– ¿Qué me ocultas? ¿Es un asesino o algo parecido?
– En absoluto. Es… -hizo un gesto con la mano-. Ábrela de una vez. Entenderás lo que quiero decir.
Dani tomó aliento y abrió la carpeta. En la primera página vio la foto de un hombre de cincuenta y tantos años. Era guapo, sonriente y le pareció increíblemente conocido. Se quedó petrificada. No pudo leer lo que decía debajo ni pasar la página. Miró a Gloria.
– ¿Mark Canfield? -preguntó con un hilo de voz-. ¿El senador Mark Canfield?
– Sí.
– ¿Es mi padre?
– Sí.
Dani se quedó atónita.
– Aspira a ser presidente de Estados Unidos. ¿Quieres decir que mi padre puede ser el presidente?
– Todavía está calculando sus posibilidades, pero eso tengo entendido.
Dani se dejó caer otra vez en la butaca. No podía asimilar ese cambio en su vida.
– No puedo creérmelo -susurró-. Mark Canfield… Sé quién es. Le he votado.
– Estoy segura de que le encantará saberlo -comentó Gloria con una sonrisa.
Reid se despertó a mitad de la noche y se encontró solo en la cama. Se quedó tumbado un instante antes de levantarse e ir a la sala. Lori estaba acurrucada en un rincón del sofá. Las luces de la calle se filtraban por la ventana entreabierta y pudo comprobar que estaba despierta.
– ¿Has tenido pesadillas? -le preguntó mientras se sentaba a su lado.
– Eso cuando me quedo dormida -ella se encogió de hombros-, que es muy pocas veces.
– Podrías tomar algo.
– No estoy preparada para automedicarme, aunque estoy a punto de hacerlo -Lori tomó aliento-. ¿Por qué estás levantado?
– No estabas en la cama.
Ella no contestó y él la abrazó, pero estaba rígida. Reid se sintió intranquilo. Ella seguía sufriendo por la muerte de su hermana y no era el momento adecuado para hablar de su relación, pero se sintió obligado a decir algo.
– Has estado muy callada -dijo él-. Sé que estás pasándolo muy mal. Me he quedado para ayudarte, pero ¿preferirías que me marchara?
Ella lo miró con unos ojos indescifrables en la penumbra.
– Creo que sería lo mejor. En estos momentos, necesito algo de espacio.
Fue como si ella se hubiera infiltrado en su pecho y le hubiera pateado el corazón. No supo qué pensar ni qué decir. Lori no lo quería cerca; no lo quería.
– Está bien -Reid se levantó-. Me marcharé.
Él esperó un segundo, pero ella no dijo nada y no le quedó más remedio que marcharse. Mientras se vestía, se acordó de todas las veces que ella se había preocupado porque él podía hacerle daño. Al parecer, Lori se había preocupado demasiado y él demasiado poco.
Gloria dejó la servilleta con un golpe.
– ¿Qué te pasa? No paras de dar vueltas por la casa. Francamente, estás empezando a sacarme de quicio.
– No me apetece salir -contestó Reid mirando a su abuela.
– No lo entiendo -ella resopló- pero me gustaría saber por qué estás tan alicaído. Madeline era una joven encantadora, pero casi ni la conocías. No puede ser por eso.
– Echo de menos a Lori -reconoció al darse cuenta de que no tenía sentido negar la verdad-. Por fin había encontrado la mujer con la que quería estar y no podemos mantener una relación.
– ¿Por qué? Esa chica está loca por ti. Lo ha estado desde el principio. Intenté disuadirla, pero no me hizo caso. Los jóvenes de hoy en día sois así.
– Ya no está loca por mí. Casi ni me habla. La semana pasada le pregunté si quería que dejara de ir a verla todo el rato y ella me contestó que necesitaba espacio -Reid clavó la mirada en la comida que no había probado-. No puede perdonarme y lo entiendo. Yo no me lo perdonaría.
– ¿El qué? -preguntó su abuela-. ¿Qué delito has cometido?
¿Cómo era posible que no lo supiera? ¿Cómo podía esperar que lo dijera en voz alta? A menos que quisiera obligarlo a aceptar su responsabilidad.
– Madeline murió por mi culpa.
