vasos y echó un trago.

– Mmm. Es limonada. Y está muy buena.

La boca se le hizo agua a Zara, que rápidamente la imitó. Después, y mientras Cleo devoraba un canapé, aprovechó la ocasión para estudiar el pequeño despacho y a su captor.

El despacho estaba decorado de forma moderna y tenia un ordenador y un fax. La única ventana daba a un jardín lleno de flores y árboles frutales, y a diferencia de las salas del palacio que habían visto, el suelo no era de mármol sino de linóleo.

Entonces, observó al hombre que seguía hablando por teléfono. Como llevaba una túnica, no podía adivinar gran cosa de su cuerpo; pero había notado su fuerza cuando la inmovilizó en el suelo. Tenía un ligero acento que denotaba su origen estadounidense y lucía un bonito moreno.

Sintió curiosidad y se preguntó qué estaría haciendo allí y por qué se dedicaba a apuntar con su pistola a los turistas.

En ese momento, como si hubiera notado la atención de la mujer, Rafe se volvió hacia ella. Zara se ruborizó y quiso apartar la mirada, pero no lo hizo. Era como si estuviera hechizada. Sólo pudo pensar en la sensación de haber sentido todo su peso sobre el cuerpo.

Sin embargo, la expresión de Rafe era tan fría y distante que no notó reacción alguna por su parte. Al cabo de unos segundos, é1 colgó el teléfono y ella tuvo la impresión de que acababa de librarla del hechizo. Se sentía expuesta, casi desnuda.

– ¿Qué hace una profesora de colegio como tú en un lugar como Bahania? -preguntó Rafe, tuteándola.

– No soy profesora de colegio, sino de universidad.

El se encogió de hombros, como si no entendiera qué diferencia había entre las dos cosas, y Cleo decidió intervenir.

– Zara se tuvo que esforzar mucho para conseguir ese empleo, así que será mejor que la trates con respeto -dijo, sin dejar de devorar canapés.

Rafe la miró y la rubia hermana de Zara retrocedió un paso.

– Lo digo en serio -continuó Cleo, a pesar de ello-. Además, es muy posible que su padre sea el rey. Y supongo que no querrás molestar al rey, ¿verdad?

– ¿E1 rey Hassan es tu padre?

Rafe lo preguntó en tono de burla y Zara decidió que había llegado el momento de poner las cosas en su sitio.

Dejó la limonada a un lado, se puso muy derecha y dijo:

– Mi hermana y yo somos ciudadanas de otro país que estaban visitando tranquilamente el palacio. Por razones que nadie nos ha explicado todavía, nos apartaron de nuestro grupo, nos atacaron y nos han quitado nuestros pasaportes. Exijo que nos los devuelvas inmediatamente y que nos acompañen a la salida.

Cleo frunció el ceño.

– ¡Zara! ¿Y qué pasa con el rey?

– Olvídate ahora de eso. No es el momento más oportuno.

Para sorpresa de las dos mujeres, Rafe Stryker les devolvió entonces los pasaportes. Pero no hizo ademán alguno de estar dispuesto a permitir que se marcharan.

– ¿Podemos irnos? -preguntó Zara.

– No hasta que haya oído toda la historia.

– No hay nada que contar.

– No es verdad, está el asunto de las cartas -intervino Cleo-. Son cartas escritas por el rey Hassan a la madre de Zara.

Rafe observó detenidamente a las dos mujeres. Cleo era baja y rubia, obviamente más joven que Zara, y tenía un cuerpo tan exuberante que muchos hombres se habrían vuelto locos por ella. Pero a él no le llamó la atención. Estaba más interesado en la alta morena que afirmaba ser hija de un rey.

Comprendía que el guardia la hubiera confundido con la princesa Sabra, porque se parecía enormemente a ella y tenían más o menos la misma altura. Las dos eran de grandes ojos marrones y de rasgos similares, pero aquella mujer llevaba gafas y la princesa no usaba. Además, había otro detalle que no le había pasado desapercibido: Sabra nunca había despertado en él ningún interés, sin embargo, el corto contacto físico que había tenido con Zara lo había dejado intrigado.

Zara suspiró entonces, abrió su bolso y sacó un fajo de cartas.

– Mi madre nunca me dijo quién era mi padre. No tenía fotografías ni pertenencias suyas y ni siquiera hablaba sobre el tiempo que habían pasado juntos. Supuse que habría sido una aventura pasajera, tal vez con un hombre casado, pero nunca imaginé nada parecido… -explicó-. Mi madre era bailarina, ¿sabes? Y una mujer preciosa. Así que los hombres siempre andaban detrás de ella.

Zara se detuvo un momento antes de continuar.

– Mi madre también tenía algunas joyas, aunque fue vendiéndolas casi todas, con el paso de los años, para sobrevivir. Murió hace ocho años y supuse que la historia de mi padre también había muerto con ella, pero…

– ¿Por qué habéis venido? -preguntó él.

– Hace unos meses, un abogado me envió una factura y me quedé extrañada porque no lo conocía. Fui a verlo y resultó ser el abogado de mi madre, que tenía esas cartas y otras pertenencias suyas. Cuando leí las cartas, comprendí que…

– Que podías ser la hija del rey – la interrumpió él-. ¿Puedo verlas?

Zara negó con la cabeza.

– No. Y ahora, nos gustaría volver a nuestro hotel y olvidar lo sucedido.

– Pero, ¿qué estás diciendo? -protestó Cleo.

Zara hizo caso omiso.

– Esto ha sido un error. No quiero seguir aquí ni un segundo más- ¿Podrías indicarnos la salida?

Rafe consideró las opciones. Cabía la posibilidad de que aquella mujer hubiera renunciado a su plan original o de que quisiera tiempo para inventarse algo mejor, pero también era posible que tuviera intención de dirigirse a los medios de comunicación para organizar un escándalo. En cualquier caso, decidió que sería mejor no perderla de vista.

– ¿Qué os parece si os acompaño personalmente al hotel? Será una forma de excusarme por lo sucedido.

– Limítate a indicarnos la salida y nos marcharemos.

– Debo insistir en acompañaros.

Zara no parecía muy contenta con la idea, pero asintió de todos modos. Entonces, Rafe les pidió que esperaran allí porque tenía que cambiarse de ropa y aseguró que volvería en diez minutos.

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