Susan Mallery - Pasión En El Desierto
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Sabía que tenía un carácter fuerte y que había sobrevivido a las mayores adversidades imaginables. Después de aquello, ¿por qué habría de temer ella que la tomara por una estúpida? Las mujeres eran criaturas muy complejas…
– Métetelo en la cabeza, paloma mía -le advirtió mientras le tomaba la mano-. Admiro tu capacidad para superar lo que te pasó. Vamos, te enseñaré nuestro jardín de rosas inglés. Algunos de los rosales son muy antiguos.
A la mañana siguiente, Phoebe casi se había convencido de que Mazin había sido sincero con ella: que la admiraba por la forma en que había afrontado su pasado. Sin embargo, no podía dejar de dudarlo, sobre todo porque a la hora de despedirse no la había besado. La había besado el primer día, pero no el segundo. ¿No querría eso decir que se estaba moviendo en la dirección equivocada?
Delante del espejo del baño, se recogió la melena en una cola de caballo. Como el vestido que se puso no parecía haber obrado el milagro que había esperado, esa vez eligió un pantalón y una sencilla camiseta. Quizá ahora querría besarla…
Terminó de atusarse el pelo y dejó caer las manos a los costados. Después de pasar dos días en compañía de un hombre tan guapo, la cabeza no dejaba de darle vueltas. Probablemente lo mejor habría sido que no se hubieran besado.
Sólo que había disfrutado tanto en sus brazos…
– Al menos estoy viviendo una aventura, Ayanna -se dijo mientras se aplicaba crema solar en los brazos-. Eso debería alegrarte.
Seguía sonriendo al pensar en el placer que habría sentido su tía cuando de repente sonó el teléfono. Se volvió para mirarlo, con el estómago encogido. Sólo había una persona que pudiera llamarla, y ya conocía el motivo.
– ¿Diga?
– Phoebe, soy Mazin. Me ha surgido una emergencia y no voy a poder quedar contigo hoy.
Estaba segura de que dijo algo más, de que continuó hablando, pero ella no pudo oír nada. Se dejó caer en la cama y cerró los ojos.
No quedaría con ella. Se había aburrido. La consideraba demasiado infantil. O quizá le había mentido cuando le dijo que la admiraba por haber superado su pasado. No importaba, intentó decirse, luchando contra el dolor. Aquel viaje no lo había hecho por él, sino por Ayanna. ¿Cómo había podido olvidarlo?
– Te agradezco que me hayas avisado -le dijo con tono ligero, interrumpiéndolo-. No te preocupes, hay muchas cosas que ver en esta preciosa isla. Gracias otra vez, Mazin. Adiós.
Y colgó antes de que pudiera hacer algo tan estúpido como llorar.
Le llevó un cuarto de hora luchar contra las lágrimas y otros diez minutos pensar en lo que iba a hacer. Su tía le había legado el dinero necesario para visitar Lucia-Serrat. Phoebe no podía corresponderle malgastando su tiempo. Leyó la lista de lugares y estudió la guía de viaje. La iglesia de Santa María estaba lo suficientemente cerca como para que pudiera acercarse a pie. Al lado había un parque de perros. Si la belleza de la arquitectura no lograba distraer la tristeza de su corazón, por lo menos las travesuras de los perros la harían reír.
Una vez tomada la decisión, abandonó el hotel. Localizó la iglesia, un impresionante edificio de altas arcadas y frescos interiores. Estuvo admirando las tallas de la piedra, dejando que la paz y el silencio aliviasen su dolor.
«Solamente conozco a Mazin de dos días», se dijo mientras se sentaba en uno de los bancos del fondo. Había sido más que amable con ella. Esperar más de él era un error, aparte de una locura. En cuanto al beso y a sus fantasías de que tal vez pudiera querer seducirla… bueno, al menos la había besado. La próxima vez, con el siguiente hombre, lo haría mejor.
Salió de la iglesia y caminó hasta el parque de perros. Tal como había esperado, había decenas de perros jugando, corriendo, ladrando. Se rió con las travesuras y juegos de varios cachorros dálmatas y ayudó a una anciana a instalar a su setter irlandés en la parte trasera de su coche.