– Siempre has tenido tendencia a lo dramático -sentenció Gloria-. Por favor, Reid… Tú no estabas en el quirófano y tampoco la atropellaste con el coche. ¿Por qué es culpa tuya?
– Yo encontré el donante y me empeñé en que se operara.
– Para darle una oportunidad. El hígado nuevo debería haberle salvado la vida.
– Pero no se la salvo -Reid notó la rabia de la impotencia-. No conseguí nada. Si hubiera dejado las cosas como estaban, habría vivido otro año. ¿Sabes lo que habría significado otro año para ella, y para Lori y su madre?
– No lo sé -contestó Gloria-, pero estás llevando demasiado lejos tu desproporcionado sentido de ser imprescindible. Intenta ser lógico. Madeline quería un trasplante de hígado. Tú no la obligaste. Lori y su madre también lo querían. Para ellas, hiciste un milagro.
– No puedes saberlo.
– Tengo una idea muy aproximada. Además, según lo que me contaste, Madeline no habría sobrevivido a ninguna operación un poco complicada. Nadie sabía el estado de su corazón. Independientemente de quién encontrara el donante, no lo habría superado.
– Pero no habría muerto ese día. Quizá, con el tiempo, habría podido tener alguna oportunidad.
– O no. Hiciste todo lo que pudiste. Reid, te expusiste al ridículo en público para salvar la vida de alguien. Hiciste lo que hiciste con la mejor intención. Nadie te lo reprocha: ni siquiera Lori.
– Eso no lo sabes.
– Claro que lo sé. ¿No se te ha ocurrido pensar que lo que hace Lori podría no tener nada que ver contigo? ¿No has pensado que su hermana y ella estuvieron muy unidas durante años y que su pérdida la ha destrozado? ¿No has pensado que te ha alejado para poder rumiar su dolor? A lo mejor piensa que no la quieres tanto como para aguantar su sufrimiento. ¿Has hablado con ella?
– No hay nada que decir.
– No me acuerdo de que fueras tan necio antes -ella fue inflexible-. Si no vas a decirle cuánto la amas, le borro de mi testamento.
– No necesito tu dinero, Gloria -Reid estuvo a punto de sonreír-. Tengo más que suficiente.
– Muy bien. Entonces te expulsaré de mi casa.
– Ya me he ido.
– Dejaré de quererte -lo amenazó ella con los ojos entrecerrados.
Eso le impresionó y se puso muy recto.
– No sabía que me quisieras.
– Claro que te quiero -ella miró hacia otro lado-. Eres mi nieto. Te he visto crecer y convertirte, hasta este momento, en un hombre relativamente íntegro.
– No lo habías dicho nunca.
Ella suspiró y volvió a mirarlo.
– De acuerdo. Te quiero. ¿Contento?
Él se quedó boquiabierto, pero, efectivamente, contento. Se levantó rodeó la mesa y la abrazó.
– Yo también te quiero.
– Ya lo sé. Deja de decírmelo a mí y díselo a quien tienes que decírselo.
Lori lamento haber empezado a llorar el día del entierro de Madeline. Había pasado casi una semana y no podía parar. No podía comer ni dormir. Vivía sumida en un mundo de desconsuelo y añoraba a su hermana como nunca se imaginó que sería posible. El desconsuelo era mayor por la pérdida de Reid. Sabía que lo único sensato era dejar que se marchara. No podía querer quedarse con ella entre tanto sufrimiento y cuando él quiso irse, ella lo dejó. Sin embargo, había sido su única agarradera en un mundo aterrador y sin control, por eso, en ese momento, se sentía sola y aterrada. Su madre había vuelto a la caravana. Todas sus amigas la acompañaban y parecía estar bien. Ella, en cambio, no tenía compañía.
– Soy lamentable -se dijo Lori mientras iba a la cocina para prepararse un té-. Tengo que serenarme.
Tenía un trabajo. Aunque había hablado varias veces con Gloria, todavía tenía que decidir volver. Pero también sabía que Gloria estaba bastante recuperada y podía sobrevivir sin ella. Eso significaba que tendría que buscarse otro trabajo. Sin embargo, la idea de empezar con otra familia y en otra casa era superior a sus fuerzas.
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