Un rato después, la madre de Lori volvió a la sala de espera. Lori y Reid le presentaron a todo el mundo y, después, Lori hizo un aparte con ella.
– ¿Qué tal estás, mamá? -le preguntó al ver las ojeras y el gesto de sufrimiento.
– Con confianza. Todo está en manos de Dios. He rezado hasta quedarme sin palabras. Dentro de un rato, volveré a rezar un poco más.
– Es lo único que podemos hacer -corroboro Lori.
– Tengo una corazonada. Madeline se merece una oportunidad -los ojos se le empañaron de lágrimas y tomó la mano de Lori-. Sé que yo no me la merezco. Sé que te he hecho mucho daño durante mucho tiempo. Lo siento de verdad. Si no te crees nada más de mí, créete esto.
A Lori se le nubló la vista e intentó no llorar.
– Mamá, no hace falta que…
– Sí hace falta. Tendría que haber dicho algo hace mucho tiempo. Sé que estás enfadada conmigo y no puedo reprochártelo. Yo quiero achacárselo al alcohol, a haber estado borracha, pero no tengo excusas. Te hice daño y sólo eras una niña. Eso es lo que me duele en el alma. Eras una niña adorable y nunca te lo dije. Nunca te dije que te quería. Pero te quería y te quiero. Solo me odiaba a mí misma. ¿Puedes entenderlo?
Lori entendió la intención, aunque no las palabras, pero asintió lentamente con la cabeza.
– No era una alcohólica contenta -su madre suspiró-. Lo sabes mejor que nadie. Decía unas cosas… -Evie se encogió de hombros-. Si pudiera retroceder en el tiempo, te tomaría en brazos y te diría lo importante y especial que me parecías. Sigo pensándolo, pero temo que creas que es por Madeline: que quiero recuperarte porque puedo perder una hija.
El orgullo y las viejas heridas se debatieron con la necesidad de pasar página. Hubiera lo que hubiese entre ellas, eran una familia. Tomó la mano de su madre.
– Sé que has intentado acercarte a mí desde hace un tiempo: que no es por Madeline.
– No lo es -insistió su madre con lágrimas en las mejillas-. Es por todas nosotras. Siempre dices que tu hermana es perfecta. Nunca lo fue. Nadie lo es. Os quiero mucho a las dos y me gustaría que fuésemos una familia.
– A mí también, mamá -Lori tragó saliva.
– ¿De verdad?
Lori asintió con la cabeza. Su madre se secó las lágrimas y miró alrededor. Los Buchanan se habían retirado un poco para que ellas pudieran hablar tranquilas.
– Me gusta ese joven -comentó su madre-. ¡Caray! Es una expresión espantosa que habría usado mi abuela.
– Sé lo que quieres decir -la tranquilizo Lori con una sonrisa-. Ya somos dos. Es muy especial.
– Deberías quedártelo.
– Es lo que tengo pensado.
Se abrazaron. El abrazo de su madre le pareció inusitado, pero decidió que dejaría de serlo. La familia sería un incentivo para que Madeline se repusiera más deprisa.
– ¿Qué tal estáis? -les preguntó Elissa-. ¿Queréis algo? Penny había pensado servir algo de comer. Como un desayuno tardío. Hay toneladas de comida. He hecho un pastel, que, ahora que lo pienso, es bastante disparatado, pero a Walker le encantan mis pasteles -se calló un instante-. Perdonadme, estoy diciendo tonterías, es que no sé qué decir.
Lori no había pasado mucho tiempo con Elissa, pero en ese momento le agrado.
– No tienes que decir nada. Que estés aquí significa mucho. Mamá y yo agradecemos el apoyo. ¿Sabes una cosa? Me encantaría probar el pastel.
– Son las nueve… -su madre la miró fijamente.
– Ya, pero me apetece pastel.
– Creo que a mí también -su madre sonrió-. ¿Hay nata?
– Seguro que Penny ha traído -Elissa se rió-. Ha pensado en todo.
– Tu hija es muy buena -dijo Lori mientras Elissa cortaba un trozo de pastel-. A su edad, yo estaría subiéndome por las paredes.