Para cuando entró en un restaurante a comer, se había animado lo suficiente como para charlar con la camarera sobre el menú y dejar de pensar en Mazin. Mientras esperaba a que le sirvieran, hizo amistad con la pareja de ancianos ingleses de la mesa vecina.
Ellos fueron quienes le recomendaron la visita turística en barco alrededor de la isla. El viaje duraba todo un día y ofrecía unas impresionantes vistas de Lucia-Serrat. Como todos estaban alojados en el Patrot Bay Inn, volvieron juntos y Phoebe se detuvo en recepción para pedir un folleto sobre el viaje en barco. Luego subió a la habitación, agradablemente cansada y satisfecha de haber superado el día sin pensar en Mazin más de dos o tres… docenas de veces.
Al día siguiente, se las arreglaría mejor, se prometió a sí misma. Para la semana siguiente, seguro que ya apenas se acordaría de su nombre.
Pero, nada más entrar en la habitación, se encontró con un gran ramo de flores, mayor todavía que el primero. Le temblaban los dedos mientras abría el sobre:
Un pequeño detalle para mi preciosa novia. Lamento no haber podido verte hoy. Seguiré pensando en ti. Mazin
Para cuando terminó de leer la nota, tenía la garganta cerrada y le ardían los ojos por las lágrimas. No necesitaba comparar aquella letra con la de la primera nota que había recibido: sabía que era la misma. El hecho de que evidentemente sólo hubiera intentado ser amable con ella no logró aliviar su dolor. Quizá fuera una tontería y se estuviera comportando como una niña, pero lo echaba de menos.
En ese instante sonó el teléfono, interrumpiendo sus pensamientos. Se aclaró la garganta y descolgó el auricular.
– ¿Diga?
– Y yo que había imaginado que te pasarías el día encerrada en la habitación por mi culpa… Sé que has estado todo el día fuera, divirtiéndote.
El corazón se le subió a la garganta. Apenas podía respirar.
– ¿Mazin?
– Claro. ¿Qué otro hombre podría llamarte?
Phoebe no pudo evitar sonreírse.
– Bueno, podría haber docenas…
– A mí no me sorprendería, desde luego -suspiró-. ¿No vas a preguntarme por qué sabía que no te habías quedado encerrada todo el día en la habitación?
– Sí, eso. ¿Cómo lo has sabido?
– Pues porque te he estado llamando y no estabas.
Phoebe sintió que el corazón le aleteaba en el pecho, aunque sabía que era absurdo, que estaba reaccionando como una estúpida.
– Fui a la iglesia y al parque de perros de al lado. Luego comí. Un matrimonio encantador me recomendó la ruta en barco alrededor de la isla. Había pensado en hacerla mañana.
– Entiendo.
– Has sido muy amable conmigo, Mazin, pero sé que tienes tu propia vida y tus responsabilidades…
– ¿Pero y si tengo ganas de verte? ¿Me estás diciendo que no quieres?
Phoebe apretó el auricular con fuerza. Los dedos le dolían. Las lágrimas le anegaban los ojos.
– No lo entiendo.
– Yo tampoco.
Phoebe se enjugó las lágrimas.
– Gra-gracias por las flores.
– De nada. Siento lo de hoy -suspiró-. Phoebe, si prefieres no pasar más tiempo conmigo, me plegaré a tus deseos.
Las lágrimas corrían ya libremente por su rostro. Lo extraño era que no sabía exactamente por qué estaba llorando.
– No es eso.
– ¿Por qué te tiembla la voz?
– No-no me tiembla.
– Estás llorando.
– Tal vez.
– ¿Por qué?
– No sé.
– ¿Te ayudaría saber que me he sentido decepcionado? ¿Que habría preferido estar contigo en vez de leer informes aburridos y soportar infinitas reuniones?
– Sí. Sí que me ayudaría.
– Pues que sepas que es cierto. Dime que nos veremos mañana.
Phoebe pensó que una mujer sensata y racional se habría negado, consciente de que Mazin no solamente la distraería de los planes que había hecho para su futuro, sino que también le rompería el corazón.
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