– Siempre se ha portado muy bien -confirmo Elissa-. En parte, es gracias a que pasa mucho tiempo con Walker. Ella dice que es el príncipe azul de nuestras vidas.
Lori vio a la niña acurrucada junio al ex marine. Parecían absortos en su mundo. Walker levantó la mirada y sonrió a Elissa. Lori, pese a la preocupación, también sonrió. Eran una pareja enamorada.
Por algún motivo, se supo que en la sala de espera había una fiesta y algunas enfermeras y celadores se pasaron por allí. Lori se fijó en que la familia de Reid se ocupaba de su madre; hablaba con ella y la distraía. Se sentó al lado de él en el sofá y apoyó la cabeza en su hombro. Los minutos pasaban lentamente. Podía pensar en algo distinto durante algunos segundos, pero luego, su cabeza volvía al quirófano. ¿Cuántas horas quedarían hasta saber que todo había salido bien? ¿Cuánto quedaría hasta que Madeline estuviera fuera de peligro?
El médico entró en la sala de espera. Era alto y todavía llevaba la bata, que estaba manchada. Lori se levantó de un salto. El arrebato de alegría dio paso al desconcierto. Era demasiado pronto. La operación podía durar todo el día. Entonces se dio cuenta. Ni siquiera tuvo que mirar a los ojos del médico para captar el desconsuelo. La habitación se disipó en una nebulosa. Sólo quedaron los latidos de su corazón y la expresión abatida del médico.
– Lo… siento -susurró con la voz entrecortada por el dolor y la impotencia-. Fue el corazón. Una complicación inesperada.
Siguió hablando, pero Lori dejó de escuchar. No hacía falta. Su hermana perfecta ya no estaba allí.
Lori no se acordaba de haber salido del hospital ni de haber ido a su casa, pero, súbitamente, se encontró allí. Reid le rodeaba la cintura con un brazo. La llevó hasta el sofá y quiso que se sentara, pero ella se resistió. No podía pensar ni moverse. Casi no podía respirar. Era como si se hubiera quedado sin aliento vital. Sentía un dolor tan abrumador que ni siquiera tenía ganas de llorar. Era como si llorar fuera una reacción insignificante para lo que había pasado. Madeline estaba muerta. La frase le daba vueltas en la cabeza como la letra de una canción obsesiva. El dolor le brotaba de lo más profundo y supo que todo sería distinto. Madeline ya no estaba. Su hermana, graciosa, hermosa y perfecta no había sobrevivido a la operación que debería haberte salvado la vida.
– ¿Quieres que te traiga algo? -le preguntó Reid.
Ella negó con la cabeza. Le parecía imposible poder hablar. La puerta de la calle se abrió y Walker y Cal entraron con Evie entre ellos. Su madre había envejecido un millón de años en una hora. Las arrugas habían convertido su cara en una máscara de dolor. Lori la abrazó con todas sus fuerzas.
– No puedo creérmelo -dijo su madre con un hilo de voz-. No me lo creo. No ha podido morir. No es posible.
Lori estaba de acuerdo, pero la verdad era innegable; era como una criatura sombría que la atenazaba por dentro. Estaba temblorosa y sabía que había que hacer mil cosas, pero no se le ocurría ninguna.
El resto de la familia de Reid entró en la casa. Estaban en silencio y se quedaron sin entrar en la sala. Lori sabía que debía decirles algo: darles las gracias y permitirles que se fueran. Antes de que pudiera reaccionar, Reid rodeó a su madre y a ella con los brazos.
– Nosotros nos ocuparemos de todo. Vosotras, quedaos juntas.
Lori asintió con la cabeza. Llevó a su madre al sofá y la anciana se derrumbó. Dani se acurrucó a sus pies y le tomó las manos.
– ¿Quieres una taza de té o café?
– De té, gracias -contestó la madre de Lori.
– La traeré -Dani se levantó-. ¿Lori?
Lori sacudió la cabeza. Reid la sentó junto a su madre. Las dos estaban muy pálidas y él nunca había visto esa expresión de desolación en los ojos de Lori.
– ¿Conoces a algún médico? -preguntó él-. Alguien que pueda recetaros algo.
